El único género de los humanos

El único género de los humanos es su género taxonómico, «Homo». O el género humano, como sinónimo de la humanidad. Y, si me apuran, cierto otro género más informal, referido a gente poco sensata. Pero ninguno más.
De un buen tiempo a esta parte se ha introducido, hasta dominar nuestro lenguaje, un sustitutivo de facto de la palabra sexo, que es la palabra género. La gente normal no sabemos de dónde ha venido ni por qué: nadie nos lo ha explicado claramente (bueno, ha venido de los anglosajones, como tantas cosas, pero en fin). Sin embargo, la mayoría lo ha aceptado acríticamente, como tantos otros términos que nos hacen desechar, sin justificación, nuestra forma de hablar pasada; como, por ejemplo, los términos Euskadi/País Vasco en lugar de Vascongadas. Esos otros términos de antaño, por su parte, han pasado a ser proscritos, inapropiados, extravagantes, anticuados, de mal gusto, descorteses, ideológicos y hasta ofensivos, en caso de usarlos.
Así, hace unos años, la RAE introdujo en su diccionario una nueva acepción para esta palabra tan habitual, género, que es la siguiente: «3. m. Grupo al que pertenecen los seres humanos de cada sexo, entendido este desde un punto de vista sociocultural en lugar de exclusivamente biológico.». La necesidad y forma de utilización de género en este sentido, en contraposición con sexo, es algo que, por más vueltas que le dé, soy incapaz de comprender. Probablemente se deba a que dicha acepción requiera un alto grado de gimnasia mental, por ser absolutamente forzada.
En la práctica, la gente tampoco utiliza la expresión «género» con tanta precisión, habiendo pasado la palabra género a ser un bochornoso sustitutivo de la palabra sexo, como digo. En parte esto puede deberse, además de ideologías de las que todos somos tristemente conscientes y de las que hablaré más adelante, a que la palabra sexo, cuando se refiere a sexo biológico, ha pasado a necesitar algún eufemismo, puesto que se asocia a su acepción más común desde hace unas décadas, que es la de coito o fornicación (términos descartados, por técnico o por cargado, respectivamente —cargado de verdad, me atrevería a decir—). Esto nos podría hacer entrar en un tema que, como tantos otros temas, se trata con tanta y tan supina superficialidad y deshonestidad en los medios, y por extensión en la sociedad española, como es el tema de la vivencia hedonista de la sexualidad; de su papel de opio del pueblo, distractor de la auténtica felicidad e interés personal; y de los estragos y ramificaciones negativas insospechadas que causa, y que rara vez he visto detallados, ni vehementemente denostadas, como merecen. Pero dejemos ese tema meramente apuntado, por esta ocasión.
El caso es que el género, entre otros abusos del término, se ha visto convertido muchas veces en un sustitutivo, a menudo eufemístico como digo, del sexo biológico, a pesar de lo que diga su nueva definición. Así, yo he podido encontrar, en no aisladas ocasiones, y a consecuencia de mis estudios y formación en biología, cosas como artículos académicos de zoología en los que uno de los parámetros a analizar era el género de los animales sujetos de estudio (queriendo significar sexo); o ilustraciones de anatomía en las que se mostraban tanto los órganos internos y externos de un individuo del «género» femenino, como los de uno del «género» masculino.
Dónde está el componente sociocultural en unos leones de distinto sexo, o en la distribución de tejido adiposo, tipo de gónadas, constitución músculo-esquelética, etc. de dos personas del distinto sexo, es algo que Uds. ya sabrán: en ninguna parte.
Por tanto, no se está utilizando la palabra género con propiedad (ni honestidad intelectual, añadiría en ciertos casos); lo cual resulta indigno de la inteligencia y voluntad humana, pues además introduce un componente de ambigüedad, absolutamente artificial e inexistente previamente: antes, al hablar de género, uno solía entender, en contextos como el escolar, el género gramatical de una palabra; y, en biología, lo entendía como una categoría taxonómica, situada entre familia y especie, que constituye la primera palabra del nombre científico de una especie, como el «Homo» de «Homo sapiens» o el «Canis» de «Canis lupus». Ahora, sin embargo, hay que añadir a género, casi forzosamente, el epíteto «gramatical» o «taxonómico»; siendo difícil no evocar el recuerdo de ese otro concepto tan ideológico y sexual. Esta circunstancia ha vuelto, así, incómodo y desincentivado hablar de ciertos temas, otrora tan asépticos.
Por otro lado, el concepto en sí de género en su nueva acepción, nos ha hecho deteriorarnos hacia un estado, diría que interesado, de oscuridad semántica y de confusión de conceptos, que antes estaban más o menos bien delimitados y sin meterse con nadie; de forma tal que uno a veces no tiene claro de qué se está hablando exactamente cuando esa palabra entra en juego. Así, en género hemos pasado a tener no solo un eufemismo de sexo, sino también una agrupación de las personas en función de mutables criterios de identidad sexual y de otrosrasgos de personalidad (en función de cuánto se ajusten a roles y estereotipos sexuales más o menos connaturales o contingentes al sexo; o incluso que no tengan mucha relación); de caprichos y adhesiones por deseo de pertenencia; y hasta de impresentables parafilias y fetichismos; y, si no, desde luego es esa la impresión que da.
Algunos vídeos divulgativos de internet, que me consta se usan en escuelas, y cuya financiación sospecho de dónde viene, así como algunas personas y hasta instituciones que hablan del tema, pretenden que el ser humano tiene una multiplicidad de géneros; incluso existiendo casi tantos géneros como personas, volviéndose bastante inútil, aparentemente, el concepto. Las palabras hombre y mujer, chico y chica, y con ellas el concepto de sexo, se habrían vuelto ya inadecuadas, como diciendo que omiten unos aspectos humanos tan importantes que, de tan incompletas, son inútiles (y coartadoras y encauzadoras de la personalidad, de paso).
Pues bien, ante esa soberana sandez, desafío al lector a pensar en una sola persona, una sola, que él o ella conozca, que no pueda categorizarse, más allá de toda duda razonable, en un sexo u otro. Dudo que la encuentre. Incluso, más allá de fantasías o castillos en el aire de gente físicamente normal (otro término ya cuasidelictivo en bastantes contextos), con mucho tiempo libre, pocos amigos y familiares que les quieran bien y les digan la verdad, poca gente que confronte sus ocurrencias, y a menudo con problemas reales de otra índole que no se están atendiendo debidamente; más allá de estos individuos, digo, se da la circunstancia de que en las
personas que médicamente se denominan intersexuales(que no llegarían al 2 % de la población), incluso en los intersexuales englobados en el denominado hermafroditismo verdadero, uno puede decir fácilmente en la mayoría de casos, viendo fotos de ellas, en qué sexo se puede clasificar más adecuadamente; no siendo, como uno imaginaría, casos de individuos tan andróginos como podríamos imaginarnos a los ángeles. Que, por cierto, los seres humanos
«hermafroditas verdaderos» son muchas veces mosaicos biológicos de células con genes distintos; y, de cualquier forma, y hasta donde tengo entendido, no se conocen casos de fertilidad de ambas gónadas en un mismo individuo de nuestra especie; todo lo cual difiere de los caracoles, las lombrices y las plantas hermafroditas, que estudiamos en el colegio.
Pero pasemos, por fin, a la idea núcleo detrás todo este asunto, que hasta ahora he estado rodeando. Detrás de la palabra género se encuentran unos postulados filosóficos o ideológicos, más o menos pretendidamente científicos (como tantos otros), que sacan de quicio tanto la importancia de la sociedad y de la biología en la forma de ser de los individuos (a menudo de forma contradictoria), como la profundidad de la variabilidad de formas de ser de los individuos.
En primer lugar, parecería que el sexo tuviera una importancia despreciable, a pesar de las muy significativas diferencias de comportamiento, intereses, etc., que todos hemos experimentado, y que la ciencia ha evidenciado o apuntado no solo en adultos (ver, p.ej., el tema de «la paradoja nórdica»)sino también incluso en recién nacidos (ver, p.ej., el estudio «Sex differences in human neonatal social perception»); por no hablar también de las diversas dolencias. Casi parece que uno pudiera ser lo que quiera o sienta, aunque no siempre queda claro si derivado de la forma de ser innata o de la elección; sin entrar mucho en la posibilidad de fingir (o de ser una
malinterpretación de otros problemas); y sin censurar, «a priori», identificaciones demenciales, como la de gente que se considera animal, paralítica sin serlo, etc.; lo cual puede llevar a las hormonaciones y amputaciones de órganos sanos que todos conocemos, y que son la vergüenza de la medicina y la psicología, por lo muy ineficaces y contraproducentes que aparentemente resultan. Esto parece estar alineado con la actitud de respetar y seguir el rollo a todo lo que hagan los otros mientras que (o para que) no se metan con lo que haga uno mismo; incluso si, uno u otros, hagamos cosas que nos perjudiquen o perjudiquen a terceros. Todo lo cual no es óbice para que se metan con los que tenemos gustos más típicos, haciéndonos sospechosos de ser el manipulable fruto de estereotipos sociales (yo no recuerdo ni tengo la sensación de que nadie me indujera a que me gustaran los dinosaurios, pero en fin).
En segundo lugar, se equiparan las diferencias entre sexos con las que hay entre las personas del mismo sexo, mezclándonos en la clasificación más o menos independiente del sexo llamada «géneros», sin aportar normalmente estudios, prevalencias, teorías, etc.. En lo físico, supongo que muchos urólogos, ginecólogos, luchadoras de MMA, etc., podrán decir cuánto de apropiado tiene todo esto. En lo psicológico, no sé Uds., pero yo ha menudo he sentido que los hombre y las mujeres somos de planetas distintos, incurriendo en frustraciones en caso de pretender obviar ese hecho y esperar peras de los olmos (no piensen mal, es un decir). En esto no solo influye la diferencia de nuestros cerebros, sino la diferencia de intereses en función de nuestras características físicas, posibilidades reproductoras y temas de tensión sexual. Agrupar a sexos distintos en el mismo género, frente a otros géneros también con participación de ambos sexos, me da una sensación similar a agrupar individuos de distintas especies por compartir ciertos rasgos (me vienen a la mente recuerdos de análisis estadísticos universitarios, comparando intra e intervarianza en grupos de observaciones). Personalmente, creo que la hegemonía actual del concepto género atenta contra el principio científico de parsimonia, que dice así: si con una clasificación simple (p.ej., en dos sexos) puedes representar de forma bastante adecuada un fenómeno (la variabilidad de formas de ser), ¿por qué optar por una clasificación más complicada, si esta solo un poco más precisa (si acaso, pues en este tema más parece que aporte confusión)? Sin dejar de reconocer, empero, que hay individuos bastante más afines en temperamento al otro sexo que al propio, sin pertenecer en ningún caso por ello al otro sexo.
Por concluir, en el tema del género, como en tantos, se echa de menos oír la voz de expertos, técnicos, filósofos…, discusiones libres, informadas y ponderadas, sentido crítico, etc., por encima de tanto opinólogo y dogmatismo censurador; pero, más allá de eso, cabe preguntarse ¿no estamos sobredimensionando enormemente una cuestión que no tiene tanta importancia? ¿No se desvanecería buena parte de la cuestión de fondo si nos dedicáramos a hacer cosas edificantes con nuestras vidas, y a atender a los problemas e intereses realmente más importantes de la gente, en vez de estar a ombliguismos, erotismos, seguidismos, evasiones de obligaciones, etc.? Puede ser, aunque, quizás si estuviéramos menos a géneros y otras paparruchas, y a conflictos artificiales entre la gente, nos diera por reflexionar e informarnos de esos otros problemas e intereses reales; incluso podríamos llegar verdades históricas, cuestiones existenciales, etc., que son tan sistemáticamente omitidas o distorsionadas por los medios que uno diría que no existen, aunque algunas nos cueste ignorarlas. O quizás no. Quizás debamos seguir confiando en nuestros dirigentes y medios de comunicación. Quizás deberíamos tomar la pastilla azul… Cada uno elija libremente. Por mí, se pueden ir todos (ellos) a paseo. Y el género también.
Felicitaciones, gracias por su columna, es ilustrativa en grado sumo, y veraz en tamaño universo. Esa “gimnasia mental” forzada que usted menciona es absolutamente cierta, dado que implica la cuadratura del círculo. Sin embargo, no toda la culpa es de las élites ideológicas e ideologizadas, sino también de lo consumidor de ese “producto”… ¿vergonzoso? Quizá más bien apático, cobarde e indiferente. Reitero mi felicitación. Bendiciones.
¡Muchas gracias, Condestable!
En efecto, la gente no es del todo inocente en este asunto. Los profetas bíblicos a quien exhortaban a la conversión solía ser al pueblo mismo, si no me equivoco. Sin entrar en disquisiciones, la corrupción está en el ser humano.
Un cordial saludo