Columna de La Reconquista | Los orígenes de la masonería (Parte XXVIII): Vivieron como necios y murieron sabiamente

La falsa «memoria histórica» que desde las logias se viene fabricando desde hace siglos –y que en el caso de España se quiere imponer por ley– ha conseguido que las nuevas generaciones de españoles no dispongan de herramientas para poder evaluar de manera correcta los acontecimientos más relevantes de nuestra historia patria. Muy pocos saben, por ejemplo, que la Santa Sede condecoró a Francisco Franco con el collar de La Suprema Orden Ecuestre de la Milicia de Nuestro Señor Jesucristo (o Suprema Orden de Cristo). Es la más elevada distinción pontificia, creada para premiar los servicios prestados a la Iglesia Católica, y es al único dictador que se le ha concedido.

La Santa Sede se la concedió el 25 de febrero de 1954. La pregunta que cabría hacerse, es: ¿Por qué concedió la Santa Sede tan elevada condecoración a un dictador? Muchos podrán pensar que la Iglesia fue una aliada malvada de la dictadura, y podrían aprovechar esta información para cargar las tintas contra la Iglesia… ¡¡Nada que ver!! Ya empezamos a ver en el capítulo anterior que fueron los republicanos mismos los que acabaron con el orden que existía y que, dejados llevar de su odio por todo lo religioso, no respetaron ni el orden, ni la paz, ni la justicia. Fueron ellos los que utilizaron la república para acabar con la república, ya que la masonería, desde el principio, tuvo mucho control sobre ella.

No obstante, este artículo no se lo dedicaremos aún a Franco. Seguiremos abundando en las causas que llevaron a la Guerra Civil, y que justificaron no el Golpe de Estado, sino el Levantamiento Nacional. Aquí no se trataba de que una facción pretendiese quitarle el poder a otra. Más bien se trató de que una parte de España se negaba a morir a manos de la otra. No fue una simple guerra. Aunque fueron muchas las causas que llevaron al enfrentamiento, lo más representativo de éste fue su carácter de Cruzada religiosa, y eso fue lo que llevó a la Iglesia a condecorar a Franco.

Como dato curioso, adelantamos un episodio muy destacable con respecto a Azaña (masón). Aquel que no hizo nada por evitar la quema de conventos y que declaró las célebres palabras: “Ni todos los conventos de Madrid valen la vida de un republicano y España ha dejado de ser católica”, murió reconciliado con la Iglesia. El jesuita Gabriel Verd recogía abundante documentación sobre su vuelta a la Iglesia en La conversión de Azaña, artículo publicado en la revista Razón y Fe en 1986, escrito del que el semanario Alfa y Omega reprodujo un extracto:

“Los documentos principales sobre la conversión de Azaña son de la persona que conoció el hecho mejor que nadie, el mismo que le atendió espiritualmente, monseñor Pierre-Marie Théas, obispo de Montauban desde octubre de 1940 hasta febrero de 1947. Por otra parte, una larga carta de la viuda de Azaña, doña Dolores Rivas, a su propio hermano, aunque no habla explícitamente de sacramentos, los da a entender en el último momento, coincidiendo sustancialmente con las precisiones de monseñor Théas.

Escribe también monseñor Théas: «Deseando conocer los sentimientos íntimos del enfermo, le presenté un día el Crucifijo. Sus grandes ojos abiertos, enseguida humedecidos por las lágrimas, se fijaron largo rato en Cristo crucificado. Seguidamente lo cogió de mis manos, lo acercó a sus labios, besándolo amorosamente por tres veces y exclamando cada vez: ¡Jesús, piedad y misericordia! Este hombre tenía fe. Su primera educación cristiana no había sido inútil. Después de errores, olvidos y persecuciones, la fe de su infancia y juventud informaba de nuevo la conducta de los últimos días de su vida».”.

Llegamos al punto culminante, el de su confesión. El obispo lo dice veladamente, pero se deduce con claridad: «A esta pregunta: ¿Desea usted el perdón de sus pecados?, respondió: Sí». En 1952, el obispo es plenamente explícito: «Recibió con plena lucidez el sacramento de la Penitencia, que yo mismo le administré».

No se le pudo dedicar un funeral católico por imposición del consulado del gobierno laicista de México, que pagaba los gastos de hotel de Azaña, y que pagó el entierro de Azaña. Su viuda dejó encargado a unos amigos que colocasen después en la sepultura una lápida con una cruz de bronce sobre la inscripción.

Como refiere Mons. Théas: “El 5 de noviembre, contra la voluntad del Presidente y de su viuda, se hizo presión para dirigir el cortejo fúnebre directamente al cementerio, impidiendo la ceremonia religiosa prevista en la Catedral”.

Aunque Azaña había dicho que España había dejado de ser católica, él no dejó de ser católico al final

Ya metidos en harina, contaremos también otro episodio que poca gente conoce del mismo rango del que hemos mencionado sobre Azaña. Pero en este caso sobre Dolores Ibarruri, “La Pasionaria”.  Esta “dama de hierro”, convertida en lo que Unamuno llamó «tiorra», competía con otros diputados de la izquierda en insultos y amenazas a los parlamentarios de la derecha y también en la defensa del golpe revolucionario de octubre de 1934. A José María Gil Robles y José Calvo Sotelo dedicó abundantes amenazas de muerte, muchas de las cuales eran borradas del Diario de Sesiones por el presidente de las Cortes, Diego Martínez Barrio, masón de alto rango, como ya explicamos en el anterior capítulo. Josep Tarradellas, diputado de ERC, declaró en 1985 que él le escuchó espetar a Calvo Sotelo que había hablado por última vez. Poco después, un comando terrorista formado por policías y pistoleros del PSOE secuestró y asesinó al diputado monárquico.

Dolores Ibárruri habría muerto como católica, tras haber sido confesada y haber recibido la Comunión. Esto es lo que aparece en la biografía del padre Llanos, con quien la dirigente comunista mantuvo una estrecha relación al final de su vida. De hecho, la bisnieta de Ibárruri, Anna Biriukov (educada en la disciplina comunista, vino a Madrid, se casó, tiene seis hijos, se hizo católica e ingresó en el Opus Dei) aseguró en una entrevista: “tengo noticia de que Dolores murió confesada”. Existen más pruebas, pero no abundaremos más en este particular.

Como no hay dos sin tres, comentaremos también el caso de Lluís Companys. Quizá sea el más pintoresco de los tres. Pues sí, el hombre bajo cuyo mandato se aplicaron en Cataluña todo tipo de torturas y que en alguna checa para hacer desaparecer los cadáveres se echaban a los cerdos. Que era un aficionado al espiritismo y que lo practicaba con catalanistas y comunistas, para gran escándalo de conocidos.

Promovió la mayor persecución religiosa de la historia de Cataluña, ejecutada por el Comité de Milicias que él fundó. Fueron asesinados 4 obispos, 1.536 sacerdotes (el 30% del clero catalán) y miles de católicos solo por serlo. Prohibió el culto católico y destruyó 7.000 edificios religiosos. Contestó así cuando la revista francesa L’Oeuvre (agosto 1936) le preguntó sobre la restauración del culto católico: «¡Oh, ese problema no se plantea siquiera, porque todas las iglesias han sido destruidas!».

Ese hombre, que quiso hacer desaparecer las iglesias y los curas en Cataluña… murió confesado y haciendo de monaguillo. Javier Barraycoa, en su libro Historias ocultadas del nacionalismo catalán, nos lo cuenta así:

“La muerte de Companys también fue sorprendente. Tras el polémico juicio y su condena, el presidente de la Generalitat pidió la confesión, ayudó en la última Misa que oyó y comulgó piadosamente. Le dio tiempo a escribir una nota al coronel Gobernador del castillo-prisión de Montjuich, agradeciéndole el buen trato recibido. Para los que le conocieron en vida, sus últimos momentos fueron sorprendentes por el valor demostrado y la dignidad con la que afrontó la muerte. Todo este tipo de historias, que son innumerables, son las que hoy no son relatadas y su silencio impide llegar a entender lo que representaron aquellos trágicos acontecimientos”.

Bastante sorprendentes las historias de estos conversos in extremis. Esto demuestra la gran misericordia de Dios y lo errados que estuvieron estos tres personajes de nuestra historia reciente (antes de su conversión), en colaborar y promover la gran persecución que sufrió la misma religión que no tuvo ningún problema en acogerlos en sus últimos y más débiles momentos.

Sirvan estos tres personajes históricos para la reflexión de todos aquellos, que, a día de hoy, abusan del poder que tienen, y que en su ignorancia más supina se creen inmortales y que “la fuerza” siempre estará con ellos. Aquellos que son los causantes de que (por ejemplo, en España), se aborten casi cien mil niños al año. Aquellos que han pervertido la educación en escuelas, universidades y hasta en las guarderías. Aquellos que controlan los medios de comunicación y que los utilizan para destruir mental y moralmente a toda la población. Aquellos que a día de hoy… siguen persiguiendo a la Iglesia, como en tiempos de la Segunda República y la Guerra Civil Española (aunque no en el mismo grado hoy, pero se acercan peligrosamente). Aquellos que conocemos perfectamente. Esos, que siempre están tras todas las guerras y conflictos mundiales. Esos, que de manera directa o indirecta abren la caja de Pandora constantemente y en todos los lugares del mundo, y que en sus más altos grados adoran a Lucifer. Esos que son muy pocos, porque no son todos los que están, pero están todos los que son. Ricardo de la Cierva estuvo atinado cuando dijo: “Todos los satánicos son masones, aunque no todos los masones son satánicos”.

Tomen nota también todos los que tienen como referentes positivos a los tres protagonistas de este artículo, y dense cuenta de la poca consistencia de los ideales que persiguieron. Estos tres personajes, que en su día persiguieron a la Iglesia; al final, cuando la muerte les acechaba, tomando conciencia de su fragilidad, no tuvieron más remedio que reconocer que no eran Dios. No hay ninguna necesidad de cometer los mismos errores que ellos; valga solo con su mal ejemplo, para rectificar. Y si en algo son dignos de imitar, es en acercarse a Dios y renunciar a las obras del diablo, que esto es CONFESARSE. Tuvieron suerte, porque mal vivieron su vida, y fueron responsables de muchas muertes gratuitas. Pero les ocurrió algo que no siempre ocurre: tuvieron la suerte o la claridad del buen ladrón, que a la hora de morir recobró la cordura y pidió perdón por su mala vida. Vivieron como necios, y murieron sabiamente.

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