Todas las naciones han tenido y tienen sus héroes; España, por su larguísima Historia ha escrito páginas brillantísimas de sacrificio, abnegación y valor desde tiempo inmemorial, pero al igual que nuestra galería de héroes es extensísima, no podían faltar las excepciones que se producen en toda actividad humana, con una relación, afortunadamente más corta, de traiciones, delaciones y felonías. Esto pretender ser un catálogo abreviado de algunos infames que nos han precedido.
Dejo para el final los actuales, muchos y variados y, aunque por desgracia cada día son más previsibles, no dejan de sorprendernos con sus vilezas y ruindades.
Desde el principio la debilidad humana en forma de envidia, rencor, rivalidad, o ambición patológica y desbordada, han protagonizado muchas de estas conductas.
He aquí unas pinceladas de nuestra particular historia de la infamia:
Ya Estrabón en su tomo tercero, de los diecisiete que dedica a Iberia, geografía, costumbres e historia y haciéndose eco de Posidonio, escribe que circulaban poemas entre los íberos de las llanuras del sur de Andalucía, con más de seis mil años de antigüedad, en los que se describen tragedias con los ingredientes propios de las mismas: amor, traiciones, sacrificio, odio, etc.
Sin tener que remontarnos tanto aparecen en las crónicas romanas los traidores que, con nocturnidad, alevosía y abuso de confianza, asesinaron a Viriato, un pastor-guerrillero lusitano que plantó cara a las legiones romanas, trayéndolas en jaque durante más tiempo del que los dueños del mundo conocido podían soportar. La vileza fue perpetrada por tres de sus generales: Aurax, Ditalcon y Minuro.
Para la Historia quedó la frase cuando en el momento de presentarse a recibir la recompensa prometida por su crimen, fueron despedidos por el procónsul Quinto Servilio Cepión con la expresión: “Roma no paga a traidores”. Con lo que mataba dos pájaros de un tiro, se ahorraba la recompensa prometida y dejaba a estos absolutamente desprovistos de cualquier protección que pensaran comprar con el oro recibido.
Años más tarde y, aunque Lusitania era un territorio a caballo entre la actual Portugal y España, Oliveira Salazar, primer ministro portugués de los años sesenta, lo ensalzó como héroe nacional de la nación lusa.
Siguiendo el devenir del tiempo nos acercamos a la época de los visigodos, cuya monarquía al ser no ser hereditaria deparó abundantes episodios de magnicidios y traiciones. Las facciones de los nobles pugnaban de forma permanente por el trono. Que se acuñase la expresión “morbo Gothorum” o «enfermedad de los godos», no era otra que la referente al asesinato de sus reyes o, como mínimo, su destronamiento.
Magnicidio tras magnicidio – algunos reinados duraron el tiempo récord de un día – llegamos al que fue el último rey godo, Don Rodrigo. Éste, como no podía ser de otra manera, tenía a una parte de la nobleza en su contra.
El conde Don Julián, a la sazón gobernador de Ceuta, había hecho frente en numerosas ocasiones a las turbonadas árabes que dominaban ya todo el norte de África e intentaban conquistar la ciudad con los ojos puestos en la península, manteniéndolos siempre a raya. Pero ocurrió un suceso desafortunado con su hija que se encontraba en Toledo, en la corte del rey Don Rodrigo, donde éste la violó.
A raíz de este suceso el conde Don Julián, en complot con algunas de las facciones rivales del rey – aquí se conocían todos – decidió tomar desquite por tal agravio. Una de las mismas estaba liderada por un tal Agila que, anteriormente se había autonombrado rey y fue depuesto. Naturalmente no aceptó nunca a Don Rodrigo. En la conjura decidieron jugársela cuando llegase el momento propicio. Éste se presentó durante la batalla de Guadalete, o de la laguna de la Janda.
Entre los traidores se encontraba también el obispo Don Oppas, al que el rey le había encargado el mando de una de las alas del ejército. Comenzada la contienda y en un momento determinado, los confabulados se pasaron al bando de Tarik, ocasionando la destrucción total del ejército visigodo y, como consecuencia, vía libre a la invasión.
Consumada ésta, llega un periodo más o menos largo en que los reinos del norte de España se van reorganizando poco a poco. Después de la batalla de Covadonga comienza la Reconquista del suelo patrio.
Fuese por debilidad de estos reinos, por falta de recursos, preparación u otras cuestiones, ésta quedó paralizada durante más de veinte años. Es el periodo que la Historia ha llamado, de los “Reyes Holgazanes”, desde el año 768 al 791 en los reinados de Aurelio, Silo, Mauregato y Bermudo I el Diácono.
Abderramán I viéndose muy superior tras este periodo de relativa calma, exige a Mauregato que, para mantener su reino a salvo de las aceifas, debe de pagar un tributo especial, el de las “Cien doncellas”, a lo que éste accede.
El reinado de Mauregato fue breve y de accidentada historia. Era hijo bastardo de Alfonso I y de una esclava mora llamada Sisalda. En complot con una de las facciones asturianas de la nobleza depusieron del trono al heredero legítimo, Alfonso II, que tuvo que huir a tierras alavesas para salvar la vida. En esta traición – cómo no – fue apoyado por Abderramán I.
Transcurrido un tiempo y después de la batalla del desfiladero de Lodos, Alfonso II, ya repuesto en su trono, vence a Abderramán II, a la sazón emir de Córdoba, con lo cual ese tributo, oneroso y cruel queda suspendido.
En tiempos del rey Ramiro I y, al parecer por la debilidad de su reinado, los árabes vuelven a exigirlo.
Pero a veces las cosas no son como parecen, o al menos hay sucesos y situaciones que, por tocar una fibra sensible quizás dormida más tiempo del necesario, ésta despierta. Ese momento llegó cuando un municipio vallisoletano, al que le correspondían mandar a siete de sus doncellas en el reparto de la infamia, éstas fueron entregadas sin la mano izquierda.
Tras el espectáculo, horroroso e inaudito, Ramiro I impresionado mandó correos al emir cordobés en el que informaba de su negativa a seguir humillándose, y envió de nuevo a las mutiladas doncellas a sus casas con este mensaje: “si mancas me las das, mancas no las quiero”. Pasado un tiempo tal villa tomó el nombre de Simancas.
Como represalia y castigo por no acceder al pago, Abderramán II envió una expedición con la intención de vengar tal negativa. Ramiro I le vence en la segunda batalla de Albelda, mitificada por la de Clavijo en la que se habla de la participación en la misma de Santiago Matamoros.
El tributo de las Cien Doncellas y la batalla de Clavijo han sido temas de controversia para los historiadores quienes, divididos en dos posiciones han intentado, unos demostrar la veracidad de los acontecimientos, otros se han esforzado en negar su autenticidad.
(Continuará)
Blog del autor:
Muchas gracias por el artículo. Lo mismo que se superó la tradición de todos estos, superaremos las de los actuales.
Gracias por el artículo hoy en día toca aprender del pasado aunque sea tan remoto.
MUY BUEN ARTÍCULO, ESPERANDO LA SIGUIENTE PARTE, ME IMAGINO QUE HABRÁ ALGUNA MÁS.