España frente al espejo

Algo se ha roto en la sociedad española. El cansancio, el desánimo, la desazón, la incomprensión, la incertidumbre, el desconcierto frente a la situación que estamos viviendo lo invade todo. Pequeños y medianos empresarios, trabajadores de la hostelería, jóvenes formados y desempleados, mayores de 55 años en paro de larga duración, pensionistas, asalariados con sueldos modestos tratando de acceder a la vivienda, pequeños propietarios asustados por el fenómeno de las ocupaciones, etc.

Casi no queda sector de la población que no esté preocupado o muy preocupado con su presente y futura situación. Sólo hace falta hablar un poco con los compañeros del trabajo, escuchar a la gente por la calle o intervenir en las castizas conversaciones de bar para constatar la creciente indignación que invade cada vez a más españoles frente a las mentiras, promesas incumplidas e incompetente gestión de un gobierno de la nación sin más proyecto que eternizarse en el poder y lucrarse con su ejercicio.

España necesita un proyecto, un proyecto nacional de salvación. Pero no mañana, sino ahora. Ya hace décadas que España vive inmersa en el cortoplacismo, en la indolencia estratégica, en la proyección de deseos sin fundamento y en la utopía. Han sido décadas de autocomplacencia, de descuido de lo fundamental, de olvido de la palabra soberanía.
Queridos lectores, la palabra soberanía no es un vocablo sin más, tiene contenido y el problema de España es que la mayoría de partidos lo han vaciado. Soberanía no implica simplemente aprobar subidas o rebajas de impuestos, votar un parlamento o participar en los Juegos Olímpicos. Soberanía es, entre otras cosas, tener poder y capacidad de cambiar la realidad en aras de asegurar los intereses de España como estado-nación, así como la prosperidad y supervivencia de sus ciudadanos.

La pandemia y su pésima gestión han permitido constatar la extrema debilidad de España. El país que más ha padecido las consecuencias económicas de ésta. ¿Por qué ha sido así y no de otro modo? Esta debería ser la pregunta que los partidos políticos y la ciudadanía tendrían que hacerse y responder para poder afrontar el problema y solucionarlo

Sin embargo, en las altas esferas no vemos nada parecido a esto. Todo lo contrario. La escena política está inmersa en una comedia de vanidades en la que cada partido se conforma en acusar al otro de los males del país.
España y sus ciudadanos tendríamos que aprovechar el momento de crisis actual y mirarnos en el espejo. ¿Con qué finalidad? Hacer un ejercicio de sinceridad y ver qué le pasa a nuestro país y qué podemos hacer para levantarlo de nuevo.

En primer lugar, podríamos empezar por reconocer que España no es ya un gran país, ni el mejor país para vivir del mundo, ni el que tiene la mejor sanidad, ni un país donde todo el mundo puede prosperar, ni siquiera un país tan seguro como creíamos.

España desgraciadamente encabeza el índice de paro general y juvenil en Europa, de pobreza infantil, de dificultades en el acceso a la vivienda, de inseguridad jurídica, de dificultad para abrir un negocio, de dependencia del turismo y el sector de servicios, de desindustrialización, de baja natalidad y de consumo de drogas.

Nuestra nación cada día que pasa se parece más a un país en vías de desarrollo y menos al núcleo europea que queríamos emular cuando entramos en la UE, excepto en temas como la permisividad hacia la inmigración ilegal donde hemos seguido exactamente el mismo camino que Francia, Reino Unido y Bélgica.

La suma de contradicciones sociales es tan explosiva que sólo cabe buscar analogías con la de los años 30

Lo vemos en las calles que vuelven a incendiarse con la menor excusa y donde la ultraizquierda de tintes anarquistas y comunistas actúa con una impunidad vergonzosa y el apoyo tácito de parte del arco parlamentario y de los medios de comunicación. No hay más que ver las tertulias de la televisión pública catalana y las negociaciones entre ERC, Junts y la CUP en Cataluña, que blanquean la responsabilidad de la ultraizquierda que representa la CUP en la agitación permanente de las calles barcelonesas y catalanas.

Las calles de Barcelona ardiendo las últimas semanas parecían una parodia esperpéntica de los desmanes criminales que la CNT-FAI y el POUM perpetraron durante la agitación previa al 1936 y en el curso de la Guerra Civil. Barcelona vuelve a ser la célebre Rosa de Fuego. Hay algo de eterno retorno en los acontecimientos que estamos viviendo.

Pero volviendo a lo fundamental. Las tensiones sociales realmente existentes y que constituyen el caldo de cultivo de la rabia social que estamos viendo estallar ahora tienen unas raíces profundas y haríamos mal en dejar de prestarles atención, aunque sean inaceptables las actuaciones e instrumentalización que hace la izquierda radical de ellas.

España necesita un plan serio de reindustrialización; recuperar la construcción y renovación de las plantas de energía nuclear; un masivo plan de construcción de vivienda con colaboración público-privada; proteger y blindar la propiedad privada; reformar el sistema fiscal introduciendo bonificaciones y sustanciales rebajas fiscales a emprendedores, familias numerosas y familias jóvenes que acceden a su primera vivienda; dejar de pagar rentas mínimas de subsistencia y reinvertir este dinero en la contratación de parados de larga duración o jóvenes sin experiencia laboral; auditar el gasto superfluo de la administración pública y negociar con la UE la asignación de los fondos de reconstrucción en la creación de un eje central que una España con Francia a través de Aragón y con Portugal a través de Extremadura. Este último proyecto sería vital para descongestionar la costa, dar oportunidades a la llamada España vaciada y ampliar los vínculos comerciales de nuestra nación al tiempo que se corrige la injusta inequidad territorial que padece nuestro país.

España puede volver a ser un gran país, pero sólo si soluciona sus problemas de manera seria y serena. Sin triunfalismos y falsa autocomplacencia. Hay mucho que hacer pero no nos queda demasiado tiempo. El fantasma de la anarquía vuelve a acechar por nuestras calles y sólo las fuerzas del orden no serán suficientes para estabilizar la situación. Es hora de mirarnos al espejo y extraer las lecciones pertinentes. En ellos nos va el futuro.

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