Columna de La Reconquista | “La cuerda que nos orienta en el laberinto”

Todos sabemos que una cueva es como un laberinto, y por todos es sabido que cuando nos introducimos en una cueva que no conocemos debemos tener alguna manera de orientarnos para poder salir, y también debemos llevar casco (por si se desprende alguna piedra desde arriba). Los buzos que se sumergen en cuevas subacuáticas entrando a través de dolinas, como el “Blue Hole” de Dahab (Egipto) –cementerio de más de un centenar de buceadores–, deben preparar concienzudamente la expedición para no verse sorprendidos por imprevistos.

Esto también lo deben saber los navegantes y caminantes que viajan por el mundo: que se adentran en un desierto, que escalan una montaña, que se sumergen en los barrios de una ciudad o que plantan una tienda de campaña en un bosque. El curso de un río puede servirles de orientación, las estrellas también pueden hacer de brújula, un edificio icónico puede ser útil para salir de una jungla urbana, pero todos sabemos que en medio de la niebla o en la oscuridad es más difícil orientarse, aunque una simple cuerda puede ser la única forma de salir de un laberinto…

En la película de terror adolescente: “El Proyecto de la Bruja de Blair” (1999), un grupo de jóvenes se pierde en un bosque del que no saben salir y son presa de la maldición de la bruja. No obstante –y no en pocas ocasiones–, la realidad es todavía más caprichosa, inverosímil y sorprendente que la ficción.

La idea de un laberinto es ancestral y culturalmente universal, y aunque se ha utilizado desde la prehistoria como símbolo de protección para atrapar los malos espíritus, ha sido representada también simbólicamente en las narraciones mitológicas como una alegoría de la muerte y la resurrección espiritual, como una especie de prueba que debe superar el iniciado para controlar su propio destino.

Pero un laberinto en el cual podemos perdernos es algo a lo que no estamos acostumbrados, vivimos en una realidad aparentemente previsible. La combinación de teclas: «Control + Z», nos resulta más familiar. Estamos más acostumbrados a poder deshacer y rehacer sin mayor problema, sobretodo en un mundo tecnológico y virtual como en el que vivimos, donde ya está todo servido, no tenemos más que elegir las cartas que se nos ofrecen dentro de un abanico de opciones limitadas.

Pero, ¿quién nos acostumbró a estas comodidades? En este caso no ha sido la Madre Naturaleza, sino el propio ser humano. Está claro que buscamos comodidades, hacernos la vida más fácil es uno de los objetivos de la evolución humana. Pero para que la vida sea más fácil resulta muy costoso abarcarlo todo: el espectro de conocimientos logrados a lo largo de milenios es cada vez más amplio e inabarcable, y avanza a un ritmo cada vez más vertiginoso, pero seguimos sin poder transferir todos esos conocimientos a través de una memoria externa biológica y “enchufable”, porque estamos diseñados para sobrevivir, no para asimilar tanto avance en tan poco tiempo, no para sucumbir a tanta ambición, que lo único que nos genera es estrés. Por tanto, quienes controlan la información, el conocimiento y la ignorancia, siempre han sido quienes llevan la batuta, y nos dirigen hacia el miedo o el estrés a su antojo.

Y mientras nos dejamos embelesar por una vida más fácil, rutinaria y previsible, encontraremos un gran vacío, en el que paradójicamente, no hallaremos sentido a la vida, y así nos la podrán arrebatar cuando quieran, ¿para qué está la “eutanasia” si no? Y mientras compramos esa vida fácil que nos venden, ya no parece necesario todo el arduo proceso de aprendizaje, y la educación carece de sentido si nos limitamos a seguir unas pautas completas, a obedecer unas normas, una doctrina, unos dogmas…, según el poder o la religión dominantes.

Parece que mediante la sumisión y la obediencia ya viviremos en terreno seguro, a cambio de sacrificar nuestra dignidad y nuestra libertad, pero no habremos cumplido como individuos de una especie porque la naturaleza tiene otros códigos. ¿Qué sentido tiene una vida sin esfuerzo? ¿Qué sentido tiene una persona en un mundo colectivizado por corporaciones? El ser humano cuando deja de respetar la naturaleza y juega a ser “Dios”, o a ser una simple “marioneta” que funciona con batería pero que carece de alma y corazón…, el humano deja de ser “humano”, y éste es el principio de toda extinción.

Desde algunos hitos en las revoluciones industriales, que se pueden resumir en el famoso eslogan publicitario de la marca Kodak: “You press de button, We do the rest(“Usted apriete el botón, nosotros hacemos el resto”), acuñado por George Eastman que, al igual que muchos otros empresarios de éxito, pretendían vender sus productos en masa –y para ello debían ponérselo fácil a los usuarios–, la ambición empresarial ya empezó a guiar a los consumidores como el pastor a su rebaño. Así, el usuario consumidor no necesitaba tener conocimientos técnicos para usar una cámara fotográfica, conducir un coche o cambiar una bombilla… por ser dichos conocimientos inabarcables e innecesarios. Pero tal vez se nos haya olvidado cómo encender un fuego sin usar una botella de gas. Por tanto, olvidar de dónde venimos y no hacernos preguntas sobre a dónde vamos, nos puede jugar una mala pasada.

Seducir a través del consumo facilita la introducción de mensajes subliminales muy descarados, bien sean propuestas culturales o ideologías políticas. Primero consiguieron meter al rebaño en salas de cine, y ahora ya están consiguiendo aislar a los rebaños en sus propios rediles con el home cinema (cine en casa).

Pero las rotondas también son un gran invento, un gran avance, todo aquello con forma redonda, como la rueda, siempre resulta útil. En los cruces de caminos podemos chocar, y los semáforos resultan tediosos, pero la agilidad y la versatilidad de las rotondas nos permite cambiar de sentido rápidamente, tomar otra ruta o elegir otro camino si nos hemos equivocado. Es un alivio poder reconducir nuestras vidas, sentir que todavía tenemos las riendas de nuestras decisiones. Eso se llama «libertad», y la libertad nos produce seguridad.

La tecla “Control” nos aporta esa seguridad. Seguro que a todos nos gustaría poder pulsar las teclas: «Control + Z» para volver a la normalidad que ya disfrutábamos antes del año 2020, no a esa “nueva anormalidad” que nos intentan colar por la cara. Poder respirar el aire libre, tomar el sol, ir a la playa sin tener que dar explicaciones, viajar sin tener que presentar ningún pasaporte VIP que nos acredite como “Very Imbécil Person”, poder salir de fiesta, reunirnos con los amigos, divertirnos con los compañeros de clase, disfrutar del recreo en el patio del colegio…, sin desconfianza, sin bozales, sin ansiedad, sin estrés, sin caras largas…, una vida libre de patologías mentales innecesarias.

Pero la gente deprimida o resentida es más propensa al fanatismo y a aceptar la tiranía como forma de gobierno –porque encaja en su desorden mental, en sus débiles convicciones, en sus bajas expectativas, en su esperanza casi nula…–, así actúan con el odio, el sinsentido y la negatividad propia de los terroristas, y prefieren que los demás se hundan con ellos, ni siquiera aspiran a conocer la felicidad, así colaboran con el mal para que nos quiten a todos la libertad. Pero… ¿acaso alguien no se siente seguro siendo libre?

Porque venir a este mundo para negarse a vivir la vida en libertad, es negarse a vivir la vida en su plenitud, es negarse a la vida misma, es negar nuestros derechos más legítimos, es negar el sentido mismo de la vida, ese instinto ligado a la supervivencia con el que todos nacemos de forma natural. No nacemos con un volumen de conocimientos adquiridos y limitados, nacemos con la capacidad ilimitada de aprender: esa es nuestra grandeza, la necedad es nuestra decadencia.

Se dice que estamos “desinformados”. Y a quién puede sorprenderle cuando hay gente que le molesta o se ofende ante la verdad, que no investiga ni contrasta información porque jamás ha buscado la verdad, prefieren resignarse ante la mentira, porque la mentira y la falsedad siempre van ornamentadas de falsos colores y sobrecargadas de eufemismos biensonantes. Pero ante la abrumadora realidad, cuando llega la hora de la verdad, los que aceptan vivir en una mentira, en una realidad paralela, son precisamente los cínicos, los hipócritas, los que esconden la cabeza bajo la tierra cuando sienten el peligro, pero el resto de su cuerpo sigue expuesto, y así se ocultan detrás de un bozal que les llega hasta las cejas y se quedan parados mientras el peligro se acerca, creyendo ciegamente que se protegen de algo. Los avestruces, sin embargo, corren cuando están en peligro, no se quedan parados, y cuando meten la cabeza bajo tierra probablemente estén buscando comida o haciendo un nido.

No tenemos más que movernos y observar la realidad desde más puntos de vista, para descubrir cosas que antes no veíamos, no porque estuvieran ocultas –porque pueden estar perfectamente delante de nuestras narices–, pero no las vemos cuando permanecemos inmóviles observando la realidad desde un único punto de vista. Opiniones hay muchas, pero verdad solo hay una. La realidad no se puede ocultar, la realidad es tan abrumadora que tarde o temprano se hace notar de manera palpable, masticable, sufrible, e incluso: disfrutable…

El auténtico “negacionista” es aquel que niega la verdad, que se muestra cínico ante las evidencias, y evidencias ya hay muchas que confirman la existencia de una gran farsa, y si no somos capaces de verla no tenemos más que salir de la espesa desinformación que nos intenta engullir como el barro mojado o las arenas movedizas.

Tenemos derecho a equivocarnos, pero el derecho y la dignidad se pierden cuando no aprendemos de los errores. Y la necedad nos puede llevar, no sólo a repetir los mismos errores, sino a cometer horrores.  Pero cuando algo no tiene manera de volver atrás, cuando no existen otras oportunidades, cuando no hay forma de deshacer o corregir los errores, ya estamos atrapados. Y en este terrible laberinto nos están intentando introducir forzosamente. Quieren que perdamos la cuerda que nos orienta en el laberinto.

@LaReconquistaD

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