Hatajo de socialistas

Casi en el ecuador del siglo pasado, del siglo XX, una de las enésimas polémicas y controversias entre distintas corrientes que cuestionan el absoluto intervencionismo económico acabó quedándose para la historia.

Era el año 1947 y se estaba desarrollando, en Suiza, un cónclave de la Sociedad Mont Pélerin. Esta entidad es una escuela de pensamiento centrada en cuestiones de libertad política y económica, resultante de una convocatoria del economista austriaco Friedrich von Hayek.

Pues bien, durante el desarrollo de la sesión en cuestión, el también austriaco Ludwig von Mises le espetó al estadounidense Milton Friedman (líder de la Escuela de Chicago) que eran un “hatajo de socialistas” (en verdad, se dijo, en inglés, “You are all a bunch of socialists”).

La noción del orden espontáneo no es tan cristalina en el caso de los “friedmanianos”. Ellos no son plenamente conscientes de los derechos de propiedad y la praxeología en la acción económica y humana. Tampoco se oponen a la existencia de la banca central.

Ahora bien, pese a lo interesante sobre la polémica, no vamos a centrarnos en la misma. Más que nada, vamos a centrarnos en ciertos aspectos que podemos encontrarnos, de una u otra forma, en la política cotidiana.

Son ideas, no meras ubicaciones concretas

Hay quienes creen que el socialismo es una mera institución o una serie de documentos que dicen abiertamente secundarlo, con una imagen corporativa y propagandística concreta (normalmente, de colores rojizos).

Hay quienes no entienden muy bien el concepto de sutileza llevado a la práctica. No se concibe muy bien que los hechos, en casi todos los aspectos de la vida cotidiana, hablan por sí mismos «Por sus frutos les conoceréis» (Mt. 7, 16).

En este caso, la cuestión sería no percibir que socialista es todo aquel que, en mayor o en menor medida, propone cosas como la imposición de los topes salariales, la confiscación de los ahorros, la modulación de la libertad de circulación o el control de nuestras mentes.

Y sí, también es cierto que el socialismo está enlazado con el materialismo en sí mismo, directa e indirectamente. No se considera que lo que reina sobre reyes y está encima de todo está en el más allá celestial, no en conceptos artificiales desarrollados a lo largo de la historia.

En consciencia sobre el pecado, cero sorpresas

La desobediencia de Adán y Eva a la hora de discernir sobre los frutos de cierto árbol hizo que toda la humanidad naciese con el pecado original, el cual se combate con el sacramento bautismal.

De todos modos, una vez hecha esa enmienda sacramental, el hombre tiene que controlar sus malas pulsiones, que no tienen por qué tener el mismo grado. Puede querer jugar a ser Dios o contrariar, inocente o conscientemente, algún mandamiento de las Tablas de Moisés.

Así pues, se le prescribe al hombre tener cuidado con su alma (esta ha de ser sanada, cuidada y controlada), sin negar la gracia, mediante periodos y estrategias de oración, meditación y mortificación.

Con lo cual, no ha de sorprender que, cuando se preocupan por el rumbo de la sociedad y pretenden influir en ella, aún con las mejores intenciones internas del mundo, acaben proponiendo medidas socialistas.

El proteccionismo agrícola, la regulación de la vivienda (ante problemas causados por la hiperregulación del suelo, por ejemplo), el control de la educación (como si eso fuera el maná frente al lavado de cerebro “woke”) o pedir ciertas ayudas son ejemplo de ello.

También se aprecia esto, en un mal sentido, en la medida en la que uno, al negar la dimensión orgánica natural de la sociedad y la dignidad humana del individuo con su fuero interno, acaba proponiendo rehenes estratégicos o determinado qué vidas han de ser vividas y cómo y cuándo.

De ahí que se acabe instrumentalizando a las personas, en base a una característica determinada, para intentar enfrentarlas con el resto de la sociedad (ocurre con los inmigrantes, los homosexuales y las mujeres) y generar una colectivización totalmente problemática.

Luego, algunas pulsiones previa y brevemente advertidas, vienen justificadas por la preocupación extrema y desmesurada ante algo que no es el más allá (por ejemplo, la entelequia de la Nación o la Naturaleza entendida como algo endiosado).

Un cambio de chip

Si asumimos que es imposible que exista un patrón homogéneo de comportamiento para toda la acción humana, entonces no debe de ser complicado mejorar nuestra perspectiva aún siendo conscientes de que siempre habrá una discrepancia (no se trata de montar una secta).

El socialismo va más allá del color rojo o del decir serlo. Como del Mal y de la Revolución mismas, las cuales lo compilan y encarnan, hay que reconocer que existen distintos grados y modos de aplicación y consideración.

Oponerse al socialismo ha de ser, en verdad, una especie de cruzada práctica, en la que todos podemos participar. Eso sí, no se trata esto de ninguna clase de economicismo materialista, ya que eso también se cuestiona.

Una sociedad orgánica, en la que obviamente habrá una noción de patria espontánea y una necesidad de cuidar lo que es una creación de Dios y forma parte de la naturaleza y del bienestar de cada cual, requiere ser cuidada desde los cimientos.

Tenemos que hacer un esfuerzo para no tener miedo al más allá, para ser responsables, para evitar la aversión al riesgo. El endiosamiento de lo artificial o el miedo absoluto acabarán encadenándonos.

Una vez desposeídos de esas cadenas, podemos tener la garantía del florecimiento social, de la fertilidad de la comunidad, dando importancia tanto a la prosperidad material como a la libertad de las conciencias y el compromiso con el Bien.

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