Columna de La Reconquista | Los orígenes de la masonería (Parte XVIII): Pavía salva España

Quien haya seguido esta serie desde el principio, se puede dar cuenta a estas alturas de cómo hay una constante que se repite una y otra vez en el ABC masónico. Una fórmula cuasi matemática, que podríamos definir bajo tres principios que se repiten de manera continua: 1) el odio a la Iglesia (y persecución religiosa); 2) la mentira, el asesinato y el engaño como fórmula principal para conseguir sus fines sin ningún tipo de límites; y 3) la infiltración como táctica de guerra para cambiar los sistemas.

En el capítulo anterior veíamos cómo la secta masónica, tras conseguir hacerse con el poder llevando a cabo el asesinato de Prim (también masón) y haber conseguido la renuncia de Amadeo de Saboya, toma las riendas de la Nación española. Había presentado a los ciudadanos en 1873 a cuatro presidentes del poder ejecutivo, todos ellos de corte federalista y masones: Estanislao Figueras –el que dijo: “estoy hasta los cojones de todos nosotros”– (cuatro meses), Francisco Pi y Margall (cinco semanas), Nicolás Salmerón (siete semanas) y Emilio Castelar (cuatro meses). Si a esto añadimos la proclamación sucesiva y simultánea de “cantones” –ciudades que se erigían cuasi independientes del poder central– desde julio (primero Cartagena; después Valencia, Castellón, Alicante, Sevilla, Córdoba, Málaga, Cádiz y Granada), la idea del “federalismo” no resultaba a finales de 1873 muy bien parada. Un récord en devastación y destrucción, ya que históricamente han demostrado que son grandes expertos en demolición, pero no saben construir y además no quieren.

En el anterior artículo dejamos constancia del homenaje recibido por los tres primeros presidentes de esta república, ofrecido por la masonería y la gran simbología masónica que hay en sus tumbas. En este, dejaremos enlace a un artículo que nos explica muy bien toda la simbología masónica que contiene el monumento a Castelar, ubicado en el Paseo de la Castellana en Madrid.

Véase artículo

En estas condiciones se iniciaba 1874, porque en el segundo día del año, el presidente Castelar solicitó al Congreso de los Diputados un voto de confianza, que le fue rechazado. El caos estaba servido y la locura campaba a sus anchas dentro del mundo parlamentario. Es entonces cuando El General Pavía, viendo la que se avecinaba (aún peor que lo que ese año republicano ya había demostrado), tomó la decisión de acabar con todos los desmanes republicanos y cantonalistas, viéndose obligado a dar un golpe de estado. Stanley Payne (historiador e hispanista, uno de los más reconocidos a nivel mundial), dice lo siguiente en su libro “365 momentos clave en la historia de España”: “El general Pavía, que había tomado parte en el destronamiento de Isabel II y colaborado en el triunfo de la revolución de 1868; sin embargo acabaría con el tipo de república que se había impuesto como «revolucionaria» en 1873, que apuntaba al federalismo. Las intenciones de Pavía, en la misma línea que las del malogrado Juan Prim de instaurar una monarquía parlamentaria distinta a la de los Borbones como un mal menor, ya no eran tan parlamentarias. Aunque había compartido con el presidente recién depuesto la idea de que España debía solucionar sus problemas por medio del orden y la disciplina, pero dentro de los límites constitucionales, ahora iba a demostrar a Castelar que los problemas del Estado «debían solucionarse» por cualquier medio”.

El general Pavía había enviado primero una nota al presidente del Congreso, Nicolás Salmerón (no confundir con presidente de la república, ya que éste era Castelar), para que desalojase el edificio. No es cierto que Pavía entrara en el hemiciclo con un caballo, tal como cuenta la leyenda, sino que contempló la salida de los diputados a lomos de su animal desde la calle. Gracias a él, se evitó que saliese un presidente cantonalista (que hubiese convertido a España en un régimen de taifas). Pavía había salvado a España in extremis. Nunca tuvo la intención de permanecer en el poder, solo fue un patriota que paró en seco a la mafia masónica que quería devorar España. Tras hacerlo, no asumió el poder, ahora quedaba la tremenda labor de organizar un nuevo gobierno.

Tras el golpe de Estado, Pavía convocó a todos los partidos políticos –excepto cantonalistas, federalistas y carlistas– para formar un gobierno de concentración nacional, que daría el poder al general Serrano, comenzando así una suerte de “dictadura republicana” que culminaría con la restauración de la monarquía en la persona de Alfonso XII.

Serrano perteneció, como Sagasta y Prim, al “Supremo Consejo de la Masonería española”. Aunque cometió multitud de errores, era distinto a toda esa pléyade de masones que conspiraba contra la nación y contra la Fe y que obedecían ciegamente a intereses extranjeros. Siendo ya regente, tras el golpe de Pavía, fue elevado en ceremonia masónica a caballero Kadosh (grado 30 de la masonería del Rito Escocés Antiguo y Aceptado). Alberto Bárcena, en su libro “La Pérdida de España”, comenta lo siguiente: “Pero Serrano, con todos sus fallos –que fueron de bulto era distinto. Mariano Tirado Rojas recogió un suceso que viene a demostrarlo: Los miembros del Areópago quisieron llevar las cosas hasta el fin; más al presentar al general Serrano el crucifijo para que lo escupiera y pisoteara, según acostumbraban a verificarlo en sus reuniones secretas los Templarios, el Duque de la Torre (Serrano) se negó a ello resueltamente, y declaró que si era necesario perdería la vida antes de prestarse a semejante profanación”.

En el caso de cualquier otro, con suprimirle (como a Prim) hubiesen tenido bastante (por cierto que fue Serrano uno de los inductores del asesinato de Prim). Pero eliminar a todo un regente no era cosa fácil, ya que tenía medios a su disposición para acabar con todos ellos. Bárcena, nos refiere lo siguiente en cuanto a la resolución que tomaron los masones ante la negativa de Serrano a llevar a cabo tamaña profanación: “Se convino después de maduras reflexiones (de los masones), en hacer creer al Duque de la Torre que lo del Crucifijo era solamente una prueba para aquilatar su valor y serenidad, y después de felicitarle, por ambas cualidades, conferirle el grado 30, suprimiendo las demás formalidades como así se verificó”.

El golpe de Estado de Pavía mató la República. El Gobierno nacional que se había formado, presidido por el general Serrano, trató inútilmente de mantenerla todavía (porque, aunque no quiso escupir y pisar el Crucifijo, hay que tener en cuenta que seguía siendo masón). Mientras tanto, un político inteligente y habilidoso, don Antonio Cánovas del Castillo, trabajaba por otro camino en favor de Don Alfonso, el hijo de Doña Isabel II. Cánovas quería traer al rey de otro modo: no en lucha a campo abierto, sino contando con todos, mediante la habilidad y la intriga política. Pero ni aun así pudo evitar que el último empujón de su obra fuese de carácter violento y militar. El general Martínez Campos, al frente de una sola brigada, se sublevó en Sagunto y proclamó Rey a Don Alfonso XII.

De esta manera entraba en España un rey joven e inteligente, pero entraba rodeado de masones (como le ocurrió a su madre). Desde el primer momento, Cánovas incorporó a su Gobierno y a su obra muchos de los hombres de la República revolucionaria (masones), y algunos de estos, como Sagasta, pudieron permitirse el lujo de decir que servían a la Monarquía sin renunciar a una sola de las ideas que llevaron a la Revolución (ideas masónicas).

El poco de orden que impuso Pavía no tardaría en desaparecer por completo, dando paso a un caos mucho peor que el que evitó. Cánovas, a pesar de ser católico y conservador, no tuvo más remedio que entenderse con Práxedes Mateo Sagasta, un personaje con un pedigrí totalmente masónico, al que llamaban “el petrolero” (a causa de las iglesias que, al parecer, incendió en su juventud). Muchos reprochan a Franco (que hizo exactamente lo mismo que Pavía: parar el desastre) que tras ganar la guerra no abandonara el poder. Tenía la experiencia de Pavía y de Primo de Rivera, y sabía que la solución de España pasaba por acabar con la masonería, el verdadero problema de España, antes y ahora.

Pío Moa comenta lo siguiente: “No hay duda de que las dos experiencias republicanas en España han sido desastrosas. La primera llegó a amenazar la subsistencia de España como nación, hasta que la disolvió el general Pavía, él mismo republicano. La segunda comenzó por un pronunciamiento militar fallido, cuyo 70 aniversario se ha festejado estos días con un concienzudo olvido, y siguió con una enorme pira de iglesias, bibliotecas, escuelas y obras de arte; luego vinieron varias sangrientas insurrecciones anarquistas, el golpe de Sanjurjo y la insurrección de octubre del 34, primera batalla de la guerra civil, organizada por el PSOE y la Esquerra catalana”.

De la primera república hemos hablado en los dos últimos capítulos, de la segunda hablaremos en los posteriores. Pero no les quepa ninguna duda que lo que tienen en común ambas es haber contenido en su formación o desarrollo una cantidad ingente de masones, por eso acabaron de tan mala manera.

@LaReconquistaD

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