La semana pasada Josep Borrell, Alto Representante de la Diplomacia Europea, visitó la capital de Rusia para entrevistarse con su Presidente, Vladimir Putin. La reunión no empezó con buen pie, puesto que el presidente ruso se negó a reunirse con él alegando compromisos y una agenda muy llena.
El encargado de recibirlo fue el Ministro de Asuntos Exteriores Sergei Lavrov. Un funcionario público con una enorme experiencia en el cargo y una envidiable formación académica, tanto en historia como en derecho y lenguas.
La reunión no fue bien. De hecho, no podía ir bien porque el planteamiento era desde un principio erróneo. Navalny no está preso porque sea un opositor al Presidente ruso, que lo es, sino por no presentarse a las oficinas del Servicio Ruso Antifraude. En efecto, el opositor ruso hace tiempo que está acusado de apropiación indebida de fondos de su partido para fines personales. Es decir, está acusado de corrupción, y no precisamente de una pequeña cantidad.
Por otro lado, Navalny no es ni mucho menos el único acusado de corrupción en Rusia. Numerosos exgobernadores del propio partido al que pertenece Putin han sido sancionados, encarcelados y destituidos por casos similares. Incluso un ex viceprimer ministro ruso, Ulyukayev, fue detenido hace apenas dos años por corrupción.
En segundo lugar, Navalny es apoyado acríticamente por la diplomacia europea por tratarse de un abanderado de los intereses que defienden cierta parte de la élite occidental en Rusia, a saber, una Rusia débil, fragmentada y obediente. La que tanto gustaba en Estados Unidos y Bruselas en los años 90. Por cierto, conviene saber que en Rusia la popularidad de Navalny es muy baja y no supone ningún problema real para el liderazgo ruso. Es más, ni siquiera en el seno de la oposición liberal extraparlamentaria rusa Navalny tiene demasiado peso.
La realidad es que en Rusia la oposición a Putin la abanderan partidos como el comunista, el ultranacionalista y el socialdemócrata patriota Rusia Justa-Por la Verdad. En Rusia hay numerosos partidos pro-Occidentales y sus representantes aparecen regularmente en los platós de televisión. Citaré tres ejemplos notables: Gozman, Yavlinsky o Ksenia Sobchak. Y ninguno de ellos ha sido acusado de corrupción, a pesar de haber tenido responsabilidades gubernamentales en los 90 y un peso político destacable en la oposición liberal.
Finalmente, deberíamos preguntarle a Josep Borrell con qué pruebas cuenta para acusar al gobierno ruso de haber envenenado a Navalny y de haberse inventado un caso de corrupción. Los mismos medios que acusan sin pruebas al Kremlin de envenenamiento dan crédito al vídeo de propaganda difundido por Navalny donde acusan al Presidente ruso de haberse construido un Palacio. La misma propaganda que empezó a difundir el equipo de Obama hace cinco años.
A propósito de insinuaciones y de teorías conspiratorias, sería interesante peguntar a Borrell qué opina de las acusaciones de fraude vertidas por el ex Presidente de los Estados Unidos y parte de su partido contra el nuevo inquilino de la Casa Blanca. ¿Por qué no pide a la administración Biden que abra una investigación que permita averiguar la certeza o falsedad de dichas acusaciones. ¿Dónde queda la exigencia de respetar la libertad de expresión, Derecho Fundamental básico, cuando se trata de las tecnológicas que, al servicio del Partido Demócrata, niegan al ex Presidente y sus partidarios la expresión de sus ideas en las redes sociales?
Los rusos pueden tener muchos defectos, pero no son unos principiantes. Saben que el doble rasero es lo que caracteriza a la diplomacia europea desde hace muchas décadas y que dentro de la Unión Europea existen tensiones. Y, lógicamente, no han perdido la oportunidad de meter el dedo en la llaga del doloroso conflicto catalán.
Lavrov, sin inmutarse, ha recordado a España que si el político preso Navalny es un preso político para Borrell, entonces los políticos presos catalanes también son presos políticos. La lógica es simple, Rusia tiene su sistema judicial independiente, y si España quiere que respeten su sistema judicial también tiene que respetar al de los demás países. Aquí no hay atisbo de duda. Rusia es soberana y no permitirá ninguna injerencia.
Por otro lado, Lavrov, señalando el caso de los políticos presos catalanes, también recordó una triste realidad, a saber, que en la Unión Europea, Bélgica y Alemania, no reconocen el delito por el que se imputa a Puigdemont y otros dos presos y no extraditarán nunca al ex Presidente de la Generalitat. Cuando España exige a la UE que se respete su sistema judicial está haciendo lo mismo que Rusia enfrente de la UE.
La razón fundamental subyacente del hartazgo ruso hacia la UE es la doble vara de medir que usa la diplomacia occidental a la hora de aproximarse al gigante eslavo. En el Kremlin se preguntan por qué la UE apoyó la independencia ilegal de Kosovo, pero no la de Crimea. Si las fronteras son inamovibles, deben serlo siempre, ¿no?
Y en cuanto a los valores europeos, Rusia, el país más grande de Europa, y los rusos, el grupo étnico europeo mayoritario, no tolerarán nunca que Alemania, Francia o España les den lecciones de valores cuando lo que defienden estos países desde hace unas décadas es lo contrario a los valores europeos tradicionales cristianos. En efecto, Rusia, igual que Polonia o Hungría, no rechaza los valores europeos, es la UE quien ha rechazado, tal como subraya el intelectual conservador británico Douglas Murray, los valores tradicionales europeos y el cristianismo, que ni siquiera es mencionado en la Constitución Europea como una de las fuentes de la cultura, tradiciones y valores europeos. Y si alguien quiere hablar de democracia y libertad de expresión que hagan el favor de dirigir su mirada hacia el otro lado del Atlántico, allí, como aquí, hay mucho que arreglar.
Y ya para terminar, me gustaría traer a colación la arrogante y displicente actitud de la Ministra de Exteriores española hacia Rusia y su ministro de exteriores. ¿La han oído hablar así con los dirigentes marroquíes que ponen en duda la soberanía española en Ceuta y Melilla y fomentan una avalancha migratoria sin precedentes en Canarias?
Preguntémonos por qué. Quizás España se equivoca de enemigo. Yo lo tengo claro. ¿Y ustedes?