El 14 de febrero del año pasado, una multitud mataba a pedradas en el sur de Pakistán a un hombre que padecía una enfermedad mental y que había sido acusado de blasfemia.
El asesinato tuvo lugar en el distrito de Janewal, provincia de Punyab, donde unas 300 personas lapidaron al individuo aquel sábado por la noche antes de colgar su cuerpo de un árbol tras denunciar que había quemado páginas del Corán, el libro sagrado del Islam, según informó el diario paquistaní Dawn.
El primer ministro de Pakistán, Imran Jan declaró que mostraría «tolerancia cero» con los autores del crimen y que tomaría medidas contra los agentes de policía que «no cumplen con su deber». Algo que no impidió que se siguieran cometiendo este tipo de atrocidades, sin ir más lejos, la semana pasada una estudiante fue lapidada y quemada viva por sus compañeros de universidad, acusada de blasfemia.
Al menos tres agentes de Policía resultaron heridos cuando intentaron detener el linchamiento, según las autoridades, pero fuentes locales han asegurado al diario paquistaní Tribune que los agentes expulsaron al hombre de la comisaría donde estaba refugiado para impedir que la turba dirigiera su ira contra ellos.
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