La transformación del Partido Republicano en una fuerza puramente «de derechas» ya parece irreversible.
Liz Cheney, último bastión de la rama liberal-centrista y «pro establishment» en la cúpula del partido, ha sido destituida.
Liz Cheney es la hija del archiconocido secretario de defensa de Bush, Dick Cheney. Quien a pesar de haberse granjeado la fama de nacionalista de derechas a principios del 2000, pertenece a un «establishment» del que los republicanos se han ido alejado mucho en la última década.
Liz ha abanderado en los últimos meses la lucha contra Trump y su legado dentro del GOP, acusándolo de ser un populista megalómano, peligrosamente anti democrático y un intransigente con quienes se niegan a seguirle el juego.
El detonante de la votación que desencadenó la destitución de Liz fueron sus declaraciones respecto a las pasadas elecciones de noviembre.
En ellas, Liz Cheney decía que Joe Biden había ganado las elecciones del 3 de noviembre de manera clara e irrefutable.
Ahora bien, esa no es la única polémica que ha protagonizado Cheney.
El pasado enero fue una de los 17 legisladores- 10 representantes y 7 senadores- que votaron a favor de declarar a Trump culpable en el ‘impeachment’ que convocaron los demócratas tras el asalto al capitolio perpetrado por una turba de exaltados.
Tras una votación en el caucus republicano, Cheney deja hoy de ostentar el número tres del GOP (Great Old Party), las siglas con las que se conoce popularmente al Partido Republicano desde mediados del siglo XIX.
Destitución secreta.
Liz Cheney se despidió hoy del puesto de ‘número tres’ del Partido Republicano en la Cámara de Representantes con una declaración de intenciones:
«Voy a hacer todo lo que pueda para que el ex presidente no se acerque al Despacho Oval jamás»
-Liz Cheney.
Si una masa crítica del GOP no se le une en contra Trump, es previsible que Cheney pase a engrosar las filas de ex miembros del Partido Republicano que ahora apoyan a Joe Biden frente a la oposición republicana liderada por Trump.
Algunos de estos centristas parecen obviar que, si bien es cierto que el GOP ha dado un giro muy ideológico en los últimos años, el P. Demócrata no ha sido menos en sentido radicalmente contrario.
Dentro del bando republicano, el actual estado del partido no juega a favor de Cheney y sus correligionarios.
Tanto el ala trumpista que podríamos categorizar como «nacional-conservadora», como las facciones libertarias y de conservadurismo duro- esta última asociada al movimiento ‘Tea Party’- promueven un definitivo giro derechista en clave nacional.
Este nuevo enfoque deja muy fuera de juego a los liberal-centristas del tipo Jeb Bush, Mitt Romney, también a Liz Cheney, quien tiene otra forma de entender el conservadurismo.
Consolidación del Trumpismo.
Si bien la continuidad de Donald Trump al frente del Partido Republicano está en el aire, parece que sus ideas y rumbo político se han consolidado dentro del partido que todavía lidera.
El político que el próximo viernes va a sustituir a Cheney será, probablemente, Elise Stefanik.
Esta polémica congresista por Nueva York, ha pasado en los últimos tiempos de ser una de las mayores críticas a Trump, llegando incluso votar que se le investigara por la trama rusa, a ser una de sus mayores defensoras.
Entre los republicanos, los partidarios de Trump ganan por mucho a los detractores.
La concepción liberalista, pero al mismo tiempo proteccionista en ciertos sectores, que Trump ha querido dar a la política económica, fiscal y comercial del partido, ha calado muy bien entre los votantes y bases del GOP.
Paralelamente, no ha levantado grandes fisuras en casi ninguna de las distintas facciones ideológicas que conforman el gran conglomerado que es el Partido Republicano.
Con su nacionalismo «a la americana»- ahora depurado de intervencionismo exterior y de «destino manifiesto»-, así como sus críticas al «globalismo», el nuevo feminismo o la deslocalización, Trump ha conseguido caer bien a un amplísimo espectro de votantes.
El trumpismo ha conquistado a muchos obreros de Ohio o Wisconsin, que demandan frenar la deslocalización fabril, políticas de estímulo para la industria y fomento de las infraestructuras; a los terratenientes cristianos de Nebraska, que demandan conservadurismo y proteccionismo comercial; o a los votantes libertarios del medio oeste, que exigen bajos impuestos, tolerancia cero con las políticas identitarias de la izquierda actual y amplias libertades civiles en temas cruciales para ellos como puede ser la posesión de armas.
Al tiempo que ha movilizado como nunca a la derecha tradicional, el trumpismo ha cambiado el panorama político en los estados industriales del centro-noreste, el llamado cinturón del óxido y los estados de los Grandes Lagos, tradicionalmente de tendencia demócrata y sindicalista, pero que ahora vuelven a ser swing states o estados plenamente disputados.
Por otra parte, las peleas con el bando centrista «pro establishment» y con políticos tan reputados para el pueblo americano como el fallecido héroe de guerra John McCaine, han debilitado a Trump en estados decisivos como Arizona.
Por primera vez en mucho tiempo, Arizona se tiñó ligeramente de azul en las últimas elecciones.
El GOP se deshace de los «RINOS».
Empieza a estar claro que los candidatos centristas del partido no gustan a las bases del mismo y cada vez pintan menos en la toma de decisiones.
En su conjunto, los llamados RINOS- «republicanos solo de nombre» por las siglas en inglés que les otorgan sus detractores-, apenas cosecharon un 10% en las primarias republicanas de 2016.
En este sentido, uno de los candidatos mejor tratados por los medios de comunicación y con más dinero al inicio de la campaña, Jeb Bush, fue totalmente humillado con unos resultados insignificantes.
En el caso particular de Liz Cheney, el rechazo generado en el nuevo GOP quizá no tiene tanto que ver con las ideas que profesa, como con la crítica que hace del idolatrado Trump; del relativo «aislacionismo» de Donald en cuanto a política exterior y de su nueva forma de hacer política, tan distinta de la que vimos en la era Bush-Cheney.
La nueva política ha venido para quedarse.
Las primarias republicanas de 2016 estuvieron dominadas por Trump, por un lado; y por los distintos candidatos conservadores y liberalistas (partidarios de un liberalismo clásico de cariz conservador), en mayor o menor medida ligados al Tea Party- Ted Cruz, Marco Rubio etc…- por el otro.
Ideológicamente hablando, estos últimos candidatos de peso, alternativos a Trump, no andan muy alejados del conservadurismo nacionalista de Donald. Ahora bien, tienden a ser más conservadores en lo social y más desregularizadores en lo económico. Es decir, abarcan un menor nicho de votantes.
Esto explica que, con la excepción de Marco Rubio- que no es tan conservador y es moderado en el tema religioso- estos candidatos de derecha dura obtengan peores resultados que Trump en estados cosmopolitas y llenos de jóvenes tipo Nueva York, Florida, Illinois, Wisconsin, Michigan o California. Estados en los que Donald Trump ha obtenido unos resultados nada desdeñables para su formación-sobre todo en Florida-.
Los resultados de Trump en estos estados tienen mérito si tenemos en cuenta que Donald es un líder tan marcadamente ideológico y que se presenta como republicano en esos estados de tendencia demócrata (salvo Florida, que suele ser algo más republicana).
Cuesta imaginar que a conservadores del ala dura del tipo Ted Cruz o Santorum les fuera a votar más de un 40% de los habitantes del cosmopolita estado de Illinois o de la industrial y sindicalista Pensilvania, como sí ha ocurrido con el neoyorkino Donald Trump.
Lo cierto es que, sin esos decisivos estados disputados, los republicanos no pueden volver a ganar unas elecciones generales en Estados Unidos.
En apenas un lustro, Trump ha conseguido sacar de la política norteamericana a las poderosas familias Clinton, Bush y, ahora, Cheney.
Por su trayectoria conservadora, Liz Cheney no tiene la opción de presentarse por el Partido Demócrata como ha hecho Bloomberg-republicano en el pasado-.
EEUU está más polarizado de lo que ha estado nunca en su historia y las bases demócratas están girando mucho a la izquierda.
Revalidar su cargo como congresista republicana por Wyoming puede tornarse complicado con la mayor parte del partido apoyando y financiando a cualquier otro candidato que no sea Cheney.