De antemano ruego su disculpa por el título tan poco educado, pero, hablando en plata, es la realidad de lo que sucede cuando “señoras” como una diputada en Madrid piden en un pleno que se programe una obra de teatro de una Santa Teresa prostituta y drogadicta. Entonces, señor lector, me permitirá usted que termine la expresión que intitula esta columna: “cuando las putas quieren ser vírgenes, buscan hacer de las vírgenes unas putas”. ¿Por qué no sugirió que fuese una biografía de su desventurada madre prostituta o drogadicta? Ah, claro, no, eso no ofende ni gana titulares de noticia… Lo mismo sucede con otra tal como la serbia Marina Abramović, con unos satánicos perfomances que le «merecieron» el Premio “Princesa de Asturias”, vejando tal galardón.
Ruégole amablemente que no infiera por ello un desprecio ni discriminación hacia las mujeres que, por un motivo u otro ejercen la denominada “profesión más antigua del mundo” –no entraré a calificar si es por amoral perversión, por lúbrico placer o por abominable obligación forzada o necesaria– (si bien creo que no tiene tanta antigüedad, puesto que detentar el poder es la primera ambición que conocemos en la Historia… aunque desde el momento en que la Historia es reescrita a tenor de «ideologías», «visiones políticas» y entimemas enfermizos, ya tendré que dudar sobre lo escrito). Pero no, en ningún momento podré despreciar a persona alguna por sus prácticas personales en este ámbito, puesto que no me compete hacerlo, solo Dios Todopoderoso lo hará cuando llegue el momento. Lamento, eso sí, amargamente, el hecho de que se den esas conductas –que no proceden, salvo en la depravación más extrema, de una voluntad consciente, sino de una libertad viciada y corrompida, el «libertinaje» de la mente enferma, débil y abducida–.
Sin embargo, estimado lector, lo que pretendo traer a colación no es a la (des)venturada reputada diputada (impúdica, salaz, obsesa, zafia y blasfema, digna representante de la siniestra «ideología» política que promueven personas tan desdichadas e infaustas como la actual ministra de «igual-dá», promotora de la pederastia, el adoctrinamiento hipersexualizado de los niños, el nefando aborto y la dolorosa eutanasia). Mi pensamiento se centra, por analogía, en todas aquellas personas que, tanto en la vida pública como en la gubernamental, en las calles y los partidos, están tan enfangados en el lodazal de sus perversiones, vicios y vergüenzas que, además, pretenden sentar cátedra y dar lecciones de «moralidad» al resto de honrados habitantes de este Reino de España –con una nauseabunda actitud de pretendida superioridad que haría perder la paciencia al propio Job–. Por supuesto, desde la psicología diagnosticaríamos rapidísimamente un trastorno obsesivo-compulsivo de la personalidad en la proyección que hacen de sus vidas hacia un anhelo de imposible cumplimiento. Porque, por mucha himenoplastia, operación o «telita de la cebolla», quien “perdió” esa condición –que concordaré con usted en que puede ser tanto física como moral–, no la vuelve a recuperar por muchos «baños de pureza» que se dé –cual Cleopatra en leche de burra–, salvo por auténtico y contrito arrepentimiento confeso.
Por desgracia, tenemos una realidad prostituida –y más contagiosa que cualquier pandemia que se quiera traer a la vida pública–. Muchos juristas, profesores, abogados, médicos, policías, políticos, militares, sacerdotes, artistas y comunicadores se han dejado profanar por esa tentación bíblica del “seréis como dioses” (Gen. 3,5), y osan interpretar, cambiar, manipular, desvirtuar y pervertir todo cuanto es bello, puro, justo, verdadero o sagrado. ¡Razón tenía el Apóstol cuando, escribiendo a los filipenses, dijo las taxativas palabras que conocemos!: “(…) su Dios es su vientre y su gloria se funda en sus vergüenzas, pensando solo en lo terrenal” (Fil 3,19). El término «vientre» (en griego, koilía) no se refiere precisamente a la gula o al apetito desmesurado, sino a los apetitos malsanos y carnales, como el mismo Apóstol escribe a los romanos: “Porque tales personas no sirven a nuestro Señor sino a sus propios apetitos, y con palabras suaves y lisonjeras engañan el corazón de los ingenuos” (Rom 16,18).
Sin duda, usted podrá aducir que esta columna pareciera una catequesis… Pudiera, puesto que todo lo que hagamos, de palabra o de obra, ha de ser para lo que nos pide el Dios en quien creemos: evangelizar. Pero no, no es una catequesis. Es una reflexión sobre la desvergüenza, impudicia, lujuria y desmesurada libido que, velis nolis, se ha instalado ya en la sociedad. En nombre del «arte» se justifica la pornografía, en nombre de la «libertad» cobra patente de corso el insulto, la injuria, la calumnia y la difamación; en nombre de la «información», presuntas divas barriobajeras que pululan por todos los medios de comunicación social publican auténtica basura, con viperina lengua y ponzoñosa intención. Y en nuestras calles, ciudades y mentes se «naturalizan» escuchar cualquier insulto, blasfemia o ilógica pretensión… y callamos por “buenismo”, callamos por un malentendido “respeto”. Nuevamente hablando en plata, la expresión castiza sería que “callamos como putas” –dicho proveniente de ese abuso y maltrato que algunas pobres mujeres sufren de sus abusivos y siempre malintencionados clientes–, o que estamos “como putas en Cuaresma” –que nos recuerda el Refranero, si bien dudo ya que en ese sagrado tiempo litúrgico se abstengan unos y otras de sus profesiones o vicios–.
Si no recuperamos pronto el habla, señor lector, mucho me temo que ya habremos de enmudecer (o nos enmudecerán a golpe de decreto, que peor aberración sería jurídica y naturalmente hablando). Ahora quienes tienen su mente corrompida y pervertida (las que actúan en forma tan «puta» y rufianesca) son las «nuevas vírgenes» a las que «adora» una sociedad globalista, amoral, egoísta y en vía de muerte terminal, estigmatizando a quienes con conciencia clara y sincera, siguiendo la recta razón y la lógica, además de la ley natural –las «vírgenes» de siempre–, para metamorfosearlas en algo tan aborrecible como lo que estas mentes impuras, prepotentes, chulescas y descreídas son. Poco tiempo nos queda si permitimos que continúe ese «predominio de superioridad», si no reivindicamos la única y estricta verdad, si no presentamos batalla por el bien… Porque si nos «emputecemos», nosotros seremos los culpables y culpados, y la santa Patria quedará por siempre envilecida por la cobardía de sus hijos.
“Cuando las putas quieren ser vírgenes, buscan hacer de las vírgenes unas putas”. Pues no. Con nuestras calles, ciudades, personas, juventudes… ¡NO! Alcemos la palabra (y no los mensajes de aplicaciones y redes) y digamos un ¡HASTA AQUÍ!, porque no nos han de convertir en lo que ellos son, quitándonos lo que tan duramente hemos podido mantener hasta el presente día: paz frente a odio, respeto frente a insulto, comprensión frente a intolerancia. Quizá demasiado noble ha sido el pueblo español como para seguir viviendo más… Si así lo cree usted, requiescat in pace, Hispania!
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