#8M: nada que celebrar, mucho que lamentar y todo por reivindicar

Como una penitencia temida pero inevitable, como un lastre descomunal, como un mal rato esperado o como una bacanal de mal gusto y chabacanería indecible, todo hombre y mujer de bien están esperando que el día, la semana o el mes del 8-M pase cuanto antes mejor.

Las imágenes de bacantes en estado de trance, de amazonas venidas de la mítica Tracia o de burguesas de izquierda caviar histerizadas por el tiempo libre y el exceso de lecturas feministas deambulando por las calles de las principales ciudades españolas repugnan al buen gusto de toda persona cuerda que por estas fechas tenga la desgracia de contemplar el desolador panorama de las movilizaciones del 8-M, creando auténticas disonancias cognitivas entre la realidad y el mito.

En efecto, en la España y en la Europa presente realmente existentes padecemos un grave problema social, una enfermedad política y un cataclismo social provocado por la proclamación a diestro y siniestro de un problema social que no existe. Miente el autor, el problema sí existe, pero sólo en la mente de las señoras feministas y los señores feministos.

La realidad objetiva y objetivable es que en España y en Europa occidental no existe ningún patriarcado fantasmagórico ni ninguna opresión o desigualdad legal o social construida contra la mujer.

Todos las proclamas feministas, sean liberales o “progresistas”, se basan en puros mitos que sólo existen en mentes completamente deformadas por un exceso de idealismo o una falta manifiesta de la más mínima racionalidad, cuando no de todo sentido lógico.

Ninguna mujer, por regla general, en Europa cobra menos, es asesinada o es discriminada por el hecho de serlo

El hecho que decir esta obviedad sea casi revolucionario demuestra hasta que punto no sólo no existe ningún patriarcado, sino que, por el contrario, estamos viviendo en la primera sociedad feminista de la historia. Repiten en España, en Francia y en Europa toda las llamadas intelectuales feministas que la suya es la mayor revolución social de la historia. Y tienen razón. La paradoja es que siendo ellas (las feministas) quienes mandan, sigamos todos esforzándonos en destruir algo que no existe.

El patriarcado o machismo en la España de hoy es una definición cuyo valor indicativo es próxima a la de fascista o comunista: se repite a diestro y siniestro pero ya no quieren decir casi nada por incomparecencia del acusado. Son espectros fantasmagóricos usados como espantapájaros para perseguir, humillar o eliminar civilmente a un disidente que se atreva a cuestionar la hidra del pensamiento único liberal-socialdemócrata-feminista.

Más allá de la vacuidad, mal gusto y temerario del “Sola y borracha quiero llegar a casa”, hay una realidad que desmonta todos los argumentos esgrimidos en pos de justificar la supuesta opresión de la mujer en nuestra sociedad.

El primero es el mito de la brecha salarial que se basa en la manipulación más descarada de las estadísticas

El constructo, para hablar como todos los adalides del constructivismo y de la teoría crítica, se basa en dividir la masa salarial percibida por el conjunto de mujeres por el número total de mujeres en edad activa de trabajar y, posteriormente, hacer lo mismo con los hombres. El resultado, de momento, da una ventaja media al hombre. Hasta aquí todo correcto, el problema llega con la interpretación.

De los anteriores datos no se deduce en absoluto que la mujer cobre menos que el hombre al hacer igual trabajo o por el hecho de ser mujer. No, la estadística apunta a dos hechos bien establecidos, a saber, que una parte de las mujeres tomadas en cuenta en la estadística pasaron por mayores etapas de inactividad laboral vinculadas con su situación familiar y que el tipo de trabajos preferidos por estas suele ser en sectores donde la remuneración es un poco menor comparado con sectores mayoritariamente masculinos como la minería o la construcción, donde el mayor esfuerzo físico se remunera justamente con un salario superior.

Si observamos la realidad realmente existente, veremos que entre las nuevas generaciones la feminización de todos los sectores asociados a los privilegios de clase (judicatura, arquitectura, investigación universitaria, educación secundaria y universitaria, política, periodismo, etc.) es avasalladora. En cambio, los sectores masculinizados como la agricultura, la construcción, la limpieza urbana, el ejército o la minería siguen siendo coto casi exclusivo del hombre. No es extraño que la mayor parte de accidentes laborales afecte a hombres y no a mujeres que, en algunos casos, casi monopolizan la educación, administración pública, la abogacía, el periodismo, la atención en oficinas bancarias, la investigación científica o los recursos humanos. ¡Extraña opresión!

El segundo mito es el de la inseguridad que padecen las mujeres

Si bien es cierto que una mujer es más susceptible de ser violada que un hombre por cuestión de constitución física (dimorfismo sexual) no lo es menos que el hombre es más susceptible de ser asesinado. Hablando de homicidios llegamos al tema de la llamada “violencia de género” (sic), la realidad es que es imposible establecer si una mujer es asesinada por su pareja por su condición de mujer; lo más probable es que lo sea por miles de motivos, que pueden ir desde la psicopatía hasta la locura del marido, pasando por un carácter posesivo y celoso o asuntos pecuniarios. Lo que nos debería hacer sospechar de todo el show mediático montado en torno a esta desgracia es que, cuando un hombre muere asesinado a manos de su mujer, nadie acuse a ésta de haberle asesinado por motivos de género.

Algo más habría que añadir, se trata de la falta absoluta de respeto que supone el hecho que los ayuntamientos dediquen minutos de silencio cuando una mujer es asesinada por su marido, pero no hagan lo propio cuando es el hombre la víctima de una malhadada pareja.

Esto por no recordar que las 30 o 40 víctimas anuales de “la violencia de género (sic)” palidecen ante el problema social de los homicidios y de los suicidios. Estos últimos afectando mayormente a los hombres y alcanzando cifras monstruosas de más de 3000 víctimas al año. Sin embargo, este problema no parece preocupar a nadie. No sólo las cifras sino el hecho de que sean hombres los que deciden acabar con la vida en plena sociedad “patriarcal” despierta la menor lástima, empatía o reflexión entre las ideólogas del feminismo.

Sigamos con el lenguaje. Se repite de forma impropia que el lenguaje es sexista. Sin entrar en detalles en este delirio, sí me gustaría señalar que los esfuerzos para “normalizar” (sic) el lenguaje y feminizarlo son sospechosamente selectivos. Así, oímos continuamente hablar de emprendedoras, científicas, políticas, creadoras, víctimas, portavozas (súper sic), presidentas o empresarias, pero no de violadoras, ladronas, asesinas, criminalas (súper sic) o defraudadoras de hacienda. ¡Cosas veredes Sancho, menuda opresión patriarcal!

En referencia al aborto, reivindicado como cima de la civilización humana, del progreso y de la muerte del patriarcado, habría que señalar que la mera reivindicación sobre el feto de un supuesto derecho de propiedad no es sólo un constructo social absurdo carente de fundamento biológico, sino que, además, establece el subjetivismo y el egotismo de la mujer en genérico como principios superiores a la vida del hijo y a los derechos del padre, tan propietario (sic) del hijo como lo pueda ser la mujer. ¡Extraña opresión patriarcal donde el capricho femenino está por encima de la vida del hijo!

Otro punto que convendría señalar es la pretensión totalitaria del feminismo, que aspira a legislar en detrimento del hombre en todos los aspectos de la vida pública y privada y que no esconde su odio visceral del hombre en genérico, reducido a categoría universal del Mal.

Así, sumadas a las leyes de cuotas de género en instituciones y empresas públicas, tenemos implantada ya una política de discriminación abierta de los hombres en ciertas carreras científicas, en la universidad, en los procedimientos de separación y divorcio, herencias o criminalidad, estando penado con el doble de cárcel el asesinato de una mujer a manos de su marido que el de un hombre a manos de su mujer. A ello se suma una especie de consenso social tácito que implica la sobrecontratación de mujeres en todos los ámbitos del mundo de la empresa, excepto en los trabajos más duros.

Finalmente, están los efectos sociales nefastos que la supuesta “emancipación de la mujer” y un discurso omnipresente alabando las virtudes de la mujer y los defectos del hombre ha provocado en las relaciones sociales entre hombres y mujeres entre las jóvenes generaciones, que se refleja en la epidemia de soltería que afecta principalmente a hombres jóvenes occidentales, apartados por la competencia del mercado (sic) creado por las aplicaciones de citas y el discurso de desvalorización del hombre que no cumple con los cánones de exigencia siempre crecientes de la mujer en el mercado de citas (gran y lucrativa invención del mercado global capitalista). Una de las traslaciones de esta realidad es la doble vara de medir del mundo mediático que, por un lado, critica las supuesta cosificación del cuerpo de la mujer por parte del hombre y reivindica abiertamente la fealdad cuando es femenina, y por el otro omite la cosificación del cuerpo del hombre por parte de la mujer y la estigmatización del hombre poco agraciado o “fracasado”. A lo que podríamos sumar la guerra contra la prostitución femenina pero el olvido interesado de la no menos importante prostitución masculina.

Se trata en definitiva de un discurso que fomenta el egotismo, el individualismo y el narcisismo femenino en detrimento de cualquier valor colectivo superior y del papel del hombre en la sociedad y sus legítimas reivindicaciones sociales. ¿Algo tendrá que ver ello con la epidemia silenciosa de suicidios masculinos?

Todo ello ha creado un creciente desasosiego en el hombre occidental moderno, magistralmente reflejado en las novelas de Michel Houellebecq, especialmente en títulos como Plataforma, Serotonina o Ampliación del campo de batalla, que retratan el triunfo del liberalismo económico y del feminismo y los efectos destructivos que ejercen estas dos ideologías hermanas sobre la mayoría de hombres modernos.

A todo lo dicho, se añade la constante caída de las tasas de natalidad, el aumento de los divorcios y la creciente incapacidad para comprometerse que pone en riesgo la supervivencia física de nuestra propia sociedad, condenada a la extinción después de padecer durante décadas esta mezcla explosiva de individualismo liberal, feminismo y confort socialdemócrata.

Por todo ello ha llegado el momento de salir realmente del armario, dejar de tener miedo, capitular contra la mentira, la chabacanería y la manipulación o agachar la cabeza con falsos eufemismos que buscan compatibilizar el feminismo realmente existente con un feminismo imaginado supuestamente compatible con la supervivencia de nuestra sociedad.

Ha llegado la hora de reivindicar una igualdad legal efectiva entre hombre y mujer, inexistente después de sucesivos desmanes impulsados por la izquierda y avalados por los liberales del PP, fomentar la natalidad, acabar con las cuotas de género, abrir un debate real y serio sobre el aborto y los derechos reales y reivindicar y proteger el rol imprescindible del hombre en la sociedad.

En efecto, el día 8 de marzo no hay nada que celebrar, pero sí mucho que lamentar y, sobre todo, todo por reivindicar.

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