Escudo y bandera de la Ciudad de Tarragona

ESCUDO DE LA CIUDAD DE TARRAGONA

El escudo es rectangular cuadrilongo y redondeado en su base, sobre un campo de oro cuatro verados verticales en ondas de gules, ostentando al timbre Corona Real cerrada –que es un círculo de oro, engastado de piedras preciosas, compuesta de ocho florones de hojas de acanto, visible cinco, interpoladas de perlas y de cuyas hojas salen sendas diademas sumadas de perlas, que convergen en el mundo de azur, con el semimeridiano y el ecuador en oro, sumado de cruz de oro–. La corona igualmente está forrada de gules. Es una variación del señal Real de la Corona de Aragón, en la que los cuatro palos de gules se han modificado en verados. La Ciudad de Tarragona es jurisdicción real desde el año 1173.
BANDERA DE LA CIUDAD DE TARRAGONA

La bandera de Tarragona es un paño rectangular consistente en cuatro palos verados horizontales de gules sobre ondas de oro.
BREVE HISTORIA DE LA CIUDAD DE TARRAGONA
Posiblemente los primeros pobladores de Tarragona podrían ser los íberos cesetanos o cosetanos pertenecientes a la tribu de Kesse o Tarakon, que se habrían asentado en estos territorios sobre el siglo V a. C., fundando un poblado o pequeña ciudad sobre una colina cerca del mar. Esta tribu habría de mantener contacto con navegantes del mar Mediterráneo, sobre todo con los griegos que procedían de Ampurias.
Esta civilización ibérica acuñó monedas con la inscripción Tarakonsalir –en el idioma íbero, salir significaba plata–, por lo que se deduce que a la ciudad la denominaban como Tarakon, lo que daría pie a Tarraco, nombre dado por los romanos a la ciudad. La ciudad que hacía la función de capital de la nación noribérica de los cosetanos, desaparecería poco después de librarse una batalla entre los romanos y un ejército aliado de íberos y cartagineses, en la que los aliados sucumbirían ante las legiones romanas.
Sin duda, Tarraco, durante el periodo del Imperio Romano, fue una de las principales ciudades de la Península Ibérica, siendo capital de las provincias romanas de la Hispania Citerior y la Hispania Tarraconensis. El nombre completo que los romanos daban a la ciudad de Tarraco era: Colonia lulia Urbis Triumphalis Tarraco.
Hacia finales de siglo II a. C., los romanos y los cartagineses del norte de África se verían inmersos en una batalla mediterránea la cual fue conocida como la II Guerra Púnica. En esta ocasión los íberos se verían inmersos en esta contienda entre ambas civilizaciones que luchaban por hacerse con el control del Mediterráneo. Recordemos que en la I Guerra Púnica, los cartagineses ya habían perdido parte de los asentamientos de Italia, Sicilia, Cerdeña y Córcega. Esta civilización cartaginesa de larga tradición de navegantes perdía el centro del mediterráneo.
Tras la caída del Imperio Romano, los visigodos la mantuvieron como Diócesis, y muy próspera. Entre los años 714 y 716, Tarraco fue conquistada por las fuerzas musulmanas formadas por los árabes bereberes –se cree que esta conquista pudo haber sido pacífica, ya que no existen indicios de los contrario–.
En el año 1129, el arzobispo de la ciudad, San Olegario, cedería la ciudad como un principado eclesiástico a Robert Bordet, un mercenario normando que servía a las órdenes del monarca Alfonso I de Aragón. Este caballero fue nombrado “príncipe de Tarragona” mediante un pacto de vasallaje un 14 del mes de Marzo del año en cuestión. Los normandos se instalaron en la ciudad y Bordet estableció su castillo en la torre del pretorio –edificación romana que todavía se mantenía en pie–, iniciándose un proceso de colonización de la ciudad –que estaba bajo el control del arzobispo–.
Tras la muerte del arzobispo San Olegario, el día 6 de Marzo del año 1137, la situación en la ciudad se complicaría, puesto que el 1146 el Papa Eugenio III nombró como sucesor del obispado de Tarragona a Bernat Tort, hombre de confianza del Conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV. Tras este nombramiento se inicia un proceso marcado por constantes conflictos jurisdiccionales que finalizaron con la desaparición del principado y el restablecimiento del Conde de Barcelona.
En el año 1171 dieron comienzo las obras de la construcción de la Catedral, que será consagrada en el año 1331. Esta construcción será el eje de la ciudad. En Mayo del año 1348 la ciudad sufre las consecuencias de la peste bubónica, que provocó una gran mortandad entre sus habitantes. El descenso poblacional y la crisis general de la ciudad hicieron que el núcleo urbano entrase en una importante recesión.
Tras un mandato de la Corona, en el año 1368 comenzaron las tareas de reconstrucción y refuerzo de las murallas de la ciudad y de la fortificación, quedando el antiguo circo romano incorporado dentro del núcleo urbano, una vez construida la Muralleta.
Hacia la primera mitad del siglo XV, las desavenencias políticas desataron una guerra civil entre la Generalidad de Cataluña y Juan II de Aragón. El arzobispo de Tarragona se puso del lado del Rey D. Juan II, pero el Consejo Municipal acabó aliándose con la Generalidad. El 17 del mes de Octubre del año 1462, Juan II de Aragón llegó con sus tropas a Tarragona para sitiar y tomar la ciudad, incorporándola de pleno derecho a la Corona de Aragón. Tras esta guerra la ciudad entró en una gran decadencia, las estructuras quedaron muy dañadas y la población descendió drásticamente, obligando al Consejo Municipal a declararse en quiebra.
Los siglos XVII y XVIII no dejarán de traer nuevos conflictos bélicos a la ciudad. En el año 1640 dará comienzo la Guerra de los Segadores, que se prolongará hasta el año 1659. La ciudad de Tarragona sufrirá –dada su situación estratégica– varias incursiones en los años 1641 y 1644, sufriendo destrucciones de edificios y daños importantes en el puerto –lo que originó crisis en su economía, de la que no saldría hasta finales del siglo XVIII, tras la reconstrucción del puerto–.
No recuperada todavía de la Guerra de los Segadores, Tarragona vivirá otro gran conflicto bélico entre los años 1702 y 1714: la Guerra de Sucesión. En esta ocasión fue una guarnición inglesa la que defendió la ciudad y la que también mejoró el sistema defensivo construyendo fortines.
Otro grave problema al que se tuvo que enfrentar la ciudad fueron las epidemias de la peste y los constantes ataques de la piratería que surcaba el mar Mediterráneo, obligando a su población buscar refugios más seguros en poblaciones del interior.
En el año 1786 Tarragona consigue el permiso para el libre comercio con América, orientando ese mercado exterior a la exportación de vino y aguardiente. Tras este hecho la expansión de los viñedos se extendió de forma descontrolada, plantándose viñedos en lugares poco adecuados.
En el siglo XIX Tarragona se enfrenta a otro conflicto bélico, en esta ocasión se trata de la Guerra de la Independencia, que volvió a traer consecuencias devastadoras a la ciudad. El 28 de del mes de Junio del año 1811 Tarragona es asaltada por el ejército francés, que ocupó la ciudad durante dos años; sería un 19 del mes de Agosto el año 1813 cuando las fuerzas francesas saldrían de la ciudad, dejando tras de sí destrucción, miseria y hambre. Tanto la recuperación económica como demográfica será lenta.
Hacia la mitad del siglo XIX el crecimiento económico derivado del sector vinícola permitió una expansión y mejoras urbanas, que cambiarán la fisonomía de la ciudad; además, una concesión real permitió la construcción de edificios y viviendas fuera de su núcleo amurallado.
En el primer tercio del siglo XX se producen en el país cambios políticos y sociales que influirán en la vida de los tarraconenses. Durante la dictadura de Primo de Rivera, la proclamación de la II república y más tarde con la Guerra Civil, llegó un retroceso social y económico de la ciudad, debido a ser bombardeada en numerosas ocasiones, con la destrucción de infraestructuras, así como la cantidad de víctimas mortales originadas por la contienda, que mermaron considerablemente su población.
Ya en la posguerra, una vez más Tarragona tuvo que resurgir de sus cenizas para reconstruirse y activar su economía. En 1950 apostó por la industria química –que comenzó a instalarse en la zona– ejerciendo en la ciudad una mayor expansión económica. Con la llegada en el año 1975 de la refinería ENPETROL, Tarragona pasará a ser una ciudad industrial en el campo de la petroquímica.
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