Columna de La Reconquista | Hablar sin cerebro

Recordará, sin duda alguna, mi estimado lector, aquella conversación que mantienen Dorothy y el Espantapájaros en la famosa película “El Mago de Oz” (producida por Víctor Fleming en 1939, si bien la autoría del cuento, muy poco conocida, es de Lyman Frank Baum, quien lo escribió en 1900, como trece cuentecitos bajo la serie “El maravilloso Mago de Oz”). Por dejarle el contexto exacto, permítame, le ruego, transcribir esas breves líneas: «“¿Cómo puedes hablar si no tienes cerebro?” –dijo Dorothy–. “No lo sé, pero muchas personas sin cerebro hablan día y noche. ¿No es cierto?” –respondió el Espantapájaros”–».

Poco podría añadir a la contundencia de la veracidad de la respuesta del Espantapájaros, por lo que, a su pregunta –meramente retórica, claro–, la respuesta es inconcusa: Es cierto. Y es que… ¡cuánto hablan! Y, peor aún, ¡cómo hablan! Y en grado superlativo mayor, si lo hubiera, ¡qué mal hablan! Tengo para mí que la confusión babélica que nos narra el bíblico Génesis se queda hasta demasiado corta ante los galimatías, desconciertos, caos, contradicciones y aberraciones que, en nombre de la libertad de expresión –de la cual olvidan que tiene límites, como toda libertad, tanto en el ámbito legal como en el moral, aun cuando Meritxell Batet Lamaña solo los aplique en el primer sentido a todos los que discrepan de la visión oportunista, ideologizada e ideologizante del nauseabundo socio-comunismo atroz que representa (no puede decir nada en sentido moral, ya que carece de toda legitimidad para ello, excusa decirlo)– realizan contra toda lógica, sentido, razón, justicia, derecho y veracidad los botarates ungulados de casi la totalidad del espectro parlamentario –y en verdad cada día más es un auténtico espectro, en el sentido primario que la RAE proporciona al término, como “fantasma, imagen de una persona muerta”, ya que defienden los ideales de Lenin, Stalin, Mao, Trotsky, Oppenheimer, Marx, Nietzsche, Schopenhauer, Castro, Ceaucescu y todos los secuaces del difunto y despreciable comunismo–.   

Sin embargo, lo más peligroso y preocupante, a mi humilde parecer, es que la casta «sin cerebro» (que son los que más hablan, aturden, confunden, distorsionan, convulsionan y juzgan al resto de la sociedad) es también una casta «sin corazón» y «sin moral» –puesto que no les conmueve en lo más mínimo los gestos de defensa que hace el bebé concebido dentro del útero materno ante los homicidas instrumentos, inyecciones y procedimientos utilizados en la eufemísticamente llamada “interrupción voluntaria del embarazo”, más bien infanticidio, ni les conturba en absoluto el dolor de los enfermos, ancianos y desvalidos a los que arrojan a la muerte eutanásica o al fallecimiento económico, así como tampoco se les mueve una sola pestaña ante las vejaciones que sufren las mujeres a manos de hordas tribales o los insultos que a cada persona de buena voluntad realizan cuando se conceden “beneficios” a terroristas, presos de sangre, violadores, pedófilos, rebeldes contumaces, defraudadores y demás patulea tan íntima de la coalición actualmente gobernante, a la que sin ambages acuso de traidora a España y a todos los españoles, puesto que ni siquiera sus “beneficiados a dedo”, nepotes y secuaces lameculos (en buen román palatino) pueden seguir pensando que mediante la injusticia logran bien alguno para la sociedad… solo para sus bolsillos sin escrúpulos, simas de vergüenza, colusión y fraude–.

Y a esta casta «sin cerebro» y «sin corazón», que cuando actúan solo ofenden y cuando hablan meramente insultan, desgraciadamente se le ha de sumar una ingente cantidad de personas –que algunos llaman «votantes», otros dicen «votontos» y algunos los tildamos meramente de ilusos e irresponsables– que apoyan expresa o tácitamente las acciones, palabras e intenciones de la ponzoñosa y sectaria vergüenza que nos (des)gobierna. Líbreme el Señor Dios de juzgar, máxime en el fuero interno de la conciencia, pero puedo emitir pareceres objetivos… y si al “señor” P. Sánchez, el mismo que manifestó que no podría dormir si pactaba con terroristas, el insomnio no le duró ni un telediario, comprendo perfectamente que al rebaño silente y los perros ladrantes a sueldo que le siguen tal insomnio no les haya ni rozado media neurona.

Pero… obligado es hacer referencia al culposo (y doloso) silencio de los buenos, y quizá, quizá, debamos usted y yo entonar el mea máxima culpa. Recordará, como su servidor, las palabras del famoso Martin Luther King, cuando expresó: “No me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética. Lo que más me preocupa es el silencio de los buenos” –y esto es una radiografía profética de la ralea que hoy tiene en sus manos el gobierno del Reino de España: los violentos etarras y separatistas, los corruptos del socialismo, los deshonestos de los partidos “nacionalistas” y los sin ética que son todos ellos juntos–. También son muy dignas de reflexión las expresiones al respecto que hizo Mahatma Gandhi: “Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena”, porque, continuando el pensamiento del mismo ínclito pensador, “el silencio se convierte en cobardía cuando la ocasión demanda decir toda la verdad y actuar acorde a ella”. Ello concluye, sin duda alguna, a resolución lógica de este silogismo entre palabra y acción, entre cerebro y corazón, que es la conocida sentencia (leitmotiv de muchas asociaciones, como “La Reconquista”, a la cual me honro en pertenecer) pronunciada por Burke: “Para que triunfe el mal, sólo es necesario que los buenos no hagan nada” –a la que podríamos añadir “no digan nada” y “no piensen nada”, como tácito colofón–.

Salustio, el romano escritor de las “Catilinarias”, pone en boca del famoso cónsul y abogado Marco Tulio Cicerón, las siguientes palabras –que han llegado a ser, al menos en el ámbito académico y jurídico, una máxima de exasperación ante la injusticia–: “Quo usque tandem abutere patientia nostra?” ¿Hasta cuándo abusarán de nuestra paciencia? Más o menos es, casi dos mil años antes de la enunciada frase de Burke, es hoy la acusación manifiesta a la España silenciosa, la sociedad callada, los mansos y excesivamente tolerantes españoles, los “buenistas” que creen que las cosas se arreglan por sí solas… cuando no es así. El cambio es bueno cuando la finalidad perseguida y los medios ejercidos son justos. Ningún miedo me da el progreso con cerebro y corazón, porque necesariamente ha de ser bueno para todos (y no solo para lobbies, organizaciones, partidos o ideologías). Por eso me dan gran dolor, pena, tristeza –al mismo tiempo que ponen al límite la paciencia, el respeto y la empatía– los fanáticos integrantes de sistemas trasnochados de la rama izquierda política y sus secuaces (porque «seguidores» es un término excesivamente optimista).

Hablan sin cerebro Pedro Sánchez –y su nada digno consejo de ministros o sus dignos de ignominia coludidos gubernamentales– o Alberto Núñez Feijóo cuando intentan justificar lo injustificable o dignificar la esencia de la indignidad, bajo soflamas incendiarias o bajo bucólicas frases, puesto que ni la vida, ni la historia, ni la justicia pertenecen a su decisión ni competencia. Hablan sin corazón cuando pretenden agotar el ámbito de la esencia, existencia, actividad y vida humana en la economía o la ecología insensata (que multa por matar una rata, pero subvenciona el asesinato intrauterino).

Con cerebro y corazón hablan mejor, aun cuando sea mediante tonitronante silencio, el asfixiado autónomo (que intenta trabajar y crear trabajo), el digno pensionista (que busca sobrevivir a inverosímiles enfermedades y lejanas guerras), el nonato concebido (inocente de las lujurias, pasiones e ideologías de la pervertida madre asesina), el honrado catedrático (que pretende enseñar con objetividad e investigar con rigor las ciencias humanas), el abusado niño (que no entiende cómo es vejada su inocencia mediante una educación que solo pervierte y trastoca la realidad por elucubraciones malsanas, rencorosas y vengativas), etcétera, etcétera, etcétera.

Falta, pues, dilecto lector, que aunemos pensamientos y sentimientos, palabras y corazones, en la acción. Solo la actuación justa, debida, honrada, firme, sincera, veraz y adecuada podrán ir cerrando esta caja de Pandora que la desmemoria y desvergüenza de la izquierda han abierto décadas ha, e igualmente habrán de irse curando las heridas de esta trágica (que sería “tragicómica” de no mediar tantas muertes, ruina, hambre, blasfemia, vejación y violencia sistemática hacia el pacífico) etapa de la historia del que ha sido, tras un periodo de paz de una generación, el país más asolado por Satanás y sus aliados. No faltará tampoco nuestra oración por la Patria y por la conversión de todos los corazones al único Salvador, Mesías, Redentor y Médico de cuerpos y almas. Gloria, laus et honor tibi sit!

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