Expulsada de Disney por derechista, Gina Carano quiere su propia versión de John Wick

Carano fue despedida hace unas semanas por expresar sus ideas políticas derechistas en las redes sociales. Ahora, más que nunca, esto es algo que la combativa actriz se niega a dejar de hacer.
Una guerrera cultural en la era más sectaria que Hollywood ha conocido.
A mediados de siglo XX, la industria del cine y la TV estadounidense tenía un marcado carácter conservador, anticomunista y liberal en lo económico-empezando por el propio Walt Disney o por algunos de los más célebres actores y directores.
En los 60 la política anti commie de posguerra mundial y guerra fría se relajó. Muchos de los inmigrantes judíos- generalmente de izquierdas- que habían venido de centro Europa huyendo de los nacionalismos de derechas entraron a formar parte del entramado de Hollywood, la industria del cómic o la TV, y hubo un verdadero pluralismo de ideas en el mundo del entretenimiento.
Sin embargo, la tendencia desde los años 60 ha sido la de caminar de forma constante hacia el liberalismo de izquierdas o, incluso y cada vez más desde finales de la década del 2000, hacia posiciones de izquierda radical, no tanto en lo económico, pero sí en los aspectos ideológicos y culturales de la política.
A día de hoy, la industria audiovisual está copada por directores y actores de marcado carácter izquierdista, productores judíos liberales de izquierda y guionistas cercanos al neocomunismo marcusiano posterior a los años 60.
En este contexto, cada vez más escorado a la izquierda, las ideas de derechas han ido estigmatizándose progresivamente, viéndose como algo intrínsecamente negativo y moralmente reprochable.
Para la izquierda sociológica, la cultura audiovisual es una de las armas más potentes que hay que controlar para dirigir y moldear la opinión pública.
Salvo marcadas excepciones de actores ya consagrados de avanzada edad, tales como Clint Eastwood (anti «progre»), Mel Gibson (católico conservador), Bruce Willis (liberal de derecha), Chuck Norris (nacional-conservador), Robert Duvall (cristiano), John Voight (padre de Angelina Jolie con ideas muy tradicionales) o James Woods (anti izquierdista y muy conservador), los actores y actrices que hacen públicas sus ideas de derechas tienen poco recorrido en el Hollywood actual.
De estos pocos cristianos, solo Chuck Norris y Woods, que ya son bastante ancianos y tienen poco que perder, son activos políticamente.
En las elecciones de 2016, el mismísimo Eastwood, adorado por estadounidenses de todas las ideologías, vio como su cuenta de twitter era eliminada por retwittear un meme cómico de La Rana Pepe celebrando la victoria de Trump.
Ya no hace falta ser estrictamente de derechas para ser condenados al ostracismo hollywoodiense. Actores independientes, centristas o incluso de izquierdas han sufrido cancelaciones o ataques en redes por no estar de acuerdo con determinadas ideas de la nueva izquierda hegemónica.
El actor Chris Pratt, que solamente ha hecho público que es cristiano, sin entrar en más consideraciones, ha sufrido acoso en redes por no ponerse los pronombres de género en su descripción de Twitter.
El cada vez más reputado actor Henry Cavill, también ha recibido intentos de cancelación recientes por haber cometido el grave delito de haber tenido en el pasado una breve una relación sentimental con una mujer «facha» e «intolerante» que no fue otra que la mismísima Gina Carano.
Por contra, hay decenas de actores y actrices de extrema izquierda que hacen públicas sus ideas sin que eso suponga un problema laboral o social para ellos. Algunos de ellos tan repulsivos y beligerantes como Michael Moore, quien por cierto, está años luz más escorado a la izquierda de lo que puede estar el estadounidense promedio, sin que las trasnochadas ideas que profesa le supongan un problema de cara a su desempeño profesional.
Asimismo, la mayoría de actores, productores y directores de Hollywood son, a día de hoy, próximos a idearios liberales de izquierda. Idearios que poco tienen que ver con el sano y moderado liberalismo de izquierdas que caracterizó al Partido Demócrata hasta los años 90, pues tanto el partido como la corriente liberal de izquierdas están cada vez más contaminadas de ideas extremoizquierdistas en materias como el problema racial, la violencia o el feminismo.
La nueva idiosincrasia que reina en Hollywood es terriblemente intolerante e intransigente.
A las ideas cerradas de productores, directores y «asesores de género», que ven poco menos que al hombre y a la raza blanca como problemas político-sociales que hay que mitigar y contrarrestar con propaganda política e ingeniería social, se le suma el activismo que llevan a cabo en redes los autodenominados Social Justice Warriors o «guerreros de la justicia social».
Los SJW o ‘wokes’, son una serie de jóvenes y no tan jóvenes, con ideas de extrema izquierda, que se dedican a hacer campaña en contra de todo aquello que consideran mínimamente derechista o «apologeta» de la raza blanca, la cultura occidental o la masculinidad entendida en un sentido tradicional.
Infinidad de críticos de cine, arte y videojuegos se mueven dentro de estos mismos parámetros. Las facultades de letras de las universidades anglosajonas son una fábrica de ellos.
Prácticamente ninguna producción, ni siquiera la mayoría de pelis y series de los últimos años que procuran de antemano contentar a la izquierda política, se libran de la crítica furibunda y deconstrucción en redes por parte de este nuevo tribunal de la santa inquisición. Un tribunal compuesto por activistas de internet con mucho tiempo libre, y críticos de periódicos y revistas, que parecen vivir siempre enfadados y supeditar el arte a la ideología.
Ya ni siquiera hace falta ser de derechas para sufrir acoso y apartheid. Hace poco la escritora de Harry Potter, J.K.Rowling, era «cancelada» por los propios fans de la saga y varios actores de sus películas, por poner en cuestión algunos de los dogmas de la ideología queer, un feminismo radical y teoría LGTBI que aboga en última instancia por la abolición de los sexos, de la misma forma que el marxismo clásico abogaba por la abolición de las clases sociales.
Ante este panorama de polarización social en Estados Unidos y apartheid antiderechista y anticentrista (pues «si no eres parte de la solución eres parte del problema») de la industria audiovisual, significarse política o, tan siquiera ideológicamente, sin siquiera entrar a apoyar a políticos concretos, se traduce en la muerte laboral para una joven personalidad de derechas.
Gina Carano no se rinde.
El pasado febrero, Carano era expulsada de la exitosa serie de la que formaba parte, The Mandalorian. De esa forma, la todopoderosa Disney ponía fin a su prometedora carrera dentro del universo Star Wars y, de alguna manera, la vetaba dentro de la industria de Hollywood.
Más allá de que algunos de los mensajes de la actriz fueran un tanto beligerantes y combativos, algo que obviamente no es recomendable en una profesión como la suya, a Carano se la echó de su puesto de trabajo por apoyar al presidente saliente Donald Trump, a quien en las últimas elecciones apoyaron más de 70 millones de norteamericanos.
No cabe duda de que Disney ya no es aquella corporación conservadora que fundó su creador, sino un mega conglomerado en manos de personalidades muy de izquierdas (y muy ricas), comprometidas con la agenda cultural de la nueva izquierda.
Aun con todo, Disney es moderada ideológicamente hablando si la comparamos con Netflix y algunas otras de las productoras mayoritarias actualmente. Esto da una idea de hasta qué punto Gina Carano cavó su propia tumba en la industria.
Haber perdido oportunidades laborales millonarias, no ha hecho sino alentar el espíritu luchador de Gina Carano, una auténtica guerrera italomericana de armas tomar.
Paradójicamente y a pesar de no ser feminista-seguramente también por eso mismo-, Gina encarna como pocas estadounidenses el ideal de mujer empoderada por méritos propios.
Gina no solo es actriz y modelo, sino también experta en artes marciales y una culturista saludable. Gina Carano es una de las pocas mujeres de la industria del entretenimiento audiovisual, que serían realmente capaces de defenderse de violadores, pegar palizas a contrincantes masculinos o liderar un escuadrón en un conflicto armado.
Con el dinero que ha ganado de la lucha libre, la participación en The Mandalorian y el modelaje; y aprovechando la fama y el apoyo adquiridos entre la población estadounidense y occidental de derechas o con ideas contrarias al marxismo cultural, Carano se ha propuesto llevar a cabo proyectos cinematográficos alternativos y alejados del cariz izquierdista que reina en el cada vez más decadente, repetitivo, sectario y agotado Hollywood.
¿Un John Wick con el sello Carano?
En el primer tercio de la década pasada, la cinta John Wick revolucionaba el cine americano de acción, muy venido a menos en los años previos tras décadas de grandes éxitos.
John Wick es, precisamente, una vuelta a las esencias del cine acción.
Y eso significa también una vuelta a ese ideal masculino de hombre blanco duro, heterosexual- aunque en este caso poco activo sexualmente debido a su monógama y tradicional devoción hacia su esposa fallecida-, solitario, lleno de fortaleza y un tanto asocial que a través de su fuerza, astucia, disciplina, inteligencia, mente fría, habilidades adquiridas y extraordinaria predisposición genética, es capaz de hacer frente a las mayores adversidades.
Si bien, aparentemente, las siguientes cintas de la saga iniciada en 2013 no han sido «corregidas» ni censuradas en exceso por la corrección política omnipresente de los nuevos tiempos y los críticos, opinólogos, guionistas y activistas de izquierda que destrozan todo lo que tocan, sagas como James Bond o Ocean’s ya no pueden decir lo mismo.
Por otra parte, la sobreexplotación de John Wick es ya un hecho. Hay varios proyectos en este sentido incluida una serie donde, casi con toda probabilidad, nos metan marxismo cultural en vena (además de mucha paja y subtramas insulsas).
Un buen título al estilo John Wick podría cuajar muy bien en estas horas bajas para la industria cinematográfica estadounidense. Más aún si tenemos en cuenta el descomunal apoyo que tiene Gina Carano entre los potenciales consumidores de este tipo de cine.
Ahora bien, la fortuna personal de Carano no es suficiente para crear de la nada un estudio propio que compita en calidad con los grandes de la industria y pueda distribuir y publicitar masivamente la cinta dentro y fuera de Estados Unidos.
Posiblemente, un crowdfunding bien planeado podría llegar a recaudar grandes cantidades de dinero. Pero Gina necesitaría asociarse antes con otros productores de ideas afines.
En cualquier caso, si lo de Carano sale bien, aquellos españoles de derechas que decían querer llevar a cabo una superproducción ensalzando a Don Blas de Lezo, pueden ir cogiendo ideas. Los directores y productores «progres» ya han dejado claro que no tienen el mínimo interés en rescatar dicha figura o fomentar el sentimiento identitario español.
Ya sea en Estados Unidos o en España, a la derecha sociológica no le queda otra que entender que occidente está librando una guerra cultural y política interna y que hay que empezar a espabilar.