“No pasará mucho tiempo sin que una de las grandes cuestiones que se agiten en Europa sea la de nuestra proximidad con el animal” (José Ortega y Gasset, “Los animales y lo infrahumano”, 1924).
Traigo ahora a la conciencia del lector un evento y un año, que parecerá baladí, pero no lo es, pertréchese de análisis prospectivo, querido amigo. Congreso de 1959, en Bad Godesberg: los socialistas sintetizaron su ideal de sociedad con este mantra nada huero: “tanto mercado como sea posible, tanto estado como sea necesario”. El asunto es que el Estado ha sido tan necesario que, sólo en España, han dado a luz a 19 micro-estados «mamadores» de la cosa pública –conocidos 17 de ellos como «Comunidades Autónomas» y 2 como «Ciudades Autónomas»–; si a estos 19 le sumamos al Padre –España– y le adosamos al Abuelo –Unión Europea–, el cóctel burocrático-nepotista resulta embriagador. De esta «borrachera progre» nos levantaremos más pobres y… ¿quién sabe? ¿más progres?
Una vez creados los chiringuitos varios –muy varios, no es ironía–, se necesitaba una idea común, un lenguaje común, una política común y, por supuesto, una gente común. He aquí el porqué del título de esta columna, expresado como mandamiento, que se puede formular también como: «amarás el consenso porque lo dice el progre». Se ha inoculado en la población el virus –otro más, prometo no ser «conspiranoico»– del consenso. ¡No lleve usted la contraria o caerán denuestos desaforados sobre su persona, familia y animales de compañía!
No hable de política, pues su cuñado se molestará; no entone el nombre de “España”, pues la epidermis de su vecino es hipersensible y, ¡cómo no!, se molestará. En breve encontraremos en todas las salas de espera un cartelito que diga no sólo “Silencio” sino: “Sólo conversaciones de ascensor, por favor, aténgase al manual”.
Desde luego que es muy necesario comprender otros puntos de vista; ello nos deriva, siempre de manera positiva, al encuentro y descubrimiento de los porqués coincidentes y de los límites en aquello que jamás nos podremos de acuerdo. Todo ello nos aproxima mucho más a plantear la necesidad de la existencia de un disenso y evitar este odiado «consenso socialmemócrata» (sic.): “El consenso, en el fondo de las cosas, no es más que otro nombre para la servidumbre”, decía en “El Imperio del bien” el fantástico católico y francés –ya con Dios– P. Muray, para, a continuación, de manera sublime, concluir que: “el viento de nuestro tiempo busca todo lo que une. Nada más repugnante que esa obscena pesca de convergencias. Vivimos sometidos a una arrogancia puritana que raramente se ha visto”.
Ejemplo de tal arrogancia nos la muestra la «edificante» ideología de género. Les propongo, si les parece, uno de mis juegos intelectuales preferidos; lo hago a modo de trebejo –palabra que en una de sus acepciones, ya en desuso, viene a significar «diversión» o «entretenimiento»–: cambien ustedes «idea de cultura» por «ideología de género», y después continúen leyendo al sabio filósofo riojano, Gustavo Bueno, en “El mito de la cultura”, cuando se preguntaba y afirmaba a la vez: “Una idea abstracta cuyo prestigio parece estar ligado esencialmente a su oscuridad y confusión, como parece serlo el de la idea de cultura/ideología de género, ¿no debe ser de inmediato considerada como un mito oscurantista y confusionario?” (sic.).
Vuelvan ustedes a cambiar el sintagma «idea de cultura» por el de «ideología de género», y, cuando se habla de mantener otros mitos u otras ideas, reflexionen ustedes acerca de la facilidad de llamar fascista a toda persona, movimiento o partido que contravenga el «consenso progre»: “Si es así, la primera tarea que tiene delante un “racionalista crítico” será la de tratar de situarse ante la idea de cultura/ideología de género para analizar sus componentes, así como las distancias que ellos, y su conjunto, mantienen con otros mitos o con otras ideas” (op. cit.).
En estos tiempos presentes asistimos –como espectadores (¿pasivos?) del naufragio de la civilización Occidental– a la dictadura de dos fenómenos deformadores de la humanidad: la globalización y la multiculturalidad. Cualquier propuesta ética y moral que se formule hoy en día deberá tener presente este horizonte de homogeneización e imposición, pues la internacionalización del consenso socialdemócrata utiliza estos dos mecanismos: la economía y la ideología, la globalización y el multiculturalismo.
Este proceso de globalización multicultural se arbitra en una dinámica doble de inclusión y exclusión: si aceptas el consenso progre estarás incluido en la elite social, es decir, en el rebaño; si, por el contrario, decides, en una acción suicida, articular el más mínimo disenso y controversia, quedarás excluido del «Olimpo progre», serás un paria –eso sí, un paria pensante y con honor–. Las nuevas tecnologías atestiguarán tu exclusión o inclusión en el sistema progre: recuerde, querido lector, que cada vez que acepte las “cookies” de cualquier página de internet, no está usted aceptando una invitación a galletas –más o menos sabrosas–, está usted aceptando el control y seguimiento de su vida.
Lo dicho: ¿seguiremos dejando que estos nuevos bárbaros asolen nuestras costumbres, aquellas que hicieron del español un ser libre, independiente e igual a su vecino? Los españoles, antiguamente, éramos muy difíciles en el trato, sobre todo cuando se nos mandaba. ¿Hoy? Cada día somos más rebaño; no todos, he aquí la esperanza. Yo sé decir NO. ¿Y usted?
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La liberprogre Gloria Álvarez, la de la foto, y su ideología globalista neomarxista en lo moral es el tipo de derecha anticatólica, materialista y blñandiblú que trae dictaduras comunistas a los países.