Columna de La Reconquista | ¿Bienvenido, 2023?

Tradicionalmente, y no sin razón, acostumbramos a felicitarnos el Año Nuevo. La Noche Vieja culmina con el abrazo de fin de año, deseándonos prosperidad, salud y todo bien (tras la supersticiosa pero ya inevitable costumbre de comer las doce uvas con las campanadas). Aun así, mi estimado señor lector, no termino de dilucidar si desearle un feliz 2023 o si darle el pésame por el mismo motivo, puesto que si bien 2022 ha sido un año pésimo –en la economía, la salud, la vida, la familia, las leyes, etcétera–, el año que iniciamos no augura pronósticos de mejoría alguna, antes bien promete seguir las mismas sendas de ahondamiento en las catástrofes sociales (y muchas veces personales) que antes he enumerado.

Quienes se consideren “agoreros”, no dejarán de advertir que el nacimiento a la vida eterna el día 31 de diciembre del Papa Emérito, Benedicto XVI, es también una especie de señal: uno de los más grandes defensores de la verdad, la fe y la vida ha salido de este mundo al encuentro con el Creador. A mi leal saber y entender, un Santo más en el Cielo, que con su sufrimiento en la tierra –por la deriva eclesial, los cismáticos caminos de “sinodalidad”, las injurias cada vez más numerosas a la fe que muchos profesamos, la cobardía de los pastores de la Iglesia, la entrada de la misma en los senderos de la ecosostenibilidad, los objetivos de desarrollo de la nefasta Agenda 2030 y las corrientes “elegetebeianas”, entre otras– ha pronosticado una nueva etapa de catacumbas para los creyentes, de persecución para los fieles y de purificación para los sinceros. Disculpe usted si no hago mención del deceso de “O Rei Pelé”, puesto que el balompié nunca ha sido lo mío…

El planeta en que habitamos ha visto acontecimientos prodigiosos y sucesos terribles. En letras de plomo han de estar en la «conciencia planetaria» –no se ría usted, que así hablan los supuestamente entendidos– las aberraciones legislativas (mediante las cuales la democracia está en agonía, desde que una mascota tiene más derechos que un ser concebido o desde que las nefandas ideologías “de género” han hincado sus sucias garras en la perversión de los niños, sin mencionar que se condona el fraude, la traición, la rebeldía y la anticonstitucionalidad en nombre de un gobierno insensato, infame y felón), los dislates sanitarios –con enfermedades que tienen más cepas que todos los viñedos del mundo unidos, amén de retrasos en atención, falta de personal y desvío de recursos–, las imbecilidades educacionales del rencor –donde la historia pasa a ser cuento, y el cuento se convierte en pesadilla para el estudioso objetivo, riguroso y serio, que destroza memorias, monumentos, sepulturas y acontecimientos como si el huracán Katrina siguiese soplando por lares patrios–, las egoístas indiferencias de mentes vacías –porque ya se ha llegado al solipsismo total mediante el relativismo atroz, o sea, que “primero yo, después yo, y si queda algo, para mí”, en el triunfo de la sinrazón sobre la inteligencia, en la victoria del egocentrismo sobre la auténtica solidaridad–, etcétera. En letras de oro no considero que pudiera escribirse mucho del pasado 2022, excepto los nacimientos heroicos de las madres que han sabido defenderse de las políticas sociales, con plena entereza, valor y fe en que la maravilla de la vida humana es bendición, premio y solaz.

Sin embargo, no han de faltar razones para la esperanza –humano es esperar, aunque no en forma pasiva–, puesto que quizá en este año 2023 de la Era de Nuestro Señor los ojos se vayan abriendo ante la manipulación, imposición, corrupción y desatino que imperan. Quizá los oídos escuchen las verdades (¡tan dolorosas de aceptar en muchas ocasiones!) que exigen un cambio de rumbo –permítame no decir eso de “esbozar una nueva hoja de ruta”, tan frecuente ya en el imaginario popular–, en busca de soluciones a los daños causados a la vida, la moral y la patria (y encontrar igualmente a los culpables de tales daños, puesto que sin ello no habría justicia). Lo espero y deseo de corazón, porque sin la virtud de la esperanza los seres humanos no seríamos otra cosa que primates sin capacidad de razón, sin libertad de actuación (aunque de eso ya se encarga el malhadado (des)Gobierno del Reino) y sin deseo de paz, justicia y verdad.

Los seres humanos, mi estimado lector, vivimos sujetos a la sucesión del tiempo, y por ello podemos recordar, aprender, proyectar, mejorar y realizarnos en nuestro lapso vital, siguiendo los dictados de la recta razón en la conciencia, según la ley natural que busca el bien y evita el mal. Si de algo ha podido servir la “resiliencia” del año culminado es para apreciar que somos autores (para nosotros) y custodios (para los demás) del proyecto de auténtica realización personal y social en el camino del orden natural (que nada ni nadie debe alterar, pese a “rodillos legislativos”, “escudos sociales”, “contingencias sanitarias” ni falsos “géneros autopercibidos”).

Culmino esta breve columna, mi estimado lector. Decida usted si nos quedamos (o si usted se queda) en el inmovilismo que “piensa” que las cosas se resuelven pos sí solas (así lo creían en Chile, Venezuela, Cuba, etcétera) o si avanzamos hacia la esperanza activa, la capacidad de búsqueda y consecución de un bien común y personal, a través de los cambios exigibles (y necesarios) para nuestro país y el mundo. No crea que es “Misión imposible” (sin Tom Cruise), sino más bien piense usted en “La Misión” (con Robert de Niro y Jeremy Irons). Lo que le ruego que no considere es en seguir como hasta ahora, permitiendo la vejación, el latrocinio, la vesania, perversión, profanación y vulneración de todo derecho, hacienda, vida y pensamiento.

Sincera y fraternalmente, deseo a usted y a los suyos todo lo mejor, con las bendiciones divinas sobre sus necesidades, intenciones, proyectos y vida, en pro del auténtico bien, todos los días de su vida, así como impetro las mismas bendiciones para nuestras amada España. ¡Dios le guarde! ¡Santiago y cierra, España!

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