Columna de La Reconquista | Eso no es matrimonio

Nada nuevo es para usted, dilecto lector, ver que, como reacción en cadena, se están realizando uniones entre personas del mismo sexo, confusas mentes “trans”, y anómalas y enfermizas designaciones “fluidas” y “binarias” (ya en todas las naciones, ciudades y municipios), “presumiendo” de estar en la avanzadade un “nuevo” camino por el que debería transitar la humanidad. Se les quiere calificar como «legítimos matrimonios», para que no se sientan “discriminados” –el término se las trae, déjeme usted decirle, porque el vocablo crimen-inis, en buen latín, hace referencia a un delito de sangre, y creo que en estos temas de discriminación no hay tal, salvo algún desgarro rectal de las parejas comitentes, el atoramiento de algún utensilio ferroso o el roce de diverso instrumento de ondas vibratorias, pero ya ni cómo corregir el imaginario ideológico y popular que está modificando el sano lenguaje y las prácticas decentes–.

He conocido a numerosos políticos de diferentes naciones, pero recuerdo como ejemplo de estulticia a un político americano presuntamente “pro-familia”, con quien coincidí en el marco de un congreso sobre igualdad en el que participé, organizado por la Universidad de Phoenix (Arizona). Este solípedo ungulado, lobo disfrazado de cordero, ante las irrebatibles y contundentes exposiciones que realizábamos los juristas de la corriente del derecho natural, quiso “defenderse” haciendo una exposición ridícula de la naturaleza y de la religión –la sempiterna excusa del necio sin argumentos–, diciendo: “Los argumentos que ustedes usan en pleno siglo XXI, es una buena muestra de la persistencia de argumentos que provienen de la baja edad media, o sea de antes de 1400, más o menos”.

Desde luego, se equivocaba el muy inútil –entendiéndose el término como su literalidad reza, “no útil”, al menos para el tema que estaba siendo objeto de debate, y menos útil aún para ser representante público, aunque, si lo comparo con los que actualmente tenemos en el Reino de España, creo que hasta aprobaría un presunto ranking, puesto que no hay más garrapatas, liendres, parásitos e inútiles que en la camarilla que nos (des)gobierna y su patulea comparsa terrorista, separatista e irracional–. Reiteróle a usted que se equivocaba el “ilustrado” tipejo, toda vez que estos argumentos en los que –quienes como yo– estábamos basándonos no provienen de “la baja edad media”, sino del principio de la humanidad. Si mediante un análisis objetivo, profundo y serio se revisan todas las culturas desde sus orígenes –ahora que tan de moda están las ciencias auxiliares de la etnografía «empoderada», paleontología «sexualizada», antropología «silvestre» y derivadas–, es inconcuso afirmar que el matrimonio siempre ha sido entre un hombre y una mujer. Si fuera normal lo que han autorizado, exaltado y legalizado –que no legitimado– este «matrimonio» se hubiera visto y conocido alguna tendencia también en las culturas originarias del resto de pueblos, y no sucede así. En las poquísimas excepciones en las que se “hizo la vista gorda” ante estos casos –y no me refiero a Sodoma y Gomorra, sino a la clásica Grecia y algunos otros imperios de oropel–, se derrumbaron, como bien recuerda Aristóteles: “Cuando la sociedad abandona el camino de la ley natural, se degrada, se corrompe y muere”.

Recordemos algunos fundamentos del derecho natural y de la fe sobre el matrimonio, para dar seguridad a los amables lectores –aunque me consta que algunos lectores echan espuma, como lo muestran los mensajes personales que se dignan mandarme por tuit, mismos a los que no me digno ni responder–, para que no se dejen confundir ni tambalear por las modas e «ideologías», ambas cosas inútiles y nefastas. Comprendo, por supuesto, que para quien no acepta el derecho natural –aun siendo la base del actual derecho positivo– y menos aún para quien rehúye la fe –o es un ignorante religioso, o está contaminado por “guías ciegos” estilo alcaldesa de Gijón y su reglamento laico–, esto le resulte como “de la baja edad media”. Pero… proviene de más atrás.

En el principio de la humanidad, la diversificación sexuada del ser humano fue doble: sólo dos sexos, hombre y mujer, distintos y complementarios entre sí. La religión aumentará el argumento bíblico, en base a que por esta diferenciación complementaria se estableció el matrimonio. Y, como guinda del pastel, las palabras de Jesucristo, único Maestro, Líder, Guía y Salvador, que dice claramente: “Dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne”. Se habla de «padre» y «madre», de «hombre» y «mujer», no de “trans-género”, “trans-especie”, disforia de confusión esquizofrénica ni rábanos. Cristo (y posteriormente su Iglesia, no la de Alemania, sino la suya, la auténticamente católica) ratifica esta institución natural y secular, acorde con el plan original de Dios para la humanidad (cfr. Mt 19,4-6).

Para que sigamos la lectura objetiva de las fuentes, no se puede olvidar la cita que hace Pablo de Tarso a los romanos. Sin que se le pueda tachar de fobia alguna, puesto que la Palabra de Dios norma criterios y comportamientos de los verdaderos creyentes, afirma: “Se ofuscaron en vanos razonamientos y su insensato corazón se entenebreció: jactándose de sabios se volvieron estúpidos… Sus mujeres invirtieron las relaciones naturales por otras contra la naturaleza; igualmente los hombres, abandonando el uso natural de la mujer, se abrasaron en deseos los unos por los otros, cometiendo la infamia de hombre con hombre, recibiendo en sí mismos el pago merecido de su extravío” (Rom 1,21-22.26-27). ¡No puede estar más claro!

Afirmó el Papa Benedicto XVI –el Grande–, ilustrando el tema, que: “La historia ha demostrado cuán peligroso y deletéreo puede ser un Estado que proceda a legislar sobre cuestiones que afectan a la persona y a la sociedad pretendiendo ser él mismo fuente y principio de la ética. Sin principios universales que permitan verificar un denominador común para toda la humanidad, no hay que subestimar en absoluto el riesgo de una deriva relativista a nivel legislativo. La ley moral natural permite evitar tal peligro y sobre todo ofrece al legislador la garantía de un auténtico respeto tanto de la persona como de todo el orden creado… La ley moral natural pertenece al gran patrimonio de la sabiduría humana, que la Revelación, con su luz, ha contribuido a purificar y a desarrollar ulteriormente” (Audiencia del 13-II-2010).

Así las cosas, estimado señor lector, hay que definirse: ¿A quién quiere usted seguir? ¿A la razón natural y su creador, Dios, que le muestran un camino seguro de realización plena, o a legisladores y gobernantes que van por caminos contrarios a toda lógica, naturaleza, moral y fe? Si se decide por la razón y la fe, sufrirá usted burlas de algunos, pero será también “como un árbol plantado junto al río, que da frutos a su tiempo y nunca se marchita. En todo tendrá éxito” (Salmo 1). Si usted se deja contagiar por las «ideologías» que surgen como nuevas «plagas de Egipto» –es decir, del pecado–, será “como la paja barrida por el viento. Porque el Señor protege el camino del justo y al malo sus caminos acaban por perderlo”.

Mi amada España: Fíjate a quiénes eliges como gobernantes y legisladores; en quiénes pones tu confianza; a quiénes apoyas con tu voto. Madura en tu fe, que debe iluminar tu vida personal, tu familia, y también la política, la economía, la vida pública. Compatriotas: Si su fe la reducen a su conciencia, no han entendido lo que es la fe católica, y aunque la lógica les lleve a continuar la defensa inalienable de la vida, de la familia natural, la educación doméstica, etcétera, carecerá de alegría en esa defensa, porque solo la luz puede brillar y resplandecer por sí misma (y no como estos oropeles que fingen deslumbrar a megavatios para que nadie pueda ver otra cosa, quede enceguecido por esa intensidad falsa, artificial, inventada, como lo están haciendo con esos supuestos matrimonios y falsos derechos inventados).

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