Lo último del gallego, Alberto Núñez Feijóo, ha sido la petición de retirar todos los vehículos que excedan los diez años.
Algo así como diecinueve millones de vehículos fuera de nuestras carreteras
Si el dislate fuera podemita nos preguntaríamos qué se ha fumado el colega, pero el gallego genovés parece muy ducho a la hora de pronunciarse en sandeces que evidencian lo lejos que está del sentido común y de las perentorias necesidades del ciudadano.
Si esta chorrada es trabajo del sesudo sanedrín de asesores con González Pons a la cabeza o no da lo mismo, bastante tiene Pons con la pifia del CGPJ.
En todos y cada uno de los aspectos institucionales, sociales y económicos, Feijóo no parece haberse dado cuenta de la emergencia hispánica, de la emergencia social de un país hecho girones en todos los aspectos, cuando está más pendiente de cumplimentar la agenda tiránica de un ecologismo ramplón y desmesurado, en vez de dar un giro de ciento ochenta grados a la situación de riesgo que nos precipita al abismo más oscuro de las incertidumbres.
Hartos de ocurrencias, de ineptitudes, de burricies e idioteces de todos los ministerios sanchistas, lo que le faltaba a la sociedad española es la inquietud del desvarío de Feijóo para soltar tamaña andanada de estupideces y desatinos cuando aboga por la retirada inmediata de un parque móvil de motores de combustión.
¿Acaso nos va a pagar él los coches?
La verdad sobre este señor es que es un totalitario aldeanista elevado al cubo de un Gobierno exento de sentido común y empatía hacia la resolución de problemas reales, duro con el pueblo y melífluo con el adversario, partidario de políticas lingüísticas gregarias en Galicia, defensor de la vacunación obligatoria y de políticas de encierro total, de segregación motivacional sanitaria. Se le ven las ínfulas dictatoriales con marcado sesgo socialdemócrata.
El es el presidente del Partido Popular, candidato a la presidencia de España, ¿hay diecinueve millones de razones para no votarle?
Buena es la crítica frente a los exabruptos de Feijóo para conseguir que se centre, tal y como sucedió cuando casi cayó en la trampa de la negociación por el CGPJ, en la que Pons jugó al despiste, como en toda su vida política.
España está en la cuerda floja. Prudencia, Feijóo, prudencia.