Columna de La Reconquista | Los más graves delitos

No hablo de Pedro Sánchez hoy, señor lector. Pero… ¡cuán insensata es la ignorancia, cuando alguien se vanagloria emitiendo opiniones sobre asuntos que no conoce y juzgando hechos fuera de contexto! Es lo que sucede en muchos análisis políticos que diferentes periodistas, comunicadores, contertulios de programas y diferentes influencers, donde se extrapolan las palabras, se juega con los sentidos, sentimientos, intenciones, propuestas y realidades, se tergiversan verdades so viso de veracidad y solo se buscan dos cosas: confundir e influir –no sabría decirle, estimado lector, cuál de ellas prima en esas circunstancias, puesto que ambas dimanan de una misma voluntad pagada e ideologizada–. Por supuesto, de antemano dos premisas: a) no todos son iguales –algunos quedan, si bien pocos, con objetividad, contraste y racionalidad–, y b) defiendo la libertad de expresión hasta donde comienza la libertad de la verdad y la dignidad –porque el error, el engaño y la mentira no tienen derechos ni libertades algunos, al ser siempre extrapolaciones, en el mejor de los casos ignorantes, de la realidad percibida–.

Claro, como buenos dispersores de humo, creando esas “cortinas” que buscan solamente engañar al ingenuo, en el intento de fijar la atención de la plebe –con toda intención así lo digo, porque no es el pueblo– en aspectos que alejen de las ilegitimidades legisladas y/o aprobadas por Parlamentos y Tribunales, de actuaciones inmorales y asquerosas de los mismos legisladores, políticos afines y juzgadores (para qué dar nombres de tipos y lupanares), de necesidades reales jamás satisfechas (la paupérrima economía, la violencia callejera, la ocupación ilegal, las fumigaciones aéreas arbitrarias con sabe Dios qué contenidos químicos, violaciones, asaltos, puesta en libertad de delincuentes psicológicamente enfermos y cuya culpabilidad ha quedado evidenciada, etcétera).

Vamos a comenzar la Semana Santa, en la que actualizamos en el recuerdo y la vivencia las grandes verdades de la fe cristiana: el inocente es víctima de los culpables, el castigo crudelísimo de la muerte recae sobre quien no tiene culpa alguna, y, sin embargo, per Crucem ad lucem, el mal no tiene la última palabra, sino que es la vida, la verdad, la luz quien triunfa (en la Resurrección gloriosa de Aquel que es la Vida, Verdad, Camino, Luz y Salvación). Quieren ridiculizar la fe de quienes creemos en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, al igual que prohibir las manifestaciones y expresiones de la libertad de culto (como ese estúpido y aberrante, ilegítimo e impío Estatuto Laico de la nefasta alcaldesa de Gijón).

Permítame usted poner otro ejemplo: manifiesta una articulista –de cuyo niombre no quiero acordarme– su denuesto al “portavoz del Vaticano” e ironiza sobre su moralidad, porque, según ella, “la Iglesia codifica en el mismo nivel de ‘delito grave’ el abuso sexual a menores y a discapacitados, la pornografía infantil y el intento de ordenación de una mujer”.

En primer lugar, no hay “portavoz del Vaticano”, sino de la Santa Sede. No es lo mismo «Vaticano» que «Santa Sede». En segundo lugar, la articulista hace referencia a un documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe que actualiza unas normas emitidas por el Papa San Juan Pablo II en el año 2001, para juzgar, y en su caso penalizar debidamente, los más graves delitos contra la fe y contra los sacramentos de la Eucaristía, la Penitencia y el Orden Sacerdotal, así como los abusos sexuales por parte de miembros del clero respecto a menores. No son lo mismo estos crímenes execrables que el intento de ordenar como sacerdote a una mujer. No están en el mismo nivel. La confusión de la articulista es porque la enumeración de estos delitos está en un mismo documento, destinado a defender la santidad de los sacramentos. Si tan reputada señora conociera el texto original, quizá matizaría su opinión, aunque cabe en mí legítima duda, por aquello de que: stultorum numerus infinitus est (el número de los necios es infinito).

Aprovechando que “el Pisuerga pasa por Valladolid”, enumero algunos de esos delitos, en pro de claridad: en los documentos aludidos por esa estúpida periodista se exponen delitos contra la fe (herejía, cisma y apostasía), con la máxima pena eclesiástica, la excomunión automática (latae sententiae). Se insiste en delitos más graves contra la Eucaristía (profanar, llevarse o retener, con finalidad sacrílega, las especies consagradas, así como simular la acción litúrgica de la Santa Misa, o admitir a concelebrar la Santa Misa a ministros protestantes, o consagrar sólo pan o sólo vino, con fines sacrílegos, dentro o fuera del Santo Sacrificio), con una pena canónica de castigo según la gravedad, sin excluir la dimisión del ministerio presbiteral.

Por supuesto, se da una señalada exposición de los delitos más graves contra el sacramento de la Penitencia –sí, la confesión, tan depauperada hoy– (la violación del sigilo sacramental, la solicitación durante la confesión, a pecar sexualmente con el mismo confesor, o la absolución por parte de éste de su cómplice en un pecado sexual, la simulación de la absolución sacramental y la escucha prohibida de la confesión, la grabación o difusión de las cosas dichas por el confesor o por el penitente en la confesión), estipulándose la pena del castigo según la gravedad, sin excluir la dimisión del estado clerical y la excomunión automática (como en los tres primeros supuestos).

Se continúa con el delito más grave contra el sacramento del Orden: atentar ordenar a una mujer como sacerdote. La pena es la excomunión automática para el ministro y para la mujer, pudiendo el ministro ser reducido al estado laical.

Mención aparte merecen los delitos más graves contra la moral –además del aborto, que tiene excomunión automática para quien lo practica, consiente, aconseja, propone, recomienda o permite–: El abuso sexual, cometido por un clérigo, de un menor de 18 años, o de quien tiene un uso imperfecto de la razón. La adquisición, retención o divulgación, con un fin libidinoso, de imágenes pornográficas de menores de 14 años, por parte de un clérigo. Pena: castigo según la gravedad del crimen, sin excluir su dimisión del estado clerical. Estos delitos prescriben a los 20 años, prescripción que empieza a correr, en el caso de abuso a menores, a partir del día en que el menor cumple 18 años.

Vamos a ver, señora articulista: No tienen el mismo nivel la ordenación de una mujer que los abusos sexuales contra menores, abusos execrables que todos condenamos. Aquélla tiene como pena la excomunión –que implica no poder recibir los sacramentos de la confesión y comunión, y quedar fuera de la Santa Iglesia, tanto en la tierra como en el cielo, hasta que no se haga penitencia por ello–. En cambio, los abusos sexuales se castigan según la gravedad del crimen, lo cual incluye las penas de los códigos civiles, que aquí no voy a enumerar, porque la “señora” pretendía ilustrar una normativa canónica, no civil, y sabemos bien que los códigos civiles y penales varían según los países. Ah, claro… ninguna mención para los más graves delitos contra la Patria (traición, rebelión y sedición), contra la sociedad (negligencia en su atención al bien común, fraude del Erario, omisión del auxilio a las auténticas víctimas del terrorismo tanto etarra como racial, económico y educativo), contra los más débiles y desprotegidos (la profanación de la inocencia en la niñez por medio de políticas educativas que anulan la patria potestad, la desprotección de los pensionistas y adultos mayores, una política sanitaria y laboral que privilegia un supuesto “género” antes que la mayor necesidad y el mérito), etcétera.

Aquello a lo que la petulante y necia articulista se refería no era al párrafo anterior, sino a los Santos Sacramentos, los signos salvíficos que Jesucristo dejó a su Iglesia, y que debemos cuidar y proteger con esmero y responsabilidad, por la vida divina que contienen. Desde la familia y la catequesis, hemos de inculcar la debida reverencia y el delicado respeto que los Santos Sacramentos merecen. Si alguien no les da la importancia adecuada y abusa de ellos, merece una amonestación, un castigo conveniente e impedirle que los use con fines indignos. Eso es lo que la Iglesia siempre ha hecho (al menos hasta la fecha, porque ahora está más de moda quedarse callado, quitar importancia al tema y felicitar a los “hermanos” musulmanes por el Ramadán); ciertamente, la Iglesia Universal actualiza este cuidado, por la degradación moral que nos ha invadido, bajo pretexto de «modernidad» y «libertad».

Creo que un buen propósito para esta Semana Santa (y los días de vida que el Buen Señor nos conceda) es que todos seamos ejemplo de respeto sagrado a la fe, a la Sagrada Eucaristía, a la Penitencia, al Sacramento del Orden y al celibato –tan cuidado por muchos y denigrado por una infinitesimal parte de esos lobos disfrazados de pastores–. Con estos cimientos fuertemente forjados, se erige el edificio de la fe y de la vida, y se acaban las sandeces de falsos políticos, depredadores del Erario y defraudadores de la confianza… ¡Santo propósito…!

De corazón le deseo una santa Semana Santa, esperando que nos encontremos en la Pascua eterna. No dejemos de rezar por España, tierra bienquista del Todopoderoso, y por cada uno de sus habitantes (incluida la conversión de todos sus políticos, detractores, invasores, asesinos y conniventes).

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