Trump contra Biden. Dos visiones para Estados Unidos y el mundo

El próximo 4 de noviembre Estados Unidos celebra sus elecciones presidenciales.
No se trata de unas elecciones cualquiera puesto que se elige al Presidente de la aún primera potencia mundial. Por si esto no fuera suficiente en esta contienda electoral se enfrentan dos candidatos que representan proyectos políticos fundamentalmente diferentes.
Por un lado, el actual Presidente Donald Trump, y por el otro, Joe Biden, vicepresidente durante la presidencia de Barack Obama. Aparentemente, los americanos sólo tienen que escoger entre uno de los candidatos de los dos partidos (Republicano y Demócrata) que han hegemonizado la política estadounidense desde hace más de un siglo. Sin embargo, la elección es más profunda.
Trump no representa exactamente al Partido Republicano que hemos conocido desde el fin de la II GM, especialmente desde Reagan, sino más bien una alianza de sensibilidades políticas históricas estadounidenses, tanto del Partido Republicano anterior a la Gran Depresión como del viejo Partido Demócrata fundado por el séptimo Presidente de los USA, Andrew Jackson, uno de los referentes políticos del actual inquilino de la Casa Blanca.
En efecto, detrás de la figura de Trump cristaliza una heterodoxa fusión de liberales hamiltonianos favorables al impulso de la producción industrial local mediante medidas proteccionistas, aislacionistas, jacksonianos temerosos del poder de los financieros, paleoconservadores y nativistas de derechas.
Trump aspira a recuperar el pulso industrial estadounidense, en profunda decadencia desde los años 80, mediante la revisión de los acuerdos comerciales con China y la UE; controlar la Reserva Federal; impulsar la economía física; limitar el poder del complejo militar mediante una revisión y racionalización de los acuerdos militares con sus socios occidentales y asiáticos; y poner coto a la deriva de una izquierda americana dispuesta a pasar por encima de la otra mitad de americanos para imponer sus obsesiones, a saber, aborto, inmigración sin límites, legalización de las drogas, etc.
Por otro lado, Trump es un ferviente partidario de la soberanía norteamericana y se opone firmemente a toda cesión de competencias a las instituciones globales (ONU, OMS, OMC, Unesco, FMI, BM, etc.) cuando éstas contradigan los intereses vitales del país. Recordemos en este sentido la derogación del Tratado Transatlántico y del Tratado Transpacífico, que preveían la creación ad hoc de un tribunal de arbitraje internacional fuera de la jurisdicción nacional a propuesta de las corporaciones internacionales para juzgar las acciones de los parlamentos nacionales en caso de afectar a los intereses de éstas.
Trump, no obstante, no es un enemigo del libre comercio sino simplemente un Realista pragmático, un liberal hamiltoniano y un patriota que huye de dogmatismos y sabe que Estados Unidos no va a poder reindustrializarse sin adoptar determinadas medidas proteccionistas que están en el ADN histórico de Estados Unidos y que ayudaron a transformar a este país en la primera potencia industrial del mundo a finales del siglo XIX.
Finalmente, y en lo que se refiere a política internacional, Trump se adhiere al Realismo político, que concibe al mundo como un escenario de competencia feroz entre grandes potencias con sus respectivas áreas de influencia, distintas instituciones y valores morales donde hay que saber negociar y reconocer los intereses legítimos de los competidores.
En este sentido, Trump ha llevado a cabo una política exterior pragmática, nada agresiva si la comparamos con sus antecesores tanto demócratas como republicanos, marcada por las negociaciones y alejada de las lecciones morales tan típicas de Idealistas Liberales y Neoconservadores.
Una victoria de Trump con toda seguridad supondrá seguir con una línea exterior tranquila centrada en la renegociación de acuerdos comerciales con Europa, China y Japón; el congelamiento de los puntos de fricción con Rusia; la presión a Alemania para detener el afianzamiento del vínculo energético con el gigante eslavo; la contención de Irán a través de la conformación de una alianza árabe liderada por Arabia Saudita y Egipto y la creación de una alianza asiática con India, Japón, Australia, Corea del Sur y, potencialmente, Vietnam e Indonesia para frenar el auge del dragón chino.
En el otro bando, Joe Biden representa una extraña amalgama de intereses y cosmovisiones que van desde el nihilismo posmoderno encarnado por la New Left americana hasta miembros destacados del sector neoconservador del partido republicano, pasando por la mayor parte de las grandes corporaciones y del sector financiero de Wall Street, que rechaza la regionalización de la economía mundial agudizada por la política económica proteccionista de Trump y que teme por los efectos que ésta pueda acarrear para el futuro del dólar como moneda de reserva principal en el comercio mundial.
Joe Biden plantea un programa económico muy vago en el que, más allá de ciertas promesas sociales para las clases desfavorecidas y un discreto guiño a los votantes obreros de Trump en forma de promesas inconcretas de repatriación de la industria, no se atisba ninguna corrección de rumbo respecto al programa de Hillary Clinton.
En efecto, permanece sin cambio alguno la voluntad de seguir profundizando en la globalización a través de los mencionados Tratados de libre comercio, de imponer una auténtica revolución cultural a la otra mitad de la población y de perseverar en una política exterior de corte marcadamente intervencionista.
Más allá de esta lucha descarnada por el poder, tanto político como económico y cultural, se está produciendo una polarización social nunca vista en la historia norteamericana desde la Guerra de Secesión (1861-1865) en la que se superponen todas las contradicciones de una sociedad diversa en extremo y recorrida por una fractura social y económica de primera magnitud.
En efecto, tal como advierten economistas como Paul Krugman o Joseph Stiglitz, las políticas impulsadas por Reagan, Clinton, Bush hijo y Obama han beneficiado principalmente a los segmentos más acomodados de la sociedad estadounidense. No ha sido precisamente la clase media alta y alta la que ha padecido las deslocalizaciones propiciadas por los tratos comerciales preferenciales con China y otros países asiáticos.
A esta situación se suma el resentimiento racial hábilmente manipulado por los sectores más radicales del Partido Demócrata, parte de la corporatocracia (grandes multinacionales) y la radicalización creciente tanto de la América más conservadora (evangelistas y católicos tradicionales) como de una América progresista donde los elementos anarquistas, nihilistas, socialistas y racialistas cada vez toman más protagonismo.
Esta primavera y verano vimos ya un pequeño aperitivo de esta degradación de la convivencia social con estallidos de violencia inaceptables y hasta la proclamación de una comuna anarquista en el centro de Richmond. Todo ello bajo la atónita mirada del electorado conservador y centrista, las amenazas de Trump de enviar al ejército y la pasividad de un Partido Demócrata secuestrado por el ala radical.
El próximo 3 de noviembre lo más probable es que Trump vuelva a ganar en los tres estados clave que le dieron la victoria en 2016. Es altamente improbable que el electorado que le dio la vitoria vuelva a un Partido Demócrata que auspicia movimientos con tics veladamente supremacistas como Black Lives Matter, que no cree en las fronteras y que no propone ni una sola medida creíble de reindustrialización. Preparémonos pues para una victoria de Trump.
Todo esto nos lleva a plantear la siguiente cuestión:
¿Aceptará el Partido Demócrata la victoria de Trump o jugará la carta de las acusaciones de fraude y de la calle?
Está en juego el futuro de Estados Unidos, la paz social y la estabilidad mundial.
Me ha gustado el artículo, porque aclara muy bien quién apoya a quién en estas elecciones. Le felicito al autor, porque además demuestra el título que posee. Pero me ha sorprendido cuando dice que «miembros destacados del sector neoconservador del partido republicano» apoyan a Biden. ¿Podría el autor explicar más la información? Resulta algo chocante, sobre todo para un servidor que no tiene la información de la que dispone el autor. Un cordial saludo y enhorabuena por el rigor y didáctica del artículo.
Estimado Luis,
La política norteamericana es muy compleja y va mucho más allá del oficial y aparente bipartidismo. Cada partido tiene diversos sectores y no es raro ver a miembros destacados de uno de estos partidos votar por otro candidato presidencial o anunciar que no darán su apoyo al candidato de su propio partido. Es el caso de buena parte de los halcones de la administración Bush junior, entre el que destacan figuras como Colin Powell, que ya ha anunciado que votará por Biden, John Bolton, Donald Rumsfeld o el mismo Bush, que rechazan apoyar a Trump. Junto a figuras de esta talla hay múltiples oficiales medios de la administración Bush que publicaron recientemente una carta de rechazo abierto a Trump. Muchos de estos republicanos son moderados, pero en su mayoría son del sector Neocon. La principal diferencia que los separa de Trump es su apuesta por una política intervencionista y decididamente agresiva hacia Rusia, Irán y, en menor medida, China. Consideran que Trump es débil y no hace lo suficiente para garantizar la hegemonía de los Estados unidos y la expansión de su sistema institucional y económico en el mundo. Trump, como decía en el artículo, es un Realista (escuela de política internacional a la que pertenece Henry Kissinger) y, por lo tanto, rechaza sacrificar los intereses de Estados Unidos a la imposición de ciertos valores a otros países. Recordemos en este sentido que Trump es un crítico firme de la guerra de Iraq, de la intervención en Libia y Afganistán e incluso de la OTAN.