«Hablarán de pucherazo; otros dirán que hay que detenerme como responsable de ese pucherazo (…). Sus maestros norteamericanos lanzaron una turba al asalto del Capitolio. Van a tratar de crispar hasta límites insospechados para que no se escuchen los argumentos», (Pedro Sánchez, a medio camino entre autócrata y Nostradamus).
Estas y otras perlas es lo que ha soltado el todavía presidente del Gobierno, en una comparecencia al más puro estilo norcoreano, con todos los diputados en pie aplaudiéndole. ¡Si no diese risa daría pena!
Allí, entre claras muestras de impostada preocupación -su carita era un réquiem-, se puso el traje de Largo caballero -el Lenin español y uno de los responsables de la guerra civil- para hacer un llamado chavista a parar la ola de extremísima derecha que lo ha barrido en las urnas. Su narcisismo le lleva a insultar a quienes legítimamente han decidido no votarle. Puede que soltar violadores, pactar con comunistas, proetarras, etc, haya tenido algo que ver. Cosa que nunca aceptará y mucho menos perdonará.
Es la versión 2.0 del lema guerracivilista-izquierdoso «No pasarán». ¿Por qué? Porque su majestad, el Rey Sol -aunque solo tenga sombras- nunca aceptará que no le quieran. Nunca asumirá el desprecio que provoca allá por donde va en forma de clamor social: ¡Que te vote Txapote!
Luego añadió: «podemos pararlos, por nuestros hijos y por nuestras hijas. Por todos ellos, el PSOE debe parar esta corriente reaccionaria. Si nos movilizamos, en España no va a suceder. Vamos a ganar las elecciones del próximo 23 de julio». Cuidado con estas afirmaciones porque suponen inyectar material inflamable -miedo, rencor, odio- en la sociedad, y todos sabemos cómo acaban estas incendiarias soflamas. La más reciente, la alerta antifascista declarada por Pablo Iglesias del 2 de diciembre de 2018, que acabó con miles de «borrokos» arrasando con todo. Lo peor, agresiones físicas a quienes identificaban como votantes de VOX. Cuidado.
Lo que hace Pedro Sánchez, además de una temeridad, es la clásica proyección que tiene su origen en el psicoanálisis freudiano. Un mecanismo de defensa por el cual atribuye al otro sus propios impulsos, sentimientos y deseos. Culpa al otro de lo que es él.
Siendo sinceros, lo que hace es mirarse al espejo y decirnos qué ve en su reflejo. Nos está diciendo hasta donde es capaz de llegar por mantenerse en el poder. Nos está diciendo que no ha convocado elecciones para perderlas. Él va a por todas. Y hará lo que sea necesario.
¿Cómo? Apelando a los más bajos sentimientos en aras de movilizar a sus bases en forma de falso dilema: o yo o el caos personificado en «radicales extremistas, homófobos, xenófobos, negacionistas del cambio climático».
¿Le puede funcionar? Sí. Él sabe que parte de sus votantes tienen cierta querencia a dejarse seducir por semejantes barbaridades. Personas que, gracias a la ingeniería social zurda, prefieren a los asesinos de la ETA antes que a sus víctimas. Tan duro como real.
Estimado lector, alguien que prefiere a Otegi antes que a Ortega Lara, se merece a Otegi. Por eso abrazan al primero -un hombre de paz para la izquierda-, mientras insultan y estigmatizan al segundo, el verdadero hombre de paz para las personas de decentes. Un héroe nacional y un ejemplo a seguir para quién redacta las presentes, máxime, después de conocerle y escucharle en persona.
Para finalizar, creo que conviene estar preparados para cualquier cosa. No hay nada más peligroso que la izquierda cuando puede perder el poder. Me viene a la memoria el desastre del Prestige, los atentados del 11 de marzo, la crisis del Ébola. Este es el socialismo con el que desea pactar Feijóo.
Quién dude de mis palabras, que recuerde lo que dijo Largo Caballero: «El socialismo es incompatible con la democracia». Yo lo suscribo. El problema es lo que piensa y dice Pedro Sánchez:«Largo Caballero actuó como queremos actuar hoy nosotros». ¿Quién lo duda?