Columna de La Reconquista | “Y ahora sí que llegó el lobo…”

¿Recuerda, señor lector, ese cuentecito –más bien, fábula– que todos aprendimos de pequeños? Sí, ése del pastorcito “simpático”, que se dedicaba a asustar a sus compañeros pastores gritando: “que viene el loboooo”, y todos huían aterrados, llevándose a sus ovejas, mientras el pastorcillo de marras se reía y carcajeaba tan feliz… Claro, esa felicidad duró hasta que en verdad el lobo llegó, y, pese a los reiterados alaridos del pastorcito, solicitando ayuda porque el lobo se iba a comer sus ovejas, nadie acudió a auxiliarle –porque estaban hartos de sus mentiras–, y el lobo se comió todas las ovejas. Moraleja: si te dedicas a mentir, no te creerán cuando digas la verdad.

Pocos conocen que el cuento fue escrito por Cedric Ramadier –y menos aún conocen que en base a este cuentecillo, el famoso compositor ruso Serguéi Prokófiev realizó su composición sinfónica “Pedro y el lobo” (cualquier parecido con la realidad… por el nombre…, en fin…), aunque con diferente finalidad y personajes–. Pero lo que importa es la moraleja referida líneas arriba, y que no son sino una constatación de que “la mentira dura hasta que la verdad florece”, como sabiamente dice el Refranero.

Esta introducción tan poco breve –por lo que ruego su perdón– tenía como finalidad sentar el precedente de que ya hemos sido muy avisados –y por muchas personas– de que los «cambios» –por decirlo de alguna manera– actuales (en salud, economía, legislación, sociedad, política…) no son meramente “porque sí”, ni fruto de circunstancias de fuerza mayor o imprevistas… Para nada. Desde muchos siglos antes del Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, diferentes filósofos y pensadores –desde Confucio hasta Aristóteles– habían “vaticinado” –que no se trataba de un vaticinio, claro, pero era el verbo más ad hoc para la intención de esta columna– que si nos apartamos del bien, la verdad, la ley natural y la justicia, solo cabe corrupción, ruina y destrucción. Y eso es lo que estamos teniendo en los hodiernos tiempos: corrupción –tanto moral como económica, desde los líderes religiosos más preocupados por la ecología que por la fe hasta los políticos nefastos vendidos al mejor postor globalista–, ruina –si gusta usted asomarse a las colas del hambre en este Reino de España, o meramente comprobar los aumentos de impuestos en todo tipo de servicios, transacciones y deducciones de un año a la fecha– y destrucción –dejando de lado volcanes y terremotos (que aún considero vis maior, no atribuibles a voluntad humana, hasta que me demuestren lo contrario), veo destruida la convivencia, la paz, el respeto, la justicia, el orden, la virtud, la verdad, la solidaridad, el profesionalismo, la educación… siga usted–.

Este «Nuevo Orden Mundial», «nueva normalidad» y todas las novedades que usted guste y mande son absolutas sandeces que solo pretenden destruir –deconstruir, prefieren decir algunos ignorantes (ya que es un término meramente pedagógico enfocado en su área), casi siempre “siniestros” o de análoga tendencia–. Y no, no soy ni “conspiranóico”, ni “tragacionista”, ni siquiera “alarmista”, puesto que solo me dedico a ver realidades, cribar fuentes de información y procurar ser objetivo en lo que dentro de mis escasas capacidades busco transmitir. Pero ahora sí que llegó el lobo… Y, ¡vaya por Dios, he de contradecirme a mí mismo!, es un «nuevo lobo». Oh, sí que lo es… porque no meramente es el de la fábula que devora ovejas, no… Es un nuevo “lobo” que destruye almas, en simétrica emulación del Anticristo, puesto que no quiere “comer ovejas”, sino acabar con la religión, la fe, la historia propia de las naciones, su soberanía, su independencia… sometiéndolo todo a una «nueva religión» que abomina de Dios y rompe los dos preceptos de la fe –amarle a Él y amar al prójimo– para sustituirla por un globalismo fatídico con dos objetos de culto –adorar al planeta, la ecología, la ecosostenibilidad, sus energías, y obedecer ciegamente a quienes detentan el poder (¡y sin cuestionar nada, porque quizá pudiera alguien “fallecer” como tantas personas!)–.

Antes de que achaque usted, perspicaz lector, a mi edad y experiencias lo que he suscrito en el párrafo anterior, déjeme que le diga primero que esto lo acabamos de ver, comprobar y constatar en las dos últimas reuniones de “líderes” políticos mundiales en el G20 de Roma y el COP26 de Glasgow: primero el Planeta, mientras las personas enferman y mueren (¡qué se le va a hacer, es ley de vida, el ser humano perece, pero el Planeta es más importante!), al mismo tiempo que se insiste usque ad nauseam en que la población mundial ha de obedecer, cumplir y acatar sin replicar todo lo que políticamente se imponga para esa “salvación planetaria” (de ahí la “apertura de la temporada de caza” a quienes no obedezcan las disposiciones sobre una enfermedad que no iba a tener más de uno o dos casos, a lo sumo, y que se ha convertido en el “coco” mundial, como si no muriesen cada año más personas por cáncer, por gripe o, peor aún, de hambre, que todas las fallecidas supuestamente por el actual virus, y expresando mis condolencias más sentidas a quienes hubieren perdido a un ser amado por la presunta enfermedad).

Llegó el lobo. Y no parece querer irse. Las conclusiones globalistas de las dos conferencias citadas son abominables, pero pocos parecen darse cuenta de ello: obligan a las naciones integradas en la ONU (193 países, vaya) a ceder paulatinamente parte de su soberanía (como lo han ido haciendo en el ámbito de la salud bajo órdenes de la OMS o en economía, con esos “fondos de rescate” que endeudan a generaciones venideras –si es que van a existir…, porque con las leyes de aborto, eutanasia y «género» ya no se va a reproducir más que la cochambre de los “chiringuitos”, la imposición de un adoctrinamiento feroz (¡más que el lobo!) y el transhumanismo perseguido por estos lobotomizados “líderes” de porquería–. Pero mientras tanto, usted (y yo), con “bozal” –que algunos llaman “mascarilla”, y aciertan, porque es más “carilla” cada día, y hasta deberá uno bañarse y dormir con ella puesta–, e incurriendo en el fomentado “odio” hacia quien elige o no una “inyección” –porque parece ser que el ARNm, que no salva y que no está científicamente probado excepto como “fase experimental”, según sus propios creadores y fabricantes, divide las familias, conciencias y sociedades más que lo que han hecho en la historia mundial las guerras, religiones y cataclismos–.

Entonces, señor lector, ¿llegó el lobo? Si es así, ¿le dejamos quedarse? Y si cree que aún no está aquí, ¿vamos a esperar su llegada? Porque las mentiras, desde luego, están desbordando el cauce del río hasta tal límite que no se distinguen las orillas… otro día le contaré algunas de ellas… mientras tanto, permítame que le remita a una columna que escribí hace muchos meses, sin saber qué nos traería el día de hoy: https://nuestraespana.com/columna-de-la-reconquista-vamos-a-contar-mentiras-tralara/

@CondestableDe

@LaReconquistaD

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