En algunas ciudades españolas como Barcelona, Bilbao o, más recientemente, Burgos, las manifestaciones pacíficas de empresarios, autónomos y trabajadores están dejando paso también a disturbios.
El burgalés barrio de Gamonal vuelve a ser protagonista debido a protestas sociales de carácter cada vez más violento.
En algunas de las imágenes que se van subiendo a la red, vemos desde quemas de contenedores a decenas de jóvenes lanzando petardos y piedras a los coches de policía que trataban de poner fin a la manifestación.
Por lo visto la policía ha realizado varias cargas. Los manifestantes han roto marquesinas y quemado contenedores en Gamonal y otros barrios de Burgos.
En este vídeo pueden escucharse las voces de muchos vecinos llamando la atención a los manifestantes.
Aunque es precipitado sacar conclusiones y etiquetar a los manifestantes, la mayoría parecen pertenecer al propio barrio o a entornos obreros y estar en edades comprendidas entre los 15 y 20 años.
Buena parte de estos manifestantes no son trabajadores, aunque sí vienen de familias trabajadoras. Muchas de ellas, qué duda cabe, sumidas en una dramática situación de precariedad y creciente incertidumbre.
Por tanto, sería aventurado decir que estamos simplemente ante pequeños brotes de violencia antisistema como los que azotaron el barrio hace unos años.
Detrás de estas protestas, que van mucho más allá de estos actos vandálicos de Gamonal y tienen réplicas en otros países europeos, podría haber algo más que una pataleta contra las recientes medidas anti Covid (cada vez más incómodas, problemáticas e intrusivas para muchos ciudadanos, dicho sea de paso).
Es decir, las revueltas violentas pueden ser la consecuencia directa de auténticos problemas sociales y económicos derivados del confinamiento, el creciente paro y el cierre forzado de la hostelería y otros comercios.
Problemas todos ellos que, con bastante probabilidad, los políticos están infravalorando y no están sabiendo estimar ni resolver.
Debido a la heterogeneidad de las protestas (mayormente pacíficas) de los últimos días, a las que se están uniendo ciudadanos de toda clase, condición e ideología, y tanto empresarios como trabajadores, es precipitado sacar demasiadas conclusiones al respecto.
Pero una cosa está bastante clara, como salta a la vista, muchos ciudadanos no entienden y no están dispuestos a asumir las medidas tomadas por los distintos gobiernos. ¿Realmente tiene sentido encerrar a los ciudadanos en casa? ¿tiene sentido cerrar la hostelería? ¿no va a terminar siendo peor el remedio que la enfermedad?
Buena parte de la ciudadanía española no está comprendiendo el por qué de las nuevas medidas adoptadas por las autonomías y el gobierno de la nación.
Las personas que protestan, lo hacen claramente en contra de las últimas restricciones y confinamientos. En muchos casos lo hacen porque están asfixiados económicamente y sus ahorros ya no dan más de sí.
Hasta el momento, no parecen haber banderas ni siglas políticas detrás de la generalidad de manifestantes.
Es pronto para valorar la magnitud de las revueltas y si estas quedarán en algo más que un aviso o advertencia para la clase política que toma las decisiones.
Pero, desde luego, los distintos gobiernos harían bien en tomar nota para impedir que la conflictividad social vaya en aumento.