Columna de La Reconquista | La España postporno

En verdad, señor lector, es desagradable –hablando “en plata”– que la degeneración ética, antropológica, moral y social (producto, sin duda, de la perversión política, económica y “cultural” que permea esta etapa histórica contemporánea) tenga una trayectoria más negra que alma de demonio. Sin embargo, no hablar de ello implica dar una tácita aprobación a estos fenómenos que ya han permeado la sociedad (para hacerlo ver como algo “normal”, “moderno”), y eso no considero que debamos hacerlo, máxime cuando lo que ya está realizándose afecta a la parte más vulnerable de la comunidad, la más sensible al corazón, la más inocente en su alma: los niños. De antemano, le manifiesto que es difícil escandalizarme, porque curtido está uno en estas lides de “ideologías” de la ineptocracia política.

Sin hablar “en plata”, es asqueroso y despreciable que la denominada «política educativa» –aunque curiosamente la política no debiera adentrarse en los temas objetivos de la educación, sino buscar que sea de calidad, objetiva, verdadera, forjadora de aptitudes y actitudes, promotora de valores y de auténtico desarrollo– esté centrando el virulento ataque de la presunta “educación” sexual en los niños desde su más tierna edad, deformando la realidad, forzando la conciencia y violando el conocimiento adecuado que corresponde a cada etapa de la vida, tanto en lo cognitivo, lo emotivo, lo afectivo, lo social y lo sexual.

Ahora bien, amable lector, quizá se pregunte usted: ¿por qué tratar este tema hoy? Sencillamente, porque tras haber tragado bilis –literal y metafóricamente hablando– por las intenciones, pronunciamientos y actuaciones de la más inútil ministra del desastroso Gabinete del Ejecutivo de nuestra pobre España, la “señora” Irene Montero, personaje que pretende “instruir” (léase «adoctrinar y pervertir») a los niños de educación primaria en “relaciones sexuales, erotismo, placer y genitales”, he considerado que debemos reflexionar sobre ello. Primero, analizando qué, cómo y para qué, a fin de concluir que no se puede ni debe permitir tal aberración educativa, ni en nombre de “igualdad”, “tolerancia”, “educación”, “diversidad” o término que quieran invocar.

Mal que pese a algunas muy susceptibles sensibilidades, el término «pornografía» proviene del sustantivo griego porné (prostituta) y el verbo graphein (realización, transcripción, grabación) –y creo que deber de toda persona honrada, máxime feminista, sería reivindicar el uso del término griego (léase con irónico acento)–. Si bien la historia de esta pretendida “arte” es antigua como la Humanidad –puede así verse desde las pinturas rupestres de los primeros homos, pasando por la literatura erótica greco-romana y llegando a la desvergonzada y grosera forma actual–, el término en sí es un cultismo del siglo XIX.

Muchos son los tipos de pornografía (pre-gore, sexploitation, softcore, mediumcore, hardcore, etcétera, especialmente en la cinematografía y prensa, pero sin obviar la pintura, literatura y escultura que ha dado cabida a parte de esta presunta “arte”, en clasificaciones que fluctúan dependiendo de la “cantidad” de carne expuesta o de la “rudeza” de los actos exhibidos o descritos), si bien ya hemos sobrepasado todo lo inimaginable –porque una cosa es la humana desnudez y otra la obscenidad chabacana, soez y enfermiza–, llegando en la actualidad a lo que se llama (dicen los entendidos) “época postporno” (válese escribir “posporno”, según el DRAE).

¿Y en qué consiste la “novedad”? Simple y llanamente en que en esta época se busca deliberadamente subvertir las «reglas» de la pornografía “tradicional” –si es que podemos referirnos a ello como una venerable tradición– además de los modelos de sexualidad que lo sustentan –hasta hace poco era la heterosexualidad, homosexualidad y bisexualidad, aunque ahora ya se metieron “hasta la cocina” con los inventados «géneros» y la diversificación fluida– con fines políticos, es decir, para servir de medio a la articulación de otras sexualidades posibles (léase «orientaciones subjetivas», «géneros», «transgéneros», «filias» y análogos), ajenas, extrañas y repugnantes a la más pura biología.

Educación política sexual, con visos de adoctrinamiento demoledor de la ley natural, promovida por quien, en principio, tiene a su cargo la consecución del bien común de la sociedad (el Estado). Esto es, ni más ni menos, con lo que ahora nos toca lidiar. Y, como modernos Sísifos, debemos afrontar esta lucha, remando contracorriente (más bien, siguiendo el mito, empujando contra pendiente) por el derecho natural, los valores, la moral, la patria potestad y la defensa de la infancia.

Es parte de nuestra batalla cultural, y, desde luego, como al desventurado Sísifo y su roca, todo afronta a que, al menos en la esfera pública, es una misión imposible, frustrante, agónica y doliente, una batalla que está perdida… al menos hasta que el globalismo imperante y las siniestras corrientes políticas, turbulentas y procelosas, dejen de anegarnos, cuando surjan gobiernos patrióticos, firmes, morales y con la legitimidad de la teleología (finalidad) debida: el bien.  Desde luego, en nuestra amada España (como en el ya mal denominado «primer mundo»), las consecuencias serán graves en las mentes y vidas de los niños y adolescentes de este primer cuarto del siglo XXI, con el agravante del relativismo exacerbado, el hedonismo fomentado, el personalismo salvaje y la indiferencia permisiva de quienes tienen aún una voz legítima: las familias, las iglesias, las escuelas y universidades, además de las personas de buen corazón y recta conciencia –o sea, quienes no dependen de la hoy prostituida política–.

“Todas las cosas tienen su tiempo”, reza el aforismo bíblico tan conocido. También el Apóstol Pablo recuerda a los fieles de Corinto que a los infantes se les da leche, mientras que los adultos pueden comer carne y alimentos sólidos. ¿Cuál es el tiempo para la depravación sexual? En sana razón, ninguno; en libre albedrío, tampoco (porque el uso correcto de la libertad solo se da cuando hay inteligencia, voluntad y elección, pero no libertinaje). En la enfermedad mental, dependerá el tipo y grado. En la sociedad “moderna”, parece ser que todo tiempo es válido, toda subjetividad es realizable, y por ello el Estado ha de “velar” (dice) por los falsos “derechos” de minorías (pervertidas), y llevar a la educación la comprensión y tolerancia hacia todo ello. Vamos, vamos… correcto es enseñar que una víbora es venenosa, pero creo que no es necesario llevar las víboras a las aulas para que los niños experimenten con ellas… El problema es que la víbora izquierdista del adoctrinamiento ya está en las aulas (y en las calles, y en el gobierno, y en muchos hogares), y que las mordeduras son letales en este caso (ni “vacuna” que inventen, excepto la apelación ad absurdum al libertinaje que corrompe, degrada y destruye, como lo hace la pornografía en toda mente y la acción permisiva en toda sociedad).

Desde esta mísera España postporno, donde ya las leyes pervertidas imperan, entonemos el réquiem por la educación, la política, la ética y la decencia, a la espera de su resurrección…  

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