En nuestra Patria habrá elecciones el próximo domingo, en concejos, alcaldías, Ciudades Autónomas y la mayoría de Comunidades Autónomas. Creo, mi estimado señor lector, que todos hemos de condenar sin paliativos la presencia en listas electorales y candidaturas varias de delincuentes con sangre en sus manos, confesos y sin arrepentimiento alguno, por la burla que es a la sociedad que pretenden gobernar en nombre de ideologías destructoras, amorales, ilegítimas y sin conciencia alguna salvo la del beneficio y la del fanatismo. Hemos de reprobar, igualmente, toda violencia, venga de donde viniere, más cuando proviene del tráfico de personas y la corrupción, que intentan influir en la elección de candidatos, descalificando y “eliminando” (verbalmente y con malicia, traición y alevosía) a quien no coopere con sus torcidos intereses. Esto afecta el proceso electoral, pues puede induce al miedo y a la apatía, así como aumenta el abstencionismo.
Bien conocedores somos, señor lector, de que muchos ambiciosos secuaces, fanáticos traidores y vagos sin escrúpulos han degenerado la vida política y las contiendas electorales, convirtiéndolas en luchas despiadadas por el poder, sin importarles nada, ni la verdad ni la justicia, ni la paz social ni el bien común, sino sólo ganar a como dé lugar (¡algo hemos escuchado y leído respecto a la compra de votos…!). Y cuando los intereses ideológicos globalistas contaminan el proceso, se genera un clima de desconfianza y de descalificaciones mutuas, que no ayudan a serenar el ambiente social. Se culpa de todo al adversario, sin ir a las raíces de la descomposición moral (que muchos de los candidatos han propiciado y aplaudido), destruyendo la familia y los valores morales. ¡Aquí están los frutos de lo que han sembrado!
También los creyentes hemos de tomar una postura muy contundente en nuestra participación política. Si bien tenemos claro que el Reino de Dios no es de este mundo (ni nosotros lo somos, a decir verdad, aunque en él vivamos), es nuestra obligación en el orden transcendente ser sembradores de justicia y de paz, condenar el mal sin ambages y defender el bien aun a costa de nuestro beneficio. La defensa de la vida desde su concepción hasta su extinción natural, la defensa de la familia, de la niñez, de la educación, de la sociedad libre de las tiranías de lobbies y grupúsculos de idiotizados que creen haber descubierto el hilo negro… son puntos en común para que quienes creemos en Cristo pongamos nuestra palabra, nuestra coherencia y nuestro voto en aquellos que no son contrarios a la fe, la moral y las virtudes. Desde luego, no usaremos nunca la religión para apoyar candidatos de ningún signo; no hemos de “partidizar”, partirnos entre los fieles, sino convocarnos a la unidad y al respeto mutuo. Y, junto con los pocos Obispos valientes que todavía existen, hemos de ofrecer los criterios del Evangelio, cuando hay que “emitir un juicio moral sobre las cosas que afectan al orden público, cuando lo exijan los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas” (Benedicto XVI).
Dios ha de iluminar las conciencias (¡justamente el mismo día de Pentecostés tenemos este proceso electoral!) para analizar y tomar decisiones acordes con nuestra fe. El Evangelio dice que “el árbol se conoce por sus frutos”, y podemos añadir en lógica inferencia que el valor de una persona, de un candidato o candidata, de una alianza o de un partido político, se demuestra en su lucha dentro de la verdad, la justicia y la paz. Quien busca un triunfo electoral a costa de la paz social y de la armonía de la comunidad, se descalifica. La paz es prioritaria a la prevalencia personal o partidista. Quien pretende imponerse por cualquier medio trapacero, ventajista, corrupto e inmoral no tiene madurez humana, cristiana ni política, y mucho menos es digno de representar a nadie, menos a los honrados ciudadanos españoles y a tan gran país.
No me canso de pedir a los líderes políticos que luchen apasionadamente por sus propuestas en pro de lo bueno y justo, al mismo tiempo que exijo que controlen y eduquen a sus seguidores en el respeto mutuo, pues quien no respeta a quienes militan en otras instancias, a sí mismo se desprestigia y no es digno de confianza para ocupar un puesto de gobierno en la comunidad.
Insístole, dilecto lector, a participar con su voto responsable en las elecciones del próximo domingo. Analice usted las razones de quienes siempre desconfían de nuestro sistema político y exhortan a no votar, así como las de quienes invitamos a acudir a las urnas. Somos responsables de elegir a quienes presidan nuestros ayuntamientos y gobiernos locales. De nosotros depende, en gran parte, tener unas u otras autoridades. No hay que ser apáticos e indiferentes, sino optar por la alianza, el partido o la persona que nos genere más confianza. Hoy, más que antes, nos hemos de fijar en las personas que encabezan una opción política, más que en un partido, o en una alianza, pues se han desdibujado las diferencias partidistas y lo que cuentan son las personas.
Nadie venda su voto, ni se deje engañar por promesas y regalos, subsidios y nacionalizaciones. Analicemos las propuestas de campaña y las posibilidades reales que alguien tiene de cumplirlas. Seamos libres para apoyar a quien defiende lo bueno y justo, y que no nos presionen a emitir el voto por una opción. Con nuestro voto, libre y razonado, reconstruyamos la paz que el país requiere. La mejor forma de contrarrestar la violencia es apoyando a quienes generen paz y progreso para todos, en particular para los trabajadores, jóvenes y familias, para el campo y la ciudad. Lo contrario será continuar derruyendo España.
Le dejo, finalmente, para su consideración, el soneto que Francisco de Quevedo escribió tanto tiempo ha, y que parece una profecía hogaño de lo que él sintió antaño ante la destrucción que los nacionalismos, separatismos, la crisis, el desengaño y el pesimismo han traído… ¡Ojalá nos muevan a meditar el bien!
“Miré los muros de la patria mía / si un tiempo fuertes, ya desmoronados / de la carrera de la edad cansados / por quien caduca ya su valentía.
Salíme al campo, vi que el sol bebía / los arroyos del hielo desatados / y del monte quejosos los ganados / que con sombras hurtó su luz al día.
Entré en mi casa, vi que amancillada / de anciana habitación eran despojos, / mi báculo más corvo y menos fuerte.
Vencida de la edad sentí mi espada, / y no hallé cosa en que poner los ojos / que no fuese recuerdo de la muerte.”.
Ruégole, pues, señor lector, que medite y emita su sufragio en conciencia, así como exija la formalización de las actas de las mesas electorales y el conteo subsiguiente, de ser necesario, para que nada ni nadie nos impida manifestar y exigir el bien para nosotros y España. El Todopoderoso nos auxilie y los siete sagrados Dones del Paráclito nos llenen para tan magna responsabilidad…
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