Antañonas son las sentencias que han calificado como enemigas de la vida, del alma y de la sociedad las tres palabras que intitulan esta columna, señor lector, y de seguro usted las ha escuchado y aprendido desde su tierna infancia, a poco que haya prestado un mínimo de atención a las enseñanzas de nuestros mayores y las catequesis que nos hablaban con plena claridad de los peligros siempre presentes para toda virtud y bondad –sin incurrir en esos rodeos tan gratos al vocabulario de hoy, que no son sino perífrasis dulzonas con hedor a azufre, camufladas de “modernidad”, “sensibilidad actual” o como guste decirse–.
En este jueves del Corpus Christi, en el que adoramos la divina presencia de Jesucristo en las Sagradas Especies de la Santísima Eucaristía, me parece muy oportuna esta reflexión, quizá porque también la venerable tradición acostumbra a celebrar el “Día de las Mulas” (¡felicidades, mi estimado lector!). Déjeme explicarle el porqué de la felicitación (y de la celebración). De España fue a Hispanoamérica, y allí se recuerda y celebra cada año (aunque en la Patria lo hayamos perdido). Cuenta, así, la tradición, dos versiones al respecto. La primera, que éste era el día en el que se llevaba el diezmo de cada año a las sedes episcopales, y se portaba en mulas, por lo que todo el que veía tantas caballerizas en las ciudades este día comenzó a llamarlo de tal forma (y hermoso es, déjeme decirle, puesto que ya quisiera yo ser “mula” para llevar cosas preciadas para servicio de la fe). La segunda tradición narra que, en 1526, en una procesión del Corpus, al ver los nobles animalitos que escoltaban al Santísimo Sacramento que nadie se arrodillaba ante Él, estas mulas lo hicieron, inclinando sus rodillas y cabezas en honor de la Divina Presencia (¡también quisiera ser yo así de “mula”, estimado lector, en adoración al Redentor!). Por supuesto, ello no quita la connotación negativa de la expresión “ser como una mula”, en el sentido de terquedad y aferramiento, o “estar como una mula”, en tanto referente a fortaleza para cargar pesos… Dejémoslo ahí, porque ya fuere por la primera razón, por la segunda o por la tercera, tendría que felicitar a España entera (y al mundo, patria et orbe) en esta fecha. Retomo, señor lector, el propósito originario.
“Tenemos que vivir, y no solamente existir”, escribió milenios ha el insigne Plutarco. Vivir en el “mundo”, hoy, debe ser identificado con sobrevivir en un mundo global, el «globalismo» (¡cómo desprecio tal palabra, que busca destruir toda diferencia de culturas, tradiciones, lenguas, fes, historia y cuanto diferencia en lo legítimo a una persona de otra, una nación de otra, un continente de otro!), que solo pretende dejar existir al ser humano como mero ente cosificado, mero operario, mero pagador de impuestos, tácito, silente y casi semoviente (al mismo tiempo que eleva inventados derechos para los animales, ahora “seres sintientes”, como si no hubiese Aristóteles dado tal clasificación para distinguirlos y subordinarlos al ser racional)… Este es el mundo que antiguo se refería a la ambición, la codicia, la envidia y la violencia, pero que hoy se reduce a pornografía, disforias respecto a la identidad sexuada biológica, inteligencia artificial, pasividad, indiferencia y fanatismo ideológico, mezclando cuanto es despreciable con todo lo que es aborrecible… Un mundo que es ecléctico, que reniega de la divinidad para crear religiones artificiales, fomentar el ateísmo o practicar el satanismo. ¿Será, acaso, que tenemos el mundo que merecemos?
Debo equiparar “la carne” a la malhadada «ideología de género» (inexistente en realidad, por lógica inteligencia, por biológica naturaleza y por auténtica dignidad y esencia, si bien muy practicada por la subjetividad, la idiocia y la destrucción y degradación del ser humano a las pasiones del bajo vientre… quizá muchas personas tienen por aquellos lares sus escasas neuronas en lugar de en la masa encefálica, no lo sé). Si antes era ese “demonio meridiano” (el demonio del mediodía, señor lector, referido a esa mitad inferior corporal), ahora es ya una grotesca, profana y blasfema perversión de la naturaleza humana, creada buena en su inicio, degenerada en su desarrollo hodierno… ¡Cuánto trabajo se le está quitando a Satanás con estas “ideologías” siniestras!, como recordaría C. S. Lewis en sus Cartas del diablo a su sobrino). Y es que, a costa de dar patente de corso a la pornografía (¡es arte!, decían cuando paredes, carteleras y museos comenzaron a llenarse de desnudeces más o menos orondas, poco o muy rotondas), dar carta de naturaleza a la hipersexualización educativa (no, no viene de hoy ni del nefasto P. Sánchez, créame, ya es de antaño, aunque la finalidad es la misma: minar la moralidad social desde la tierna infancia), dar beneplácito legislativo a violadores, pervertidos, agresores, obsesos sexuales, pederastas y rapiña semejante –junto con subvenciones a troche y moche, dicho sea de paso, para promover la “reinserción”, “opcionalidad legítima” y paparruchadas tales–, romper la igualdad del principio de legalidad según sexos (reales o ficticios) y “hazañas” de tal extremo, estamos ya en el mundo del revés. Con razón afirmaba G. K. Chesterton que “llegará el día que será preciso desenvainar una espada por afirmar que el pasto es verde”, y no nos sorprenda que haya llegado ya, puesto que acaece todo cuanto se presuponía casi imposible pocas décadas ha (como una futurible “Españizuela” o una rocambolesca “Españistán”). Reitero: ¿será, acaso, que tenemos el mundo que merecemos?
Del demonio (y sus secuaces, claro, como la patulea aliada de la izquierda con Sánchez, sin tener su servidor la más mínima intención de demonizar a nadie, puesto que el árbol se conoce por sus frutos), poco tengo que decirle a usted, señor lector, excepto que quienes muy fuertemente lo denigran o niegan su existencia, incurren en la aporía lógica de que cada cosa tiene su opuesto, así como de la luz es la oscuridad o de la verdad es la mentira. El demonio, ser de naturaleza espiritual angélica, creado inicialmente bueno pero eviterna y voluntariamente condenado por su negativa a servir al ser humano y a Dios (ese grito de: non serviam!, como de anarquista avant la lettre) no es un cuento de abuelitas ni un invento. Claro, en una sociedad que niega todo lo que tenga que ver con Dios, Cristo y su Iglesia (aunque feliciten el Ramadán a quienes creen en el mismo Dios bajo otro nombre, cosas veredes) es lógico que se propugne por imponer todo cuanto es contrario a Dios (el mal), a Cristo (el demonio) y su Iglesia (el satanismo y las ideologías dimanantes, que abarca todo el espectro de la izquierda y la tibieza del centro).
Todo lo anterior clama al Cielo, como hubiesen dicho nuestros mayores. Pero a nosotros pareciera que ni la atención nos llama, puesto que también, en modo muy poco evangélico (aunque sí muy sinodal, perdóneme usted), renunciamos a anunciar el bien y la justicia, permitimos el avance de la mentira y la fuerza bruta, callamos ante el mal y la pobreza, volvemos la cabeza ante el dolor y el pecado. Mundo, carne y demonio, es decir, «globalismo», «ideología de género» y «política izquierda siniestra». ¿Cómo describirlo de otra forma? La generalización, ciertamente, es un defecto, pero en la lógica procedemos por el conocimiento de universales para inferir los particulares, y no al revés, al igual que la casa se construye desde los cimientos y no comienza por el tejado. Si queremos avanzar con las huestes de la destrucción, el hambre, la peste (enfermedad, pues) y la guerra (todo es culpa de Rusia, al parecer, hasta ese «calentamiento global» y que las vacas expelan metano), sigamos votando a la ponzoñosa izquierda o al tibio centro, y continuemos permitiendo el voto manipulado por controladores e intereses internacionales…
En lo personal, mi respetado señor lector, prefiero ser “mula”, en todas las acepciones que le propuse (para cargar presentes, para adorar en reverencia, para aferrarme a los principios inmutables, para tener la fortaleza de no dejarme avasallar) antes que ser zopenco gamusino y cenutrio apesebrado. Solo así puedo en mi mente y alma elevar al Todopoderoso mi plegaria por la paz, su Reino y su Voluntad. España, país odiado por el demonio (al ser la Patria propagadora de la fe y la verdad), nación asolada por la carne (puesto que con ella se le abre el camino al Maligno), tierra de experimentos globales repudiados por cuanta mente pueda pensar (y así, conniventes y silentes, parece que queremos seguir) ha de levantarse y proseguir el camino del bien, la verdad y la auténtica justicia. Que la Divina Majestad Sacramentada bendiga su Nación amada y a cada habitante de buena voluntad. ¡Viva España! Adoremus in aeternum Sanctissimum Sacramentum!
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