Columna de La Reconquista | Algunos criterios para votar

El próximo 23 de julio, bien sabe usted que tendremos elecciones generales en nuestra Patria. En realidad, confiésole que no me importa mucho la fecha, puesto que siempre he estado convencido de que el deber es primero (poner como pretexto las vacaciones, el calorcito de la temporada o la fiesta cercana del Santo Patrono de España y similares se me hacen balbuceantes excusas de niño malcriado, egoísta y berrinchudo, porque si no se sabe priorizar en la vida qué y quién es primero, malamente vamos a poder ser una buena semilla y ejemplo para que la sociedad prospere). Así nos decían desde nuestra infancia: “Primero la obligación, después la devoción”. Ahora, en esta época de peculiar disforia ante todo lo ético y principial que nos acaece vivir, pareciera que solo somos ególatras desinteresados de todo lo demás…

Como siempre ocurre en temporadas electorales (acabamos de finalizar unas, con sorpresas singulares, sin duda, tras el aparente “desplome” de la izquierda siniestra y el auge de una extraña “moderada” postora centrista que defiende todo lo que la malquista izquierda ha hecho), las propagandas abundan por todos lados. Las estadísticas, que pueden ser hábil o burdamente manipuladas ¡díganselo al CIS del Sr. Tezanos, que solo acierta en calcular su propio sueldo a costa del Erario!), indican preferencias de funambulesca tendencia, pero no son definitivas (¡a Dios gracias!), son sólo “indicativas” –indicativas de que ha de justificar su salario, claro está, porque acierta menos que invidente ante gama cromática–.

Lo que define una elección en este sistema que se ha llamado en tiempos hodiernos «democracia» –nada que ver con la democracia griega, puesto que era una pura oligarquía económica para ejercer el voto, y una elección de los mejores, los aristoi, para ejecutar las acciones en bien de la sociedad–, mi estimado señor lector, es el voto personal, pese a que la Junta Electoral Central pareciera estar vendida a criterios de obediencia al mejor postor (el ejecutivo en curso), toda vez que ni siquiera podrá límites a los votos que un ciudadano pueda depositar, ni exigirá a éste identificación –cosa trapacera donde las pudiere haber, ya que siempre ha sido la emisión del sufragio un acto personalísimo que nadie puede ejercer por interpósita persona, vaya por Dios que ahora todo cambia, y sin tiempo para modificar la ley electoral por la «jugada» de P. Sánchez con la fecha, en pleno tiempo de disolución de las Cortes Generales–. Pero creo que respecto a tales temas, avezado señor lector, ya habrá escuchado usted bastante…

Ahora bien, dejando de lado escándalos, corrupciones, trácalas y triquiñuelas, me llama poderosísimamente la atención a cuánta gente le “tapan” los ojos con dinero (creo que no hace falta poner ejemplos de los casos que han sido descubiertos, corroborados y constatados a lo largo y ancho de toda la geografía hispana), para que sólo piensen, al elegir candidatos, quién les da más dinero, o quién les ofrece que no les van a quitar los “apoyos” que ahora reciben. No se fijan en la calidad personal de los candidatos, en sus valores, principios, programas, experiencia y trayectoria personal, honradez, antecedentes ni cosa alguna excepto en la cuantía que tales sujetos pudieren desembolsar a unos siempre ávidos bolsillos.

Igualmente, nace de mí la reflexión de que la mayoría de los electores, entre nosotros, somos creyentes, pues, pese a la malhadada frasecita de Azaña en referencia a que “España ha dejado de ser católica” –va por ese camino, no lo dudo, puesto que basta con ver las estadísticas de quienes se confiesan como tales y quienes practican lo que dicen confesar… una discrepancia mayor que la de los datos que la Sra. Calviño remite a la Unión Europea–. Sin embargo, a la hora de votar, parece que su religión –su unión transcendente, obediente y fiel con la divinidad a través de la coherencia de vida entre lo creído y lo actuado– no les importa. Pueden votar por quien apoya el aborto o la eutanasia, por quien promueve que cada quien escoja el sexo de su preferencia sin tomar como base su biología, o por quien no toma en cuenta a los padres de familia para la educación de los niños, por quien promueve la unión conyugal entre personas del mismo sexo –un ejemplo, ya que con tanta “fluidez”, binaria o no, a este paso uno elegirá desposarse consigo mismo y divorciarse a los diez días por incompatibilidad, como tan ridículamente comprobamos que sucedió en Canadá–, o por quien exhibe como “educadores” de los más tiernos infantes a bochornosas drag queens y similares.

Con toda la enunciación anterior –muy poco exhaustiva, se lo aseguro–, considero que podemos válidamente preguntarnos todos: “Entonces, ¿para qué les sirve su fe cristiana?” “¿Les importa más el dinero que reciben que la coherencia con su propia fe?” Es muy lamentable, pero así sucede en muchas personas. Y si su servidor, al igual que muchos comunicadores, pastores, ministros de culto, sacerdotes y jerarquías, les recordamos estos principios básicos, nos acusan de que nos estamos metiendo en política partidista. No es así. Todavía no he hecho campaña a favor de alguien en concreto; sólo les he recordado que tomen en cuenta su creencia y su correspondiente congruencia.

Como un recordatorio de esta coherencia entre los principios y la actuación (ruégole me dispense tanto repetir los términos, pero, a veces, la mnemotecnia es la única forma de que algo se grabe), me atrevo a ofrecer estos criterios prácticos a tomar en cuenta a la hora de votar:

  1. No decida usted su voto por el dinero que le den o pudieren dar (incluye cualquier prebenda, cargo, subvención y análogos), sino razone cuál es la mejor opción; analice la calidad moral de quien aspira a dirigir los destinos de la Patria.
  2. ¿Está usted de acuerdo con el aborto o la eutanasia? Tome en cuenta entonces cuál de los candidatos y partidos defienden la vida desde el seno materno.
  3. ¿Defiende la familia como Dios la creó, es decir, entre un hombre y una mujer? Examine si los candidatos garantizan esta familia, o promueven otro tipo no conforme con el plan de Dios ni con la ley natural, puesto que toda ideología deforma y corrompe la sociedad, haciendo que degenere y muera.
  4. ¿Está de acuerdo con la «ideología de género», que cada quien pueda escoger su sexo, independientemente de sus características biológicas? Piense si alguno de los candidatos defiende esa ideología nefasta, y vote en consecuencia.
  5. ¿Le interesa que se superen la pobreza nacional y venta de recursos, el campo y su abandono, las estultas políticas de “verde a obligar, recursos a comprar”, la inseguridad ciudadana y de las fronteras, la violencia pública y privada? ¿Quién de los candidatos, con sus programas, puede ayudar a vencer esos males? ¿Quién tiene la capacidad y la libertad para actuar, sin estar vendido a intereses de Agendas externas?

Solo puedo rogar, mi querido lector, que el Espíritu Santo nos ilumine, nos guíe y fortalezca para que podamos ser conscientes, coherentes y valientes. ¡Viva España!

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