Columna de La Reconquista | La dignidad humana (Parte VI)

Presento a usted, señor lector la última parte de esta serie de columnas dedicadas al análisis de la dignidad humana. Por ello hemos expuesto a lo largo de cinco columnas previas qué es, cómo se concibe, cuál es su sentido y las violaciones que se cometen cada día, desde el trato cotidiano hasta los instrumentos jurídicos de mayor peso en la esfera legal (en el ámbito nacional y mundial). Ruégole su permiso, además, para abandonar en este momento el lenguaje aséptico y neutral de la exposición objetiva, ciñéndome a las circunstancias.
Como habrá usted apreciado, estimado lector, no publiqué esta columna la pasada semana; la razón es que su servidor estaba a la espera –quizás ingenua, quizás inocente, lo reconozco– de las diferentes votaciones y resoluciones que en nuestra amada Patria se estaban efectuando (o próximas a resolverse) respecto a temas tan sensibles, dolorosos e importantes como la defensa de la vida (la resolución inconstitucional del Tribunal Constitucional, que, siguiendo las tendencias globalistas de la ONU, ha inventado y tutelado un “derecho” espurio y aberrante, como afirmar la constitucionalidad del crimen del aborto), la educación de los niños y jóvenes (en los aspectos normativos de la aplicación asquerosa y aberrante de la hipersexualización escolar desde los cero años de edad) y la incalificable “ley trans” (que permite que la subjetividad sea ley según el capricho deforme, consciente y antaño enfermizo de seres humanos que se creen todo lo imaginable excepto lo que la naturaleza humana es).
No negaré a usted la tristeza que me ocasiona el hecho de que la otrora católica España sea hoy el cubil y sentina de todo vicio y absoluto desprecio a lo justo, honrado, bueno, bello, decente y moral, que, lejos de proponerse como un ejemplo a seguir (como lo ha sido tantas veces en su gloriosa historia), es una seña de la degeneración y corrupción –como bien diría Aristóteles en su tratado del mismo nombre–, un recordatorio, doliente y sufriente, de lo que sucede cuando se abandona el camino de la razón natural. El Estagirita es, sin duda, contundente: “Cuando la sociedad se aparta del camino de la ley natural, degenera, se corrompe y muere”. Muchos presuntos “avances”, “derechos” y “escudos”, para estar cada vez más hundidos en la miseria económica, la sordidez política, la incultura social y el permisivismo más nefasto de cuanto mal puede sucederle a un país y a la sociedad que la conforma. ¡Vamos, que, hablando en plata, todos esos “progresismos” bananeros nos hacen estar cada día más “jodidos”! (discúlpeme por el término).
Por ello, ha sido una semana trágica en la defensa de la dignidad humana, considerando las leyes que el (des)gobierno socio-comunista de España ha promulgado, y no se puede acudir a otro argumento (que no sea falsario) que el de exclamar, como el Hidalgo de La Mancha, que se trata de “la razón de la sinrazón”. Porque, objetivamente hablando, ¿cómo puede ejecutarse en conciencia una ideología que no se basa en la naturaleza humana y su finalidad? ¿Acaso las almejas vuelan por los cielos, o las gaviotas excavan madrigueras? ¿Puede una legislación ser justa cuando se extrapola y subordina a subjetivismos –como ya la teoría egológica del derecho había anunciado–, abandonando la razón de su existencia, su quididad, su esencia? No hace falta acudir a universidad alguna para ver que un río siempre discurre por su cauce, y que cuando rebasa tal cauce por sus orillas, afirmamos que se ha producido un desastre natural… Lo mismo es aplicable, por analogía, a la legislación y los procedimientos legislativos: son un desastre, pero ahora sí, antinatural.
Así las cosas, en España dejará de existir en el Código Civil la palabra «madre», una de las más hermosas de todos los idiomas existentes, para convertirse en «progenitor gestante» (¡la aberración del “lenguaje inclusivo” y su imposición legal!). La sublimación de la estupidez alcanza cuotas inauditas e inimaginables. Por si fuera poco, además, la despreciable y espuria “ley trans” justifica estos “cambios” en base a la “dignidad e igualdad de la persona o pareja progenitora”. No es que no se viera venir, pero sí que se ve que no tienen madre los criminales perturbados que prostituyen la realidad familiar natural por dinero o ideología –aunque en la gran mayoría de los casos es por ambas cosas, claro, puesto que, como bien nos recuerda el refrán, “por dinero baila el perro”, como recordará usted, o, en su otra formulación, “por dinero hasta el diablo se hace católico”, que no es un grano de anís–.
Así las cosas, la idiocia legislativa (secundada por el PP, que de “popular” ya no tiene mucho, sino que más bien es “posicionante” según soplen los vientos e intereses, sin apegarse a los idearios y programas fundacionales del Partido), permitirá que una persona “trans” –que tengo la presunción de que es un apócope de «transtornada», en verdad– pueda acceder a tratamientos de fertilidad en la sanidad pública con carácter prioritario (aunque un paciente con insuficiencia renal, con problemas cardiovasculares, cáncer o cualquier terapia de rehabilitación haya de esperar hasta el día del Juicio Final), y, para más inri, garantiza que desde los 16 años los jóvenes puedan hormonarse o amputar partes de su cuerpo (todo esto cubierto por la Seguridad Social, por supuesto, aunque no haya medicamentos ni atención primaria por falta de presupuesto para los derechohabientes). Todo muy acorde a la “dignidad humana” –ya que la indignidad ha tomado patente de corso en la actual cobarde, felona, desgraciada y traidora legislatura–.
Así las cosas, se constata que el aborto y la pornografía se han vuelto comunes. Las enfermedades de transmisión sexual han alcanzado niveles epidémicos –no quisiera decir «pandémicos» por las connotaciones del término–. Contrariamente a las predicciones de los “defensores” de todas estas barbaries, el aborto, el abuso infantil y el tráfico de niños han alcanzado niveles récord.
Así las cosas, esa prometida “felicidad sin igual” que siempre han prometido los defensores de la mal llamada «libertad sexual» –los hijos de la serpiente en el Génesis, si quiere así interpretarlo–, nunca se ha conseguido (quizá, quizá, porque no depende de progresías ni ideologías, sino principalmente del amor, palabra tan recurrente y tan degradada–. En cambio, encontramos entre los adultos jóvenes niveles alarmantemente altos de ansiedad, depresión y soledad. La pornografía y otras formas de adicción sexual se han vuelto desenfrenadas y esclavizan a muchos a una edad temprana. Entre las falacias culturales se encuentra la noción predominante de que la actividad homosexual es saludable y normal, solo otra opción de estilo de vida.
Así las cosas, en los últimos años, la confusión cultural propia de la izquierda radical que olvida la dignidad humana ha generado la llamada «ideología de género», que afirma que los seres humanos pueden negar su género biológico. Trágicamente, muchos jóvenes han sido presionados para someterse a regímenes hormonales de transición de género y para mutilar sus cuerpos mediante cirugías de “reasignación de género” (lo que la congénitamente incapaz ministra Irene Montero ha querido obviar en todo momento en la reforma de la Ley Orgánica de salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo).
¿Dónde queda la dignidad humana? Si el diagnóstico es correcto, ya solo permanece en la letra de algunos instrumentos jurídicos, en la formación moral objetiva y en estos artículos (además de en el Magisterio de la Iglesia Católica). La metástasis de indignidad que está asesinando la verdadera dignidad humana es imparable (eso sí, se presenta bien disfrazada y maquillada bajo conceptos como “libertad”, “igualdad”, “elección”, etcétera). El paso siguiente, la puñalada penúltima a la dignidad humana, es el transhumanismo floreciente (ya sabe usted, esos que se creen cebras, rinocerontes, alienígenas… ¡sorprendente que todavía no he escuchado algún caso de ser que se diga identificarse con una bosta bovina!, aunque para tal ya están los activistas de esa putrefacta izquierda que adormece para matar).
¿Soluciones? Defendamos nuestros derechos, por dignidad, honra, justicia y verdad. Enseñémoslo así en los hogares, reivindiquémoslo en las calles. Una forma de ello fue la multitudinaria manifestación por la vida que se realizó en Madrid la pasada semana… De otra forma, solo podremos entonar el requiem aeternam por nuestra próximamente difunta humanidad.
Finis coronat opus.
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