La difícil gestación de un nuevo sistema

Gran Reseteo, oportunidad única, nueva realidad o nueva normalidad. ¿Les suenan estas palabras? Estoy seguro de que la respuesta es afirmativa. Día tras día la mayor parte de nuestra clase política y económica, regional, local, nacional, europea e internacional repite sin cesar estos mantras. Es una evidencia que la pandemia ha cambiado casi por completo nuestra vida habitual.

La sensación de miedo e incertidumbre es la nueva constante en España y en buena parte de un mundo occidental que ha hecho de la comodidad y del rechazo a la idea de muerte su leitmotiv.

Más allá de los sufrimientos ocasionados por la pandemia, parece bastante claro que ésta ha supuesto una auténtica oportunidad para que la mayor parte de élites mundiales presente a la población un profundo cambio de vector en el modelo de desarrollo en el que hemos estado inmersos, como mínimo, desde el fin de la II Guerra Mundial.

Se trata de la transición hacia un nuevo modelo económico que ya no podremos llamar propiamente capitalista puesto que sus motores principales ya no serán el capital y el factor trabajo, sino la estricta gestión de la información, los datos y el comportamiento humano. Es el mundo que desde años e incluso décadas se discute en centros de pensamiento como el Club de Roma o el Foro de Davos. La vieja sociedad capitalista industrial y de consumo, según estos centros, está condenada a la desaparición en las próximas décadas.

La escasez y limitación de recursos naturales, la saturación de los mercados y los problemas asociados al cambio climático hacen necesaria una reducción en el uso de recursos que sólo es posible mediante la desaparición de la sociedad de consumo, tal como señala abiertamente Ernst von Weizsäcker, Presidente del Club de Roma. En la misma dirección, el Presidente del Foro de Davos, Klaus Schwab, habla insistentemente de un Gran Reseteo Global que debería ayudar a culminar lo que él denomina Cuarta Revolución Industrial: basada en la nanotecnología, la Inteligencia Artificial, la robotización, la desaparición del dinero físico, las energías renovables y un cambio de paradigma económico fundamentado en el decrecimiento, defendido ya en el Informe Meadows publicado por el Club de Roma en 1972, y la desvalorización del concepto de propiedad privada y de intimidad.

Básicamente lo que nos proponen tanto el Club de Roma como el Foro de Davos es una sociedad sin intimidad, con una propiedad privada muy limitada a base de incrementos en la llamada fiscalidad ecológica, sin clases medias, altamente controlada por la Inteligencia Artificial y donde el principal medio de cambio no será el dinero físico sino los datos. En definitiva, algo más similar, aunque no idéntico, al modelo propuesto por la China actual que a la realidad que hemos conocido hasta ahora.

Lo cierto es que las tendencias sociales y económicas actuales, más aún desde la pandemia, parecen llevarnos hacia una sociedad donde el factor trabajo y el capital, tal como los hemos conocido hasta ahora, saldrán muy debilitados. En primer lugar porque la digitalización, la introducción de sistemas altamente eficientes de gestión de recursos como la Inteligencia Artificial o la robotización permitirán incrementar los niveles de productividad hasta tal punto que el factor trabajo perderá buena parte de su importancia. Lo que, de facto, supone la liquidación de un porcentaje nada desdeñable de la clase media. Y en segundo lugar porque el incremento del paro tecnológico, unido a la saturación de los mercados, la crisis permanente en la demanda, el endeudamiento y los mayores costes energéticos (efecto de la transición a las llamadas energías renovables) contraerán aún más la demanda y generarán bolsas de pobreza permanente y de potencial inestabilidad. ¿En una sociedad así hace falta un sistema educativo de calidad?

Este nuevo sistema es enormemente beneficioso para las élites, ya que, como argumenta Yuval Hariri en Homo Deus, podrán dejar de tener en cuenta los deseos de la población y controlar más fácilmente a las “nuevas clases peligrosas” mediante las tecnologías de la información y la limitación del acceso a los recursos (fiscalidad ecológica y renta mínima condicionada a ciertos compromisos).

En este sentido es interesante leer al economista británico Guy Standing, que hace años constató dos fenómenos cruciales: la aparición de lo que él denomina precariado y la secesión de las élites respecto al resto de la población.

Ante este panorama francamente incómodo las élites económicas y administrativas van a enfrentarse a una creciente rebelión social y política y el único medio de aplacarla es aumentando el control social sobre la población, tal como ya ha hecho China con la introducción de un carnet social por puntos donde el acceso a los recursos está condicionado a la obediencia, y, al mismo tiempo, subvencionándola mediante la renta mínima universal.

Los principales sectores afectados por la pandemia son precisamente los más vinculados al sector de servicios, la sociedad de consumo y la industria

En Occidente, especialmente en Europa, estamos viendo que a raíz de la pandemia y de modo más suave se están imponiendo medidas que, más allá de las obviamente necesarias para combatir el problema sanitario ocasionado por ésta, parece que van enfocadas a limitar los derechos individuales y favorecer la aceleración del cambio de vector hacia la dirección mencionada.

Cierres permanentes de negocios (especialmente hostelería, cines y teatros), teletrabajo, educación semipresencial, legislación en contra del dinero efectivo, restricciones en el derecho de manifestación o la implantación de la renta mínima, que, por cierto, fue propuesta por el propio Klaus Schwab en el Foro de Davos hace dos años y que ha sido respaldado por el mismo FMI.

Además, no hay que ser ciego para ver que los principales sectores afectados por la pandemia son precisamente los más vinculados al sector de servicios, la sociedad de consumo y la industria tradicional.

La concentración del capital sigue profundizándose a costa de las pequeñas y medianas empresas

Estos sectores nunca se recuperarán a niveles anteriores a la crisis, entre otros motivos porque ya estaban condenados antes del estallido de la pandemia por la innovación tecnológica, la desindustrialización y los nuevos hábitos de consumo. El propio Bill Gates ya ha advertido de ello hace pocos días.

Por el contrario, los grandes ganadores sociales y económicos de esta crisis son las grandes corporaciones tecnológicas, las farmacéuticas y el sector de las energías renovables, que recibirá inyecciones en el marco del plan de recuperación lanzado por la UE para salir de la crisis ocasionada por el covid-19. En efecto, la concentración del capital sigue profundizándose a costa de las pequeñas y medianas empresas.

Dentro de unos años percibiremos a la pandemia de covid-19 como el evento o cisne negro que aceleró la mayoría de procesos que estaban en marcha desde finales del siglo XX y la crisis económica de 2008.

Por otro lado, no podemos dejar de inquietarnos por los efectos que el nuevo sistema económico y social que está fraguándose tendrá sobre las nociones de libertad, democracia y soberanía nacional. De momento, es fácilmente constatable que las consecuencias de la pandemia, unidas a las implicaciones de los cambios tecnológicos, al creciente poder del sector digital y al crónico endeudamiento de los estados, están provocando que la soberanía nacional de la mayoría de estados continúe erosionándose y perdiendo legitimidad y utilidad a ojos de una parte considerable de la población. En el caso europeo, vemos como la soberanía real de la mayoría de miembros del club es sólo ya una ficción. La complejidad y el nivel de interdependencia alcanzado están moviendo al planeta hacia una creciente regionalización económica que se superpone al incipiente proceso desglobalización impulsado por la rivalidad entre Estados Unidos y China y el retroceso objetivo en el comercio mundial.

Sólo los países-continente con viejas tradiciones imperiales tienen alguna posibilidad de desafiar o adaptarse al nuevo sistema conservando sus viejas prerrogativas. Estoy aludiendo a Estados Unidos, que previsiblemente perderá su hegemonía, China, Rusia, India y, en muy menor medida, Turquía o Irán. En este sentido es interesante subrayar que la UE está apostando decididamente por la transición hacia un modelo federal que, de momento cuenta sólo con la oposición vehemente de Polonia, Hungría y parte de la élite italiana y alemana. Mientras tanto, China acaba de formar un espacio de libre comercio multilateral que engloba a todo el sudeste asiático, Japón y Corea del Sur y que escapa al control de unos Estados Unidos centrados en su NAFTA y los mercados de Europa e Hispanoamérica.

Uno de los principales resultados de todo este proceso podría ser la creación de una alianza de todos los perdedores del viejo mundo enfrentada a los ganadores del nuevo mundo feliz. Indudablemente el viejo mundo ya ha muerto pero el nuevo aún no ha nacido. Es un vaticinio, la década de 2020-2030 será terriblemente interesante y estará repleta de sorpresas imprevisibles.

La batalla por el futuro no ha hecho más que empezar.

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