Columna de La Reconquista | Quien siembra vientos, cosecha tempestades

Dicen los sabios y entendidos que muchas de las sentencias del Refranero Español tienen su origen histórico, literario y metafórico en versículos de la Biblia (especialmente de los libros sapienciales), y es el caso del que intitula esta pobre columna, señor lector, puesto que podemos encontrar una formulación bastante similar en el libro del Profeta Oseas, capítulo 8, versículo 7: “Porque siembran viento, y recogerán tempestades”, de la cual ha devenido el refrán actual.

Desde luego es cierto en toda su extensión, porque podemos comprobar cada día la veracidad de los asertos que en ellos se expresan. Sin embargo, la formulación de éste tiene la claridad de reflejar lo que en tiempos hodiernos estamos viviendo: una cosecha de algo sembrado, un resultado de algo producido, una consecuencia de una acción elegida y ejecutada (que puede ser también la inacción fruto de la pereza, el desencanto, la acedia y la ignorancia).

Sin duda alguna, en mayor o menor medida, todos hemos podido comprobar, señor lector, que la vida, antes o después, pone a cada uno en su lugar, así que, si se hacen cosas malas durante la vida de uno, probablemente antes o después la vida sea mala con él, nos lo retribuya en forma negativa (aunque nos quejemos, blasfememos, busquemos chivos expiatorios o cabezas de turco). Si siempre elegimos con el estómago (en el sentido de dejar que nuestras emociones y pareceres nublen el recto juicio, la ponderación y el valor objetivo de la realidad y la verdad), el día en que las cosas no den el resultado apetecido, o sean negativas para nosotros, poco podremos reclamar, al igual que si llevamos una mala vida, lo más seguro es que terminaremos mal.

Por si hubiere alguna duda sobre los términos del refrán que analizamos, «sembrar» es arrojar y esparcir las semillas en una tierra preparada para cultivar algo, y en este caso concreto la máxima utiliza la metáfora de «sembrar» como si cada una de las acciones (o inacciones) que hacemos (o dejamos de hacer) a lo largo de nuestra vida fuesen semillas que están siendo cultivadas en el campo que es nuestra vida, y las situaciones que nos vamos encontrando posteriormente resultaren las cosechas que se producen (en sentido literal podríamos hacer referencia a las condicionantes de si el mal denominado “cambio climático” lo permite, o si los agobiantes impuestos que recaen sobre nuestra vida y hacienda dejan algo posible para realizar la siembra). Si se pone una mala semilla (o si se elige sin conciencia, conocimiento ni objetividad), el fruto obtenido será malo, taxativamente. Las últimas elecciones generales en la Patria nos han dejado un extraño sabor sulfuroso en el paladar, por las extrañas permutaciones que se dan entre las encuestas, estadísticas y resultados, así como por el oscilante devenir de los cambios realizados para “asegurar” la legalidad de los sufragios. En mi muy humilde opinión, señor lector, muchos electores han sembrado mal –me he de exceptuar de ello, puesto que en mi caso no he seguido tradición ni sentimiento, sino un análisis completo de las propuestas de los principales partidos concurrentes, sus candidatos y su preparación vital, laboral y social–, y por ello cosecharán ellos (aunque también su servidor) una nueva tempestad que sacudirá los cimientos de la convivencia y que hará caer, no lo dudo, una plétora de males sobre España y todos sus habitantes.

Es así que nunca hemos de cansarnos de insistir, desde todas las perspectivas y ángulos, en que se ha de reflexionar mesurada y objetivamente cada elección –bueno, excepción hecha de la rutina fisiológica, o algunos hábitos alimenticios que dependerán de la salud de cada cual–, porque dependiendo de lo que se siembre (lo que usted siembre, lo que cada uno sembremos), así será la cosecha que cada quien recoja y todos recojamos.

Por si no terminase de quedar clara la intención del suscribiente, mi estimado lector, permítame, le ruego, expresarlo de otro modo: «sembrar vientos» equivale a apagar el fuego con gasolina (y dando por bueno que pueda ser conseguido tal combustible, lo cual, vistas la economía y las políticas ambientales, es mucho dar por sentado). Por ello, “el sembrador de vientos recogerá torbellinos para su ruina”, insiste otra traducción de la predicción bíblica, en última alusión a los nefastos resultados de las acciones malvadas. Malvadas, sí, porque es malvado (sea por pensamiento, acción, comisión u omisión) todo aquello que no busca el auténtico bien, el que se basa en la razón natural, el que se sustenta en la verdad inequívoca e imprescriptible, el que no desdeña la sabiduría y la lógica.

En verdad, si Nostradamus viviese en los actuales devenires históricos, sería un nuevo Tiresias anunciando el dolor de la lucha de los aqueos contra los troyanos, porque no pueden obviarse los llamados «signos de los tiempos», es decir, las señales de verdad que existen en todas las realidades y que hacen percibir, para quien desea entender, que, sin importar su formulación, uno más uno siempre serán dos (sin género, sin modernidad líquida, sin fluidez ni ser binario, porque la verdad es una y única, el resto es error, ignorancia, falsedad o mentira).

Construyendo una “nueva normalidad” (¡qué desprecio siento al escribir tal barbarie, señor lector!), a muchos se les ha olvidado que, tras la tempestad, las aguas del río han de retornar a su cauce (le ruego que no lo interprete como una manifestación sobre las presas y embalses destruidos, etcétera), y no se ha de evaporar ni trasvasar, porque entonces el río deja de ser tal. Con tantos cambios en esta “postmodernidad líquida”, no me extraña que hasta las neuronas estén desapareciendo del homo sapiens para involucionar nuevamente al australopiteco.

Hemos sembrado políticamente con un voto –excepción hecha de los no sé si bienintencionados o malintencionados “abstencionistas”, que propugnan una realidad utópica de que esa epojé de los estoicos, el abstenerse de la acción, es una virtud–. La tempestad no ha dejado de crecer desde el mismo momento de la emisión de ese sufragio (entre cómputos previos, sistemas que fallan, empresas que ilegítima e ilegalmente proceden a conteos, material electoral faltante en muchas casillas, etcétera), y los fenómenos meteorológicos concomitantes (entre diluvios, tsunamis, terremotos y rayos) no pueden dejar de ser observados y vividos, puesto que es la consecuencia de la siembra. Al parecer, como puercos que se revuelcan en su propio lodo, muchos han querido mantener España en el mismo lodazal, por la gran pereza que supone limpiar la porquería acumulada (trabajo comparable al de Hércules en los establos de Augías).

No dejemos de recordar esa sentencia de Aristóteles: “La inteligencia consiste no solo en el conocimiento, sino también en la destreza de aplicar los conocimientos en la práctica”. De nada sirve “saber”, si no se “hace”, “realiza”, “ejecuta”, “comete”, “esfuerza” y “consigue” el bien que busca. De ahí la conclusión obligada a esta columna: no sembremos vientos, pero tengamos la destreza para resistir las tempestades que la necedad, la desvergüenza, la insidia y la apatía traen sobre nosotros, porque en esa debilidad, como dice Saulo de Tarso, se manifiesta nuestra fortaleza, y esa esperanza cierta no puede defraudar. Al final, y sin que nada ni nadie pueda evitarlo, el Bien triunfa y la Verdad se muestra. De la misma forma sucederá en nuestras familias, nuestra sociedad y nuestra amada Patria: perseveremos en el bien, en la siembra correcta, que los principios no los perdemos ni prostituimos. ¡Viva España! ¡Viva Cristo Rey!  

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