En España hay demasiada política en la mentira

Vivimos los españoles, desde hace un tiempo, en una permanente tribulación que crece y se amplía con el paso de los días en un proceso que parece no tener fin.

Lejos de ir solucionándose los problemas cotidianos, estos van aumentando con una velocidad tan vertiginosa que nos sume diariamente en nuevas preocupaciones, añadidas a una inflación a duras penas contenida. Todo esto nos ha despojado del pequeño confort que encontrábamos en algunas situaciones.

En España hay dos bloques sociales cada día más diferenciados: el político, cuyo número, privilegios y prebendas aumentan sin cesar, y que parasita todas las instituciones, cada día más alejado de la realidad, sólo preocupado de llegar al poder y mantenerse a toda costa. Vivimos atrapados por esa clase política obscena y alejada cada día más del sentir de la ciudadanía.

Hay tres oficios en los que se observa el mismo comportamiento durante el ejercicio de su profesión: cortesanas, políticos y empleados de banca

Los tres actúan de la misma manera: aduladores, simpáticos y absolutamente serviles si quieren sacarte tu dinero, tus votos o tus ahorros. Sin embargo, en cuanto no necesitas sus “servicios”,  esa conducta da un giro de 180º, pasan de la adulación más empalagosa, al desprecio, la indiferencia y a la más absoluta hostilidad. En el fondo los políticos desprecian a sus votantes durante el largo periodo que hay entre elección y elección.

Al otro lado está la ciudadanía, la sufrida clase media que, por número aún es la mayoritaria, aunque cada día bajan sus componentes. Es el que pecha con todas esas canonjías de que gozan los políticos, simplemente por el mero hecho de serlo.

En teoría el primer bloque está ahí para ir solucionando las dificultades que vayan surgiendo en el devenir cotidiano; sin embargo, la realidad cada día se aleja más de esa teoría, ya que, lejos de ello – esa clase privilegiada en todos los sentidos –  se muestra más miserable, despótica, tiránica y prescindible. Inventa problemas, conflictos, anima al enfrentamiento y nos asuela con impuestos cada día más confiscatorios.

La ideología de esta clase media está formada por un número heterogéneo de puntos de vista, algo normal en cualquier sociedad democrática. En primer lugar tenemos la que se considera de izquierdas, donde la mayor parte de sus componentes asienten cualquier proposición de sus líderes, sea la que sea, nada importa que sean los mayores disparates.

Ahí hay un pequeño bloque que, de vez en cuando opone alguna resistencia a determinados asuntos; sin embargo, callan como puertas e incluso son capaces de barajar argumentos peregrinos para justificar las nuevas ideas o medidas de su partido. En caso extremo no votan, se quedan en casa, pero no lo hacen a otra formación.

Mención aparte merecen los militantes con carnet del partido, fieles conductores de las consignas, bulos, mentiras y disparates que reciben de sus escalones superiores. Actúan dedicándose con furor y entusiasmo a difundirlos en sus ambientes de trabajo, relaciones personales o redes sociales. Siempre dispuestos a colaborar sin enjuiciar, sin cuestionar y sin reflexionar sobre el asunto. Es el ambiente sectario que se respira en cualquier partido, asociación o grupo, sobre todo de izquierdas.

Fanáticos que no velan por sus intereses más elementales; tampoco por el futuro de sus hijos, ni se percatan que el que ostente el mando de la política, está ahí para servir a la ciudadanía, no está para inventar problemas, sino para solucionar aquellos que surjan y para ir limando los que se haya encontrado a su llegada al poder.

Enfrente tenemos al electorado de derechas, más exigente con sus líderes. La prueba está en que es el que más cambia el voto, el que tiene el espíritu más crítico, mucho más acentuado, es el que verdaderamente quita y pone presidentes, tanto en el gobierno central como en los autonómicos.

Sería muy útil una ley en la que el ciudadano de a pie exigiera, a quien ganase las elecciones, el cumplimiento de lo expuesto en el programa electoral, y que éste se convirtiera en un contrato que debería de llevar aparejada la responsabilidad de su cumplimiento y, caso de no hacerlo, estar obligado a convocar elecciones o a dimitir.

¿Recuerdan al Fake monclovita que prometía en todas las entrevistas que jamás pactaría con Bildu, que jamás lo haría con Podemos pues no podría dormir tranquilo?

Si existiera esa norma, el no cumplimiento de ese contrato le debería de haber obligado a convocar elecciones o a dimitir y, otro gallo nos cantaría.

¿Algún partido político quiere recoger esta proposición? Por soñar que no quede.

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1 respuesta

  1. JUANJO dice:

    ME PARECE MUY BUENO, AUNQUE ALGO BLANDO. COMPARTO

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