Panorama antes de la tormenta | Cataluña en el diván

El próximo día 14 de febrero los catalanes están llamados a las urnas por quinta vez desde 2010 para elegir a su parlamento autonómico. El hecho de que se hayan convocado en diez años cinco elecciones autonómicas es ya un indicio de que la situación está fuera de toda normalidad. En efecto, Cataluña lleva más de diez años viviendo bajo una agitación política permanente hábilmente gestionada por las élites administrativas y políticas catalanas.

Ha sido una década marcada por la tensión, la polarización, la agitación sin fin y, finalmente, por el desánimo. Más allá del posicionamiento de cada lector, el balance de este período no puede ser bajo ningún punto de vista positivo, ni para los partidarios de la unidad de España ni para los independentistas.

Cataluña llega exangüe a esta contienda electoral, no sólo a causa del contexto general europeo y español caracterizado por los efectos de la pandemia y la pésima gestión gubernamental nacional y autonómica de la crisis, sino también como resultado de estos diez años de división social y de creciente inseguridad jurídica, que han provocado un notable parón en la actividad económica. En este sentido, no hay que olvidar que, según datos oficiales, Cataluña ha dejado de ser una de las dos principales regiones españolas receptoras de inversión y que un gran número de empresas han trasladado su sede social a otras regiones peninsulares.

Por otro lado, hay que subrayar que esta etapa de agitación política, que reviste todas las características de una enorme ensoñación, ha ido acompañada de una dejación evidente de funciones por parte de las autoridades competentes autonómicas en lo que a gestión del día a día se refiere.

De este modo, mientras se señalaba la eterna Ítaca separatista en forma de república como destinación final de un viaje que debería llevar a la población catalana a solucionar todos sus problemas, las autoridades autonómicas no han tomado ninguna decisión seria en la dirección de atajar los problemas más candentes de la sociedad catalana, a saber, el acceso a la vivienda, el paro, el modelo productivo de una región cuya base industrial está padeciendo un proceso evidente de erosión, la inseguridad creciente, el fenómeno de las ocupaciones de vivienda, las ayudas inexistentes a las familias con hijos y la aparición de islas de inseguridad y de radicalización islamista en los barrios más humildes de la mayor parte de ciudades catalanas.

Además, hay que mencionar que Cataluña, a pesar de ser (o haber sido) una de las regiones más dinámicas de la UE, es también una de las más desiguales y con más bolsas de pobreza endémica.

Algunos lectores, quizás desde el espectro independentista, alegarán que ello es consecuencia del mal llamado “expolio fiscal”, a lo que cualquier observador sensato responderá que este desequilibrio fiscal no ha sido óbice para que los altos cargos de la Generalitat sean los más bien remunerados de todas las comunidades autónomas o que la televisión pública catalana tenga un presupuesto superior al del resto de televisiones públicas autonómicas. La realidad objetiva es que el gobierno catalán ha preferido desentenderse de la realidad y jugar a prometer lo imposible mientras preservaba el poder.

En efecto, uno de los aspectos más sorprendentes del llamado conflicto catalán es la credulidad y ausencia de capacidad crítica del electorado independentista, que ha ido creyendo en cada promesa realizada desde el gobierno, los partidos políticos y las asociaciones independentistas como la ANC u Ómnium, que han jugado abiertamente con los sentimientos de sus seguidores. A propósito, aún conservo el recuerdo agradable de una cándida conversación con una profesora de catalán jubilada asociada a la ANC en la que me mostraba su total confianza, de eso hace ya más de tres años, en la existencia de un plan estratégico para conseguir la secesión después de las elecciones de 2017. Tal como era de esperar, el año 2021 llama a nuestras puertas y, evidentemente, no hay ninguna independencia a la vista. Ni siquiera la CUP habla ya de secesión, sólo de referéndum unilateral en 2025 (los catalanes han perdido ya la cuenta del número de referéndums celebrados y prometidos por nuestras autoridades y partidos políticos).

Lo cierto, más allá de la retórica y las soflamas románticas del liderazgo independentista, es que en Cataluña en diez años no ha pasado nada sustancial. Cataluña sigue siendo parte de España y nada anticipa que esta realidad cambie. Por mucho que se insista en la estrategia de acumular fuerzas, la realidad sociológica catalana es tozuda. No hay ninguna mayoría independentista ni la habrá previsiblemente. El porcentaje de partidarios de la secesión y de votantes de partidos independentistas se mantiene estable en torno a la cifra del 48% y en estas elecciones esta realidad no cambiará, más allá del efecto que una mayor abstención tenga en la percepción electoral final.

Por otro lado, aquellos que ponen todas sus expectativas en el futuro y las nuevas generaciones de votantes tendrían que tener en cuenta que el creciente número de hijos de la inmigración extra europea no sólo no tiene el catalán como lengua habitual ni ningún vínculo con la historia y tradiciones de la región sino que, además, con toda probabilidad y tal como ya sucede en otros países europeos, constituirán la futura base electoral de fuerzas políticas ligadas al Islam político.

Recordemos que Cataluña tiene más de un 10% de población musulmana y que en antiguos bastiones del carlismo y del nacionalismo catalán como Vic, Manlleu, Olot o Ripoll la cifra alcanza porcentajes cercanos al 20 y al 30%.

De cara a la próxima década anticipo que el independentismo perderá cada vez más actualidad, que el factor político islámico irrumpirá con fuerza y que el tablero catalán se reconfigurará alrededor de esta nueva realidad, quedando completamente desfasada la dicotomía catalanista/españolista vigente desde los años 80. A ello contribuirá la inevitable e irreversible caída en el uso del catalán como lengua habitual, que habrá pasado del 50% en el año 2001 al 35% de la actualidad y, posiblemente a menos del 30% en 2030. Esta sorprendente situación es el resultado de la baja tasa de fecundidad de la población autóctona y de la continua llegada de inmigración favorecida por la Generalitat desde los últimos años de Jordi Pujol.

Finalmente, no hay que ser ciego para ver que a los partidos “independentistas”, desde JxCat y ERC hasta la CUP, esta situación de “impasse” permanente les viene de maravilla para no hacer nada sustancial mientras juegan con la expectativa de una eternamente cercana repetición del 1-O que nunca acaba de llegar.

Respecto al 1-O y a la teatral declaración de independencia del día 27 de octubre de 2017, estoy completamente persuadido de que ese día nunca hubo una verdadera intención de conseguir la independencia, sino simplemente de forzar al estado español a realizar concesiones vinculadas con la elaboración de un nuevo estatuto de autonomía y la obtención de un régimen fiscal similar al concierto vasco. Objetivos que concuerdan perfectamente con el proyecto de la Europa de las regiones impulsado desde la burocracia de Bruselas, la élite anglosajona y alemana, la transnacional y la izquierda española, especialmente Podemos, el PSC y la mayor parte del PSOE.

A propósito de esta reflexión, invito a nuestros lectores a leer las editoriales del New York Times y del Financial Times referentes al proceso secesionista catalán. Ya anticipo al curioso lector que tendrá serias dificultades para saber si se trata de una artículo de opinión de alguien vinculado a la vieja CiU, a Podemos o al PSC-PSOE.

Hecho este repaso al panorama general que antecede a esta elección, conviene adentrarse en los entresijos de la contienda electoral, que, a pesar de no representar ningún acontecimiento excepcional, sí va a iniciar una transformación de la política catalana que, a mi modo de ver, irá profundizándose en los próximos años.

En primer lugar, hay que mencionar el final de la alianza entre JxCat y ERC que llevará con toda seguridad a la conformación de un nuevo tripartito de izquierdas. ERC está obsesionada en conseguir la Presidencia de la Generalitat y convertirse en el principal partido del espectro catalanista y esto pasa por apartar definitivamente al viejo espacio convergente de la Plaza San Jaime durante el mayor tiempo posible. La excusa será la necesidad de ampliar el voto independentista por la izquierda mediante una acción gubernamental concertada con el PSC que convenza a su electorado de las bondades del proyecto que representa el partido de Junqueras. Evidentemente, también se pondrá en valor la capacidad de influenciar en el gobierno de España y la posibilidad de avanzar hacia una reforma constitucional y en la mesa de diálogo.

En segundo lugar, destaca la consolidación del espacio representado por “Junts per Catalunya”, que con toda probabilidad volverá a ganar las elecciones gracias a la movilización del voto de la Cataluña interior, especialmente en las comarcas antiguamente carlistas del norte de la provincia de Barcelona y de Gerona. Además, es interesante observar cómo el voto del independentismo más nacionalista catalán, antes bastante presente en ERC, cada vez se concentra más en el espacio auspiciado por Puigdemont, que representa a un electorado catalanohablante, moderadamente católico y de clase media y media alta.

En tercer lugar, no podemos dejar de aludir al previsible hundimiento de Ciudadanos, partido revelación en las últimas elecciones y en cuyo seno convivían dos electorados condenados a desligarse rápidamente con el cambio de circunstancias. Ciudadanos es un partido nacido en Cataluña de la mano de ex socialistas y antiguos miembros del PSUC descontentos con la deriva catalanista de Maragall. En un principio se constituyó con vocación de sustituir al PSC como principal fuerza de la izquierda catalana para, después de la llegada de Albert Rivera, situarse en posiciones más liberales. Con la polarización propiciada por el auge del independentismo y la proclamación de independencia del 27 de octubre del 2017 una parte muy significativa del voto no independentista, tanto de izquierdas como de centro-derecha e incluso catalanista moderado, apostó por dicha formación. Sus buenos resultados bebieron de una cantidad muy notable de “voto prestado” del PSC y del PP, que casi dejó de existir.

En estas elecciones, la inexistencia del peligro de una declaración unilateral de independencia y el desgaste de Ciudadanos a nivel nacional, están auspiciando una vuelta del electorado que tradicionalmente votaba al PSOE en las elecciones generales al PSC, percibido de la mano del hábil Miquel Iceta como un partido centrado y reformista en lo que a la cuestión territorial se refiere.

En cuarto lugar y vinculado al punto anterior, está el retorno del PSC como una de las principales fuerzas políticas del tablero catalán y, desde mi punto de vista, candidato claro al puesto de segundo partido de gobierno, así como la recuperación del PP, gracias al liderazgo de Pablo Casado a nivel nacional.

En quinto lugar, y como novedad principal de estas elecciones hay que señalar la irrupción con fuerza de Vox, que compite directamente con el espacio que tradicionalmente representaba el PP en Cataluña y que arañará un porcentaje significativo de voto a Ciudadanos, que ha dejado de ser visto como voto útil contra el independentismo. Sin duda alguna, la entrada de este partido representa un hito histórico, ya que por primera vez una fuerza política cuyo principal objetivo es acabar con las principales señas de identidad del catalanismo, a saber, autonomía, inmersión lingüística y TV3 va a estar en el parlamento catalán. Anticipo que el número de escaños de esta fuerza puede ser superior al que algunas casas de sondeos auguran y dar la sorpresa a costa de Ciudadanos con hasta 8 diputados. Si la política catalana ya era de por si entretenida, la presencia de diputados de VOX al lado de parlamentarios de la CUP (grupo de extrema izquierda con tintes anarquistas y trotskistas) promete emociones fuertes y recuerdos inolvidables.

Finalmente, cada día que pasa se hace más evidente que una parte del voto nacionalista catalán de derechas e independentista se da más cuenta de que la independencia no llegará nunca con los actuales partidos y que el proceso sólo ha servido para que el votante conservador independentista (contrario a la inmigración, preocupado con el fenómeno de las ocupaciones y los altos impuestos, defensor de la familia tradicional y muy nacionalista catalán) haya quedado marginado por la deriva izquierdista que ha impulsado ERC y la CUP y que ha permeado profundamente el espacio de JxCat, que ahora ya se define ideológicamente como socialdemócrata y liberal-progresista.

En las últimas elecciones municipales se produjo ya un serio aviso de que algo se estaba moviendo. Precisamente en Ripoll, una fuerza nacionalista catalana, identitaria e independentista obtuvo representación con más del 10% del voto. Se trata del Front Nacional de Catalunya, que aspira a aglutinar otras fuerzas a la derecha de JxCat con el fin de entrar en el parlamento autonómico con un programa similar en muchos aspectos al de Vox, pero con un marcado sesgo nacionalista catalán. En algunas encuestas el FNC ya asoma la cabeza. De momento su visibilidad mediática es casi nula, pero el caldo de cultivo formado por la crisis, la inseguridad, la inmigración y el desengaño con las principales fuerzas independentistas hace presagiar su crecimiento y posible entrada en el parlamento en los próximos años.

En efecto, en Cataluña están a punto de enterrar al “procés”. No obstante, lo sorprendente es que su enterrador no será el gobierno de España o sus instituciones sino el principal partido independentista, ERC.

Lo han adivinado, el tripartito vuelve a Cataluña. Sánchez lo necesita para consolidar su posición y ERC para apartar al entorno de Puigdemont de los resortes del poder autonómico. Y como telón de fondo, se empiezan a avizorar los contornos de un futuro tablero político donde temas como la inmigración, el Islam o la defensa de valores tradicionales tendrán más importancia que la confrontación entre “constitucionalistas” e “independentistas”. Lo indica tanto la entrada de Vox como la consolidación incipiente de un independentismo identitario que dará mucho que hablar a partir de las elecciones de febrero.

En definitiva, prepárense estimados lectores porque en Cataluña todo seguirá igual para que algo cambie. Están avisados, después de Navidad vienen emociones fuertes.

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