Columna de La Reconquista | Así no, Majestad (Carta a D. Felipe VI)

Señor,
Sin dilaciones confieso a Vuestra Majestad que, al igual que millones de españoles, he visualizado con estupefacción algunas de las actuaciones que Vos habéis realizado en los últimos tiempos, y reconozco que el balance de las mismas devienen en un sentimiento de pesar, de incomprensión y de desencanto.
Soy consciente de que Vuestra Majestad habrá de tener razones ponderadas y suficientes, según Vuestro real juicio, para obrar como lo hace, así como para callar o hablar en la forma en que lo hace (por ello se Os comenzó a llamar al inicio de Vuestro reinado “Felipe el Prudente”). Igualmente soy conocedor de las limitaciones que a las funciones regias mandata la Constitución Española vigente, que circunscribe a la persona de Vuestra Majestad a ser un símbolo histórico, una representación apolítica y un refrendo legal de las decisiones de los poderes ejecutivo y legislativo (porque el judicial, aunque se imparta en Vuestro nombre, tiene menos peso que una leve brisa).
Sin embargo, Señor, no es función Vuestra el permanecer impertérrito y silente ante las palabras, los actos y las decisiones que afectan a la noble Nación en la cual reináis, ni podéis manteneos (aun bajo el paraguas de la neutralidad que la Corona ha de observar) al margen de cuando zahiere, deshonra y destruye España. No es Vuestra función ser una maceta en el pasillo de un corredor en La Zarzuela o el Palacio Real, al igual que tampoco lo es ser alfombra para que se limpien el polvo de los zapatos los traidores al pueblo al que Vos os debéis, por juramento pronunciado ante las Cortes Generales el día en que fuisteis proclamado Rey.
Por ello, sin acritud alguna, pero con conciencia recta y clara, he de deciros: Así no, Majestad. Así no se puede reinar, así no se debe ejercer el más alto cargo del País, así no se ayuda al pueblo al que jurasteis servicio.
Sin ambages reconozco a Vuestra Majestad méritos que muchos de Vuestros antecesores en el Trono no han tenido: una sólida preparación académica, una extensa experiencia en diplomacia y relaciones internacionales, y un carácter forjado en la prudencia, el sufrimiento y los desaires que, so pretexto de “libertad de expresión”, varias personas realizan a Vuestra Persona y Vuestra Familia. De la misma forma, afirmo que algunos momentos álgidos de la vida nacional han tenido una respuesta adecuada por parte de Vuestra Majestad, como lo fue Vuestro discurso ese fatídico 1 de octubre de 2017.
Ahora bien, Majestad, el carácter (al igual que la virtud) o se tiene y demuestra siempre o no existe como tal. Y la firmeza es virtud, porque cobardía es callar cuando debe hablarse, al igual que vergüenza es la negligencia ante el deber prometido (de lo cual deja flagrante ejemplo la patulea de ministros que ante Vos han prometido sus cargos). Monarcas ha habido en la historia (la real, la auténtica, no la inventada por ideologías destructivas, agresivas y rencorosas) que han manifestado la coherencia total entre su deber, su actuar y su conciencia. Fernando III de Castilla, Alfredo de Inglaterra, Isabel I de España, Isabel de Portugal, Isabel de Hungría, Margarita de Escocia, Margarita de Hungría o Balduino de Bélgica, por citar algunos, supieron ser coherentes, sin importarles perder bienes, cetros o coronas cuando debieron actuar por un bien mayor, temporal y espiritual.
Permítame Vuestra Majestad detenerme un breve momento en el último monarca citado: Balduino I, Rey de los Belgas, epítome de coherencia entre sus principios y sus deberes, se negó a firmar la ley del aborto en Bélgica el 4 de abril de 1990 (que, como sucede en las monarquías parlamentarias, española incluida, ha de llevar la firma o sanción regia para entrar en vigor), por lo que procedió a abdicar temporalmente del trono, declarándose incapaz; al día siguiente, 5 de abril, la abrumadora mayoría del pueblo belga exigió al Parlamento que anulase la incapacidad regia y que asumiese nuevamente el trono el monarca amado, lo cual sucedió el mismo día por 245 votos a favor, 93 abstenciones y ni un solo voto en contra. Prefirió renunciar al Trono antes que sancionar una ley que atentaba contra su conciencia, la dignidad de la vida y la del pueblo que regía. Perdonadme la osadía, Majestad, pero… ¿haríais Vos algo semejante? Creo que no, puesto que, aun cuando sois católico (y no meramente por el título formal hereditario de ser “Vuestra Católica Majestad”), habéis sancionado la Ley de Eutanasia, habéis apoyado la realización de una nefasta agenda económica para España y portáis un infame símbolo circular en la solapa de Vuestro traje civil (cuando lo único permisible sería portar la Bandera de la que estáis orgulloso, creo afirmar).
Ayer mismo, en el 25° aniversario del execrable asesinato de D. Miguel Ángel Blanco, tuvisteis (y tuvimos) que escuchar las palabras nefandas del siniestro personaje que encabeza el ejecutivo del pobre Reino de España, afirmando la existencia de dos países. Os ruego me disculpéis, Señor, pero si en ese momento Os hubieseis levantado y hubierais abandonado en silencio el recinto, todavía estarían resonando los aplausos de quienes hubimos de “tragar” esa píldora. Porque Vuestra Majestad sabe que no son solamente palabras o expresiones de personajes felones, sino planes y realidades que destruyen la Patria. El hecho de que Os hayáis mantenido estólido e inconmovible ante ello nos ha enfriado el corazón en el sentimiento de afecto a Vuestra Persona, algo que ya había comenzado a bajar de temperatura cuando presidisteis un malhadado “funeral de Estado” de tintes laicistas –por decir lo menos, puesto que “masónico” sería más apropiado– por las víctimas de la negligencia del gobierno ante una supuesta enfermedad no diagnosticada, y frente a la mismísima Catedral de La Almudena donde Vos contrajisteis matrimonio…
Así no, Majestad, así no podéis contar con el sincero, cálido, real y eficaz apoyo a Vuestra Persona, ni creo que pueda la Corona mantenerse en las sienes de S.A.R. la Princesa de Asturias, salvando el caso de que negociéis con el diablo, como pareciere que lo hacéis actualmente (perdonadme la osadía). Si Vuestro bisabuelo de ilustre memoria, S. M. D. Alfonso XIII, prefirió abdicar a que el pueblo español se confrontase (un anhelo loable, un sacrificio generoso y laudable, aun cuando no fuese valorado en su justo precio por los enemigos de España), ¿no podría pasar por Vuestro pensamiento que el pueblo español, el bien, la verdad y la justicia, merecen actuaciones heroicas en tiempos críticos? No Os pediré que abdiquéis, ¡líbreme mi conciencia de ello!, pero sí Os debo instar a que ejerzáis las funciones constitucionales de moderar entre las instituciones y fomentar la colaboración entre las mismas, que Os rindan cuentas (como deben) todos los funcionarios y partidos, que Os dirijáis a Vuestro pueblo con mayor frecuencia (porque es Vuestro deber, no graciosa concesión de un des-gobierno de tintes republicanos), que seáis firme y constante en la defensa de España. No considero sea mucho pedir a Vuestra Majestad, en virtud del alto encargo conferido… y, aun cuando lo fuere, recordad, Majestad, que “nadie sube al Cielo en colchón de plumas” (en palabras de Thomas Moore), y que “inquieta vive la cabeza que lleva una corona” (como escribió Shakespeare).
Me despido de Vuestra Majestad con una fervorosa petición: ¡permitidnos ayudaros! Porque aunque Vos estéis en nuestra oraciones, Vuestras acciones y silencios amordazan las palabras, el apoyo y el respeto que Os queremos y debemos conceder. ¡Sed valiente, Señor, como valiente es el pueblo español al que en estos críticos momentos dejáis sin guía de actuación ni frases de aliento! Por amor a España, a su noble y gloriosa historia, a su presente y su futuro, nos lo debéis.
Os saludo con respeto, esperando nos respetéis con Vuestro ejemplo.
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