Había una vez, en un país llamado España, un grupo de personas que se hacían llamar las comunistas y los socialistos.
Tras una cruenta guerra entre hermanos, amigos o enemigos, un dragón de color azul tomó el poder durante varias décadas, hasta su muerte, para evitar que llegara otro dragón de color rojo que también ansiaba el codiciado trono.
Pasado ese periodo de oscurantismo, los españoles empezaron a recuperar las libertades y los sueños. Las comunistas y los socialistos pudieron realizar libremente proclamas contra la concentración de la riqueza, por la igualdad, por la defensa de los derechos de los trabajadores, contra los ejércitos, contra el imperialismo…
Llegaron los partidos políticos, y nuestros comunistas y socialistos pronto empezaron a ganar adeptos a sus causas. Los otros partidos políticos, eran malos, muy malos, pues tan solo querían representar a los poderes oscuros. Pero ellos, los amigos del dragón rojo, eran buenos, muy buenos, pues luchaban por el pueblo y nunca por sus intereses personales.
Los socialistos y las comunistas convencieron a gran parte de la población. Fueron aplaudidos y vitoreados como héroes. Por fin, iba a llegar la justicia social, la esperanza, una España mejor, una educación sin dogmas, un país de vino y rosas. Eran personas del pueblo, de los barrios, que luchaban por los intereses de las clases trabajadoras. La riqueza iba a ser repartida equitativamente. Ni Dios, ni amo.
Sin embargo, les empezó a gustar el poder. Cada vez más, y más, y más… Y se dieron cuenta que podían ser aquel dragón rojo que nunca llegó a gobernar. El dinero les encantaba. Pero no para repartir, sino para llenar sus propios bolsillos. Empezaron a vivir en grandes palacios, se hicieron amigos de otros dragoncitos rojos que camuflaban sus desmanes, compraron opiniones, se vendieron a magnates afines al dragón azul, dilapidaron el dinero público y no tuvieron pudor en endeudar a España en una borrachera de billetes y monedas que nunca podrían devolver.
Los españoles no se daban cuenta que su país se estaba destruyendo. El dragón azul había desaparecido pero había llegado, bajo camuflaje, el dragón rojo. Y su hambre era infinita. Devoraba todo aquello que podía, incluidas mariscadas, pues su apetito era insaciable. Empezó a querer quedarse con todo aquello que no era suyo. Aprovechó los ejércitos de vagos y maleantes para que defendieran sus intereses a cambio de migajas en forma de subvenciones y demás “okupaciones”.
Su estrategia era efectiva. Con el dinero de sus colegas los pudientes, con mayor carga de impuestos o con el endeudamiento de España, aniquilaban cualquier atisbo de oposición, a quien inmediatamente se tachaba de amigo del dragón azul para destrozar su reputación.
Y así, tras varios años en el poder, llegó el año 2.021. El dragón rojo manejaba en España una población empobrecida, adoctrinada, manipulada, a expensas de las ayudas o préstamos que nos dieran otros países mejor gestionados que nosotros. Frente a 15.000.000 de trabajadores asalariados, por cuenta propia o ajena, consiguió atesorar más de 17.000.000 de personas, al margen de niños y estudiantes, dependientes directamente del estado, lo que suponía un gran número de voto cautivo y fiel, a pesar de que todos sabían que llegaría un momento en el que no se podría pagar su coste. Los números no dejaban lugar a dudas del estropicio causado:
– 40% de paro juvenil. Líderes en Europa.
– 4.000.000 de parados. 17% de paro. También líderes en Europa.
– 800.000 trabajadores en ERTE.
– 3.500.000 de trabajadores públicos.
– 9.000.000 de pensionistas.
A lo que también se podrían añadir otros datos de dudoso éxito:
– 117% de deuda pública sobre PIB.
– Puesto nº 41 (de un total de 180) en el ranking de percepción de corrupción.
– Puesto nº 14 (de un total de 27) en el ranking de innovación de la Unión Europea y el puesto nº 30 a nivel mundial.
Únicamente con estos números, sin necesidad de más escándalos, en cualquier país civilizado el Gobierno hubiese dimitido o la población le hubiese cesado. Pero España…, ¡ay!, pobre España. El dragón rojo parece no querer marcharse, el pueblo continúa adormilado y los socialistos y las comunistas han hecho del gobernar una fórmula para un buen sustento cobrar.
Y colorín, colorado, esperemos que este cuento se acabe. Pronto.