Para conocer el ámbito en que se desarrolló la batalla de Cagayán es conveniente dar un repaso, aunque sea superfluo, al ambiente social de las islas Filipinas o Islas del Poniente, cuando llegaron los españoles.
El primer contacto de los europeos con sus pobladores fue el desembarco de Magallanes en la isla de Homonhon de Samar oriental, el 17 de marzo de 1521. Pereciendo él mismo el 27 de abril del mismo año en la isla filipina de Mactán, en una batalla contra el jefe tribal Lapulapu.
Unos cuarenta años después Miguel López de Legazpi, partiendo del Virreinato de Nueva España (Méjico), establece los primeros asentamientos en Cebú.
Después, se funda el puerto Fortaleza de San Pedro que actuó de protección contra los nativos hostiles y los ataques portugueses, activando el comercio con los mercaderes chinos establecidos en Luzón desde hacía bastante tiempo, donde los tagalos pusieron gran resistencia a la penetración española.
El comercio con China iba a ser decisivo para la economía de las islas y por ende para Acapulco en Nueva España, una vez que se puso en marcha el tornaviaje.
La hostilidad entre los distintos caciques que dominaban partes del archipiélago era común. Con la llegada de Legazpi y quedando ya bajo dominio y organización española, se dio lugar a la primera estructura política conocida como Filipinas.
Sus costas, por diferentes motivos, siempre habían sido escenario natural de las expediciones de pillaje y saqueo de las aldeas, principalmente ribereñas, por los piratas japoneses y chinos.
En 1574, el pirata Li Ma Hong al mando de dos mil forajidos pone sitio a Manila. Tras un largo asedio no logra su objetivo y cae derrotado por las fuerzas hispano-filipinas.
Sin embargo, el norte de la isla de Luzón se había convertido, durante el periodo de las guerras civiles de Japón, en un centro muy activo de las correrías de los llamados “WAKO”, mezcla de ladrones, aventureros, bandidos chinos, coreanos, indonesios etc., entre los que destacaban muchos samuráis exiliados.
Estos guerreros se dividían en dos clases sociales bien diferenciadas: los ronin, samuráis sin señor; y los ashigaru, integrantes de clanes inferiores que, convertidos también en piratas, asaltaban, hacían batidas para conseguir esclavos y saqueaban los poblados isleños, aterrorizando de forma permanente a sus habitantes indefensos.
Armados con katanas japonesas, arcabuces y artillería de procedencia portuguesa, se habían enseñoreado de aquellas aguas y de algunos de los pequeños poblados que encontraban en sus incursiones, a la par que exigían tributos a sus habitantes.
Uno de sus principales cabecillas era el señor de la guerra Tay Fusa. Este pirata en un momento determinado atacó por sorpresa la isla de Luzón estableciendo su estratégico cuartel general más al norte. Creyéndose dueño de la situación y, con una fuerza de más de mil hombres, se dedicaba al comercio de esclavos, además de exigir rescate por los prisioneros.
En junio de 1582, el gobernador de Filipinas Gonzalo Ronquillo de Peñalosa, informa a Felipe II de la situación de inestabilidad que se vivía en las islas a cuenta de estas incursiones, así como de la necesidad de combatirlos, expulsarlos y pacificar definitivamente aquellas aguas españolas.
El encargado de hacer frente a este grave problema fue encomendado a Juan Pablo de Carrión, veterano de muchas batallas que no era precisamente un jovencito, ya que, a sus 69 años protagonizará una victoria heroica, a la vez que muy poco conocida de los españoles en Asia: Cagayán.
Para llevar a cabo esta misión la dotación disponible tampoco fue extraordinaria: un navío ligero, el San Yusepe; la galera Capitana, cinco embarcaciones pequeñas con sus respectivas dotaciones, más cuarenta soldados de procedencia diversa: españoles y mejicanos principalmente ya afincados en las islas, componían el grueso de estas fuerzas. Alrededor de unos ciento veinte combatientes adiestrados lo más rápidamente posible, cuya misión era la de controlar y limpiar las aguas filipinas infestadas de los bandidos del mar.
En ese año de 1582 se iban a enfrentar piqueros, rodeleros y arcabuceros a las órdenes de la Corona Española, a los temibles samuráis japoneses, que fueron derrotados sin paliativos.
Sólo algunos pocos habían tenido experiencia de haber combatido en los Tercios en tierras europeas, los mismos que fueron un ejemplo que siguieron el resto de sus compañeros.
En todos – marinería y soldados – destreza y disciplina, armamento, orden de combate y una agresividad considerada legendaria.
A los pocos días de ponerse en marcha la expedición los de Juan Pablo Carrión divisaron el primer barco enemigo. Rápidamente se toca zafarrancho de combate iniciando la persecución dándosele alcance. La acción no se hace esperar y desde la galera Capitana un cañonazo deja la cubierta del junco cubierta de bajas iniciándose la maniobra de abordaje que, desde la altura del navío español, no constituyó mayor problema.
Producido el mismo y al poco, los españoles, ante la superioridad numérica del enemigo no tienen más remedio que empezar a retroceder ordenadamente y refugiarse en su propio navío haciéndose fuertes alrededor del castillo de popa, parapetándose debidamente y estableciendo la clásica formación defensiva: los piqueros forman una primea barrera infranqueable; arcabuceros y mosqueteros detrás.
Una vez más, este estilo de combatir demostró su gran efectividad y, el porqué habían sido invencibles en los teatros de operaciones europeos: barrera de acero y cadencia de tiro continua de las distintas secciones, ocasionaron gran mortandad entre los piratas que no tuvieron más remedio que retroceder hasta su junco. Sin embargo y por sorpresa aparece en el teatro de operaciones el San Jusepe que, sin contemplaciones, hace fuego con sus cañones sobre los piratas que aún hostigan a los españoles.
Sorprendidos de nuevo y viéndose golpeados desde varios puntos, los que han logrado supervivir huyen en desbanda arrojándose al mar, falleciendo muchos ahogados al ser arrastrados al fondo por el peso de sus armaduras.
De nuevo un pequeño, pero aguerrido grupo de soldados combatiendo como sólo los Tercios sabían hacer, escriben otra página gloriosa que, sin embargo, se saldó con una baja muy importante; alcanzado por los disparos de los piratas, falleció el capitán de la Galera Pedro Lucas.
La costumbre de portar a la vez dos espadas toledanas de distinto tamaño, típico en los Tercios Españoles en Europa, se mostró más efectiva que la katana, con un acero de menor calidad. Al mismo tiempo se contaba, sin duda, con mejor protección en el equipamiento defensivo, más firme el de los nuestros, frente a la ofrecida por los petos nipones, algo más ligeros.
Tras esa primera e importante victoria y siguiendo con su patrulla de limpieza y pacificación, la flotilla española una vez agrupada, se adentró por el río Grande de Cagayán, descubriendo al poco dieciocho juncos japoneses cuyas tripulaciones fueron sorprendidas saqueando e incendiando los poblados ribereños.
Inmediatamente se estableció combate. Durante el mismo la artillería española barrió sin contemplaciones las cubiertas de esos barcos ocasionándoles muchas bajas. A continuación y, aprovechando un recodo del río que ofrecía una buena posición estratégica, se inició el desembarco de hombres y cañones de la galera, cavando trincheras, fortificando y acoplando su artillería estratégicamente, algo que iba a resultar decisivo.
Quizás aún sorprendido, Tay Fusa mandó emisarios a la posición española pidiendo un rescate por su retirada y por dejar aquellas aguas que ya le habían costado pérdidas importantes, algo a lo que Carrión se negó en redondo, conminándole a dejar para siempre las aguas cercanas a Luzón y demás islas españolas.
Tay Fusa, al día siguiente manda a sus huestes formadas por unos mil doscientos piratas, contra un total de unos ciento veinte efectivos por parte española.
Y, dio comienzo el asedio y asalto a la fortificación española que había logrado posicionarse en un lugar estratégico dominante. La artillería, bien situada y con fuego cruzado, no se cansaba de barrer las oleadas de enardecidos guerreros samuráis que se abalanzaban como una horda salvaje y que caían a decenas.
Aquellos que lograban rebasar la barrera de fuego se encontraban con los piqueros que los paraban en seco; de nuevo, arcabuceros y mosqueteros demostraron su pericia, disparaban ordenadamente y con la cadencia acostumbrada. Llegados al cuerpo a cuerpo, intentaron en primer lugar agarrar, sin éxito, las picas españolas. Carrión con experiencia suficiente en estas lides, había ordenado que todas fueran untadas con sebo para hacerlas resbaladizas.
Los de Carrión aguantaron a pie firme dos asaltos prácticamente seguidos durante más de tres horas. Llegados a este punto decir que en ningún momento lograron penetrar en la formación disciplinada de las picas.
Las espadas de acero toledano y la pericia de nuestros soldados se impusieron al acero nipón, y a la fama legendaria de los samuráis.
Prácticamente ya sin pólvora y agotados, en el que se consideró el último asalto, los piratas fueron repelidos de nuevo. Apercibido Carrión de la ventaja obtenida y del desconcierto que había empezado a cundir en las líneas japonesas, ordenó la salida de la posición defensiva y la persecución del enemigo, dejando numerosos cadáveres por toda la ribera y aguas del río.
Al final y, tras más de cuatro horas de batalla de una violencia brutal, en el recuento de bajas, increíblemente entre los españoles no llegaron a la veintena, mientras que entre los japoneses superaban con creces los seiscientos.
Esta batalla pasó a formar parte de las leyendas japonesas, otorgando a los Tercios un halo legendario, fantástico y mítico.
Atribuyendo a los españoles – en clara inferioridad numérica – un valor jamás visto ante los invencibles samuráis.
En ella contaban que fueron derrotados por los Wo-Cou, seres mitad lagarto, mitad peces, que igual atacaban por tierra como por mar.
Los describían cómo seres espantosos, invencibles, mitad demonios, mitad peces, mitad lagartos.
Después de este combate y dominando ya las aguas que circundaban las islas, Carrión fundó en la zona la ciudad de Nueva Segovia y, aunque la presencia pirata fue imposible erradicarla absolutamente de aquellas aguas, fue ya residual y se consideraban prácticamente libres de bandidos del mar.
Como consecuencia de aquella relativa seguridad, rápidamente volvieron a reactivarse las relaciones comerciales no sólo con China, Japón, e incluso con la India y demás naciones cercanas.
Los respectivos señores feudales que dominaron Japón en aquellos años, insistieron durante un tiempo, que las islas formaban parte de su soberanía, aunque está claro que nunca lo consiguieron.
Mientras lo leía me lo iba imaginando!! Que magnifica narración de la historia de España. Gracias por seguir escribiendo, nos culturizas con todo lo que compartes.
Magnífico relato de otra de las valientes acciones de nuestros valientes soldados, con técnicas y armamento que fueron la envidia de todos los ejércitos… Mejor no comparar nuestra posición actual en el mapa militar internacional, y no por la valía de nuestros militares, impecable en todos los aspectos… Ya sabemos quién son los responsables… Abrazos compañero.
Fantástico!!! Muy bien escrito, ameno, conciso… Interesantísimo. Enhorabuena!