El pasado martes el Presidente de Estados Unidos, Joe Biden, respondiendo a una serie de preguntas de un periodista acusó a Putin de ser un asesino y amenazó a Rusia con represalias por las supuestas y nunca probadas injerencias de este país en las elecciones presidenciales del año 2016.
La respuesta del Kremlin no se ha hecho esperar y el Presidente Ruso ha deseado buena salud al Presidente Biden y ha considerado que las personas suelen ver reflejadas en los demás sus propias cualidades.
Sin entrar en consideraciones profundas, sólo comparando el nivel del agrio exabrupto de Biden con la elegancia e ironía mordaz de la respuesta de Putin ya podemos hacernos una idea del nivel de responsabilidad, seriedad, serenidad y agilidad mental que caracteriza a cada uno de ellos. Que el lector saque sus conclusiones.
Hecha esta breve reflexión, me gustaría entrar a comentar algunos detalles que me parecen de vital importancia para contextualizar y analizar estas afirmaciones como es menester.
En primer lugar, creo que es importante subrayar que, tal como ya señaló el genio italiano Macchiavello, el funcionamiento real de la política, más aún de la internacional, es amoral y tiene sus dinámicas propias.
El político puede vestir con argumentos morales toda las acciones que quiera tomar, pero lo cierto es que las dinámicas de poder e intereses vitales que mueven a las grandes potencias acaban impulsando a sus dirigentes políticos a optar por decisiones que seguramente no serían aceptables en otros contextos.
Recordemos en este sentido las palabras del Premier británico Lord Palmerston: “Inglaterra no tiene amigos, sólo intereses permanentes” o las de Pedro el Grande de Rusia: “Rusia sólo tiene dos aliados: su ejército y su armada”.
Si analizamos la historia de todas las naciones, especialmente de los imperios y grandes potencias, rápidamente llegaremos a la conclusión de que la moral o el humanismo no han sido los motores de la historia, a lo máximo, simples excusas para justificar acciones movidas por intereses espurios e inconfesables. Y es que no convendría olvidar que las fronteras de los países suelen estar marcadas con sangre. El señor Biden no tiene que ir demasiado lejos de su casa para constatarlo. Sólo hace falta que observe el mapa de la expansión de los Estados Unidos a los largo del siglo XIX. Pero si eso le queda demasiado lejos en el tiempo, puede mirar simplemente a la administración de la que él formó parte como vicepresidente, la del Presidente Barak Obama.
¿Cuántas guerras, golpes de estado y asesinatos políticos se organizaron bajo su presidencia?
Quizás a Biden y a nuestros lectores les sonará Libia, país devastado por la intervención de la OTAN y donde su Presidente fue asesinado brutalmente y con la arrogante y sádica aquiescencia de la Secretaria de Estado Hillary Clinton. Pero si esto le queda también lejos, podemos hablar de Ucrania, donde el golpe de estado y la posterior guerra civil provocaron miles de muertos y cuyo Presidente legítimo estuvo a punto de ser asesinado por miembros de una de las fuerzas de oposición (Svoboda) apoyadas por la administración Obama.
Si Biden, además, analiza la trayectoria de su partido, el Demócrata, seguramente se sorprenderá al saber que un tal Presidente Truman ordenó el lanzamiento de dos bombas atómicas sobre dos ciudades japonesas, con un resultado de unos cuantos centenares de miles de muertos. Pero para no ser injusto, habrá que recordarle que en aventuras ilegales de otra administración americana, la del infausto George Bush hijo, se aprobó la invasión de Iraq bajo falsos pretextos, por cierto con su voto favorable y dando como resultado una inestabilidad crónica en Oriente Próximo y un balance final de centenares de miles de muertos. Ello por no hablar del infame e ilegal en términos de derecho internacional bombardeo de Belgrado, ordenado por la administración del Presidente demócrata Bill Clinton en apoyo de los secesionistas albanokosovares.
Ahora comparemos todo esto con las acusaciones vertidas hacia el señor Putin.
Asesino, tal es la palabra que resuena aún en las cabezas de los oyentes norteamericanos. ¿Pero asesino de quién? ¿De qué personas? ¿Con qué pruebas? ¿Con las pruebas fabricadas por la inteligencia americana, juez y parte en dicho conflicto?
¿Asesino cuándo? ¿Cuántos muertos causó la anexión de Crimea? ¿Hablamos de Crimea o de otros conflictos?
Quizás esté hablando Biden del conflicto checheno. Pero si se me permite hacer la siguiente pregunta:
¿Chechenia no era un territorio perteneciente a la Federación Rusa? ¿No dominaba Chechenia el mismo terrorismo islamista y expansionista que fue responsable de los atentados del 11-S en Estados Unidos?
Insisto, ¿No fue Estados Unidos a la guerra contra el régimen talibán en Afganistán bajo el pretexto de combatir el extremismo islamista? ¿Qué diferencias hay en términos de derecho internacional entre dicha operación y la restauración del orden constitucional en Chechenia? Que el lector medite y analice.
Quizás el señor Biden nos está hablando de la eliminación sin juicio de terroristas y guerrilleros por parte del ejército ruso en el Cáucaso. Posiblemente se refiera a eso.
Pero entonces, no nos queda más remedio que interrogarnos sobre la legitimidad de todos los asesinatos de líderes de Al-Qaeda realizados por la administración de la que el señor Biden formaba parte como vicepresidente. Sin ir más lejos podemos mencionar el caso del terrorista Bin Laden, asesinado sin juicio alguno y en otro país.
Lo que queda claro es que si Putin puede ser acusado de asesinato por su participación como jefe del estado y del ejército en operaciones militares que han causado muertes, lo mismo puede y debería decirse de la mayoría de Presidentes norteamericanos y del propio señor Biden. De hecho, en la operación que él ordenó hace pocas semanas contra posiciones de las milicias pro-iraníes en Siria murieron más de cien personas. ¿Podemos pues afirmar, siguiendo el argumento de Joe Biden, que él mismo es un asesino?
Lo que nos debería impactar de toda esta historia es la desconexión con la realidad y la falta de vergüenza que desprenden estas declaraciones. No es ningún secreto que la mayor parte de Presidentes, más aún los de grande potencias, no son precisamente hermanitas de la caridad y que la mayoría de ellos guardan esqueletos en sus respectivos armarios. Pero lo que sí es sorprendente es que las relaciones entre grandes potencias se rebajen al nivel del insulto más primitivo y demagógico, incluso hasta el punto de que la persona que lo profiere quede en ridículo.
El propio Trump a la misma pregunta respondió de forma infinitamente más sensata, reconociendo que Putin no es tan diferente de la mayoría de Presidentes norteamericanos, implicados todos ellos en guerras, golpes de estado o asesinatos políticos.
¿Alguien recuerda lo que decía Kissinger a propósito de Pinochet y en referencia a Allende? “Pinochet es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”, tal fue la reflexión prístina del guardián de la diplomacia americana.
No es un secreto para nadie que la Realpolitik es profundamente sucia y que la competencia de grandes potencias demasiado a menudo se parece más a un juego de suma cero que a otra cosa. Pero lo último que se puede perder son las formas, sobre todo cuando se trata de las relaciones entre las dos mayores potencias militares convencionales y nucleares del mundo, a saber, Estados Unidos y Rusia.
Pero como en política internacional el exabrupto suele anteceder a la acción hostil convendría seguir atentamente las acciones de la Administración Biden hacia Rusia. El tono agresivo no augura precisamente una distensión y la acción en Siria parece anticipar lo que está por venir. De hecho, en la misma entrevista ya se hablaba de nuevas sanciones contra la economía rusa con el pretexto de castigar una supuesta y nada probada injerencia en las elecciones norteamericanas.
El señor Biden debe de haber olvidado los tiempos en los que Estados Unidos ayudaba a Yeltsin a falsificar elecciones para que éstas no fueran ganadas por el candidato comunista ruso Ziuganov o el visto bueno en 1993 al bombardeo al parlamento ruso refractario a las reformas destructivas de la administración Yeltsin-Gaidar. Esto por no hablar de los múltiples golpes de estado en los que su país ha estado implicado a lo largo de la historia y, recientemente, en países tan dispares como Georgia o Ucrania.
La realidad que esconden estas declaraciones no es otra que la creciente impotencia de Estados Unidos a nivel mundial, un país en profunda decadencia económica, social, cultural y estratégica que está perdiendo la carrera económica con China, es incapaz de desplazar a Rusia del mercado energético europeo sin falsear el normal funcionamiento del mercado, es decir, sin aplicar sanciones y que cada día que pasa se muestra más impotente frente a la evolución de las tendencias geopolíticas en Oriente Próximo y Medio, donde Turquía, Irán, Rusia y otros estados árabes actúan de forma cada vez más independiente.
Estados Unidos ha seguido desde principios del siglo XX la estrategia del geógrafo holandés Spykman, que aconsejaba a Estados Unidos concentrar sus esfuerzos en el control del Rimland, a saber, el espacio geográfico que rodea al Heartland o corazón euroasiático. Si nos fijamos en la historia y la geografía constataremos que la brillante estrategia geopolítica americana a lo largo del siglo XX y lo que llevamos de XXI ha consistido en mantener bajo control militar y económico todos los países que rodean el núcleo euroasiático, que es justamente la zona donde se concentran los países más ricos y avanzados tecnológicamente: Europa occidental (Alemania, Francia, Italia y Reino Unido); Asia Oriental (Japón-Corea del Sur y China) y Oriente Próximo y Medio (Turquía, Egipto e Irán). Toda las acciones de Estados Unidos se han dirigido a mantener la hegemonía sobre estos jugadores y, por cierto, con un éxito impresionante en términos históricos. ¿Pero qué pasa cuando la potencia hegemónica pierde atractivo y fuerza y el Heartland empieza a aproximarse y a estrechar relaciones comerciales y militares con todos los principales actores del Rimland?
Precisamente esto es lo que está haciendo la Rusia de Putin: tratar de establecer relaciones energéticas y económicas estrechas con Alemania, Francia e Italia, acercarse a China, mejorar relaciones con Japón y Corea y estrechar vínculos con Turquía, Irán y Egipto. La estrategia energética de Rusia a nivel de los mercados de gas, petróleo y tecnología nuclear es en este sentido una lección maestra de geopolítica.
Lógicamente, ello no puede gustar a Biden que, como representante de los Estados Unidos y de los intereses de sus principales corporaciones y complejo militar-industrial, se ve incapaz de frenar el avance chino y la brillante estrategia de recuperación geopolítica operada por el Presidente Ruso. Teniendo en mente esta realidad quizás nos sorprendamos menos la próxima vez que veamos a Biden insultar a Putin y, simultáneamente, tender la alfombra roja al Príncipe Mohammed Bin Salmán (autor probado del atroz descuartizamiento del periodista Khashoggi) de Arabia Saudita, principal mercado de venta de armas de la democracia norteamericana, o a los representante del régimen ucraniano, el mismo que con el apoyo estadounidense impide aprender en las escuelas el ruso, idioma materno de la mayoría de sus ciudadanos, ampara la persecución política más descarada y asesina a sus propios ciudadanos en el Donbás.